Por Héctor M. Guyot.- Todos, desde el Presidente hasta el más recóndito jefe comunal peronista, saben que el alegato del fiscal Luciani no hizo más que constatar hechos ciertos. Y ella sabe que lo saben. Aun así, militan la mentira. Lo hacen a conciencia. Y con un aplomo que, en muchos casos, es el decantado de una vida consagrada a la impostura. Pero, por más fuerte que griten, no parece suficiente. ¿Cómo negar la luz del sol mientras el propio cuerpo proyecta su sombra? Están ante el Everest de los engaños, asomados al vacío, y como esos alpinistas de alto riesgo, han decidido atarse los unos a los otros. El problema es que la soga que los une no está fijada a ningún punto sólido, capaz de evitar el desastre. Así, cae uno (o una) y caen todos.
El alegato de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola documentó el mecanismo a través del cual el matrimonio Kirchner, durante doce años, saqueó las arcas del Estado. En síntesis, se apropiaron del viejo circuito de coimas de la obra pública con el fin de hacerlo rendir al máximo. Para eso, había que estar a ambos lados del mostrador. Replicaron entonces a nivel nacional el esquema que habían montado con éxito en Santa Cruz, envalentonados acaso por la impunidad de la que habían gozado allá tras hacerse de la suma del poder. A la luz de las pruebas, la desmesura del desfalco no tiene precedente. Pensaban, con esos dineros, eternizarse en el poder. En consecuencia, actuaron impunemente. Las cosas no se dieron tal como imaginaron y hoy la vicepresidenta debe explicar lo inexplicable.
Hay otros efectos benéficos del alegato de los fiscales, si consideramos positivo un acercamiento a la verdad cada vez mayor. En las situaciones extremas solemos mostrarnos tal como somos y la vicepresidenta no es la excepción. Las características de su personalidad se manifiestan hoy sin inhibiciones. No es que antes las haya reprimido, pero ahora apela al uso desesperado de todos sus recursos, entre ellos el apriete y la manipulación, y en ese trance expone sin tapujos su compleja psicología. Ella es el sol alrededor del cual gira todo. Incluida la realidad, que debe acomodarse a sus deseos. Cuando esto no ocurre, como parece ser el caso, los demás quedan reducidos en su condición de sujetos y pasan a ser piezas de su ajedrez particular, que ella mueve a discreción de acuerdo a sus necesidades.
Toda sumisión supone una renuncia. En este caso, un renuncio. De nuevo: lo sabe Fernández, lo sabe Massa, los sabe Moyano y también el arrepentido Rubinstein. Complete usted la lista. A pesar de que saben, inclinan la cabeza y se enredan en desmentidas y contradicciones penosas para defender a quien ayer los humillaba. Por más épica que le inyecten al engaño, sabemos que saben. Y se nota. La falsa épica a la que recurren, por lo demás, se ha gastado. También la desmintió la realidad.
¿Qué ha llevado a la dirigencia del peronismo a asumir el cinismo y la hipocresía al palo? Seguir a Cristina Kirchner es abrazar el camino de la alienación. Es posible que estos políticos de piel curtida, viejos lobos en el juego del poder, hayan perdido la brújula. ¿O acaso sienten su propia suerte atada a la de ella? ¿Defienden una persona que paga el apoyo con poder o un sistema corporativo de carácter mafioso del que son parte? ¿Están inmolándose con el fin de salvar su propio pellejo? ¿Creen que si cae el peso de la ley sobre la vicepresidenta caerán ellos después, con todos sus privilegios? Como sea, van detrás de la música del flautista de Hamelin.
Quien sin duda perdió la brújula es el Presidente. Esta semana dijo, sin asidero y en franca contradicción con dichos suyos previos, que Nisman se había suicidado y que esperaba que Luciani no hiciera lo mismo. Sonó como una amenaza, si tenemos en cuenta que un fallo judicial dice que al fiscal Alberto Nisman lo mataron, y que eso ocurrió horas antes de que acudiera al Congreso a hacer una gravísima denuncia contra la vicepresidenta. Con la muerte de Nisman no esclarecida, los dichos de Alberto Fernández provocan un escalofrío.
Otra vez, los fantasmas de la violencia y la muerte aparecen en la escena de la vida política argentina y ponen en jaque al conjunto de la sociedad. Los promueve la misma vicepresidenta, que parece dispuesta a todo para eludir su responsabilidad en los hechos de corrupción que hoy se juzgan en Comodoro Py. Para eso alienta la polarización, recurso que tanto resultado le ha dado, con el eco de un peronismo incorregible que parece dispuesto a volver a jugar con fuego.
En su aversión a las reglas, el kirchnerismo se fortalece en la lucha libre en el barro. Pero en una democracia que se precie la aplicación de la ley no se decide en la calle. “Una sentencia ejemplar puede ser el primer paso para restaurar la confianza de la sociedad en las instituciones”, dijo Luciani en su alegato. Esto es lo que importa. Nadie debería tomar la sentencia final, en caso de que resulte una condena, como una revancha. Se trata de aprovechar la oportunidad de revertir el rumbo decadente que lleva el país. Lo que está en juego excede por mucho la figura de la vicepresidenta, por más que le pese.
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