Por Joaquín Morales Solá.- Era imposible de imaginar, pero la política suele sustituir lo previsible por lo inesperado. Sucedió que Javier Milei coincidió, en uno de sus últimos arrebatos verbales, con Evo Morales, el auténtico líder de la izquierda boliviana y uno de los más fieles militantes de la progresía latinoamericana. Veamos. Esto dijo Evo Morales el domingo pasado sobre el supuesto golpe de Estado contra el presidente de Bolivia, Luis Arce, quien fue su delfín y ahora es su enemigo: “Yo pensaba que era un golpe, pero ahora parece que fue un autogolpe. Lucho [Arce] le faltó el respeto a la verdad, nos engañó. No sólo al pueblo boliviano, sino al mundo entero”, se despachó Evo Morales. Al día siguiente, en Buenos Aires, Milei enfatizó: “Lo del golpe en Bolivia fue un fraude montado”. Evo Morales es boliviano y Arce fue su funcionario cuando aquel era presidente. Son comparables las posiciones, pero no el derecho que cada uno de ellos tiene de opinar sobre lo que, en efecto, siempre pareció un autogolpe. El golpe contra Arce nunca fue creíble. Hay que reconocerlo. Evo Morales está en condiciones de denunciar un autogolpe en su país; Milei es el presidente en funciones de otro país, vecino de Bolivia, y no puede (no debe, más bien) meterse en cuestiones internas bolivianas. Nadie lo convocó para diagnosticar qué sucedió en Bolivia cuando Arce denunció que un extraño jefe militar quiso, sin suerte, derrocarlo. El principio internacional del respeto a los asuntos internos de los países no dejó de existir, salvo en los casos en los que se violan los derechos humanos o los gobiernos optan por someter a sus ciudadanos a un régimen insoportablemente autoritario. La alusión rupturista de Milei al gobierno boliviano es el más inexplicable de todos los exabruptos presidenciales de las últimas horas. Los líderes bolivianos no se metieron nunca en el reciente proceso electoral argentino, ni calificaron o descalificaron a Milei.
En ese mismo momento, Milei volvió a referirse ofensivamente contra el presidente de Brasil, Lula da Silva, a quien calificó de “zurdito con el ego inflado”. En esas mismas horas anunciaba que iría a Brasil, pero a un acto del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, el peor enemigo político y electoral de Lula. Otra vez Milei se metía a los empujones en asuntos internos de otro país. En el caso de Brasil, es cierto que Lula participó activamente de la última campaña electoral para favorecer al candidato oficialista Sergio Massa, como lo había hecho en 2015 a favor de Daniel Scioli. En 2015, Lula no era presidente de Brasil, pero conservaba todavía una fuerte influencia en la política brasileña como expresidente. Sin embargo, el Milei economista no tuvo nunca en cuenta que el olvido era el mejor remedio si se trataba de Brasil, el principal socio comercial de la Argentina y el principal destino de las exportaciones industriales argentinas. Todos los datos indican que Lula eligió enfrentarse con Milei para resolver sus cuestiones políticas internas en Brasil; el presidente argentino es un destacado exponente de la derecha internacional que abroquela a los seguidores progresistas de Lula. Pero, ¿por qué el presidente argentino debe prestarse a esa estrategia que no es la suya? Pasó lo mismo cuando ofendió al jefe del gobierno español, Pedro Sánchez, días antes de cruciales elecciones españolas para elegir a legisladores europeos. Sánchez había ignorado que un ministro suyo calificó de drogadicto a Milei antes de que este llamara “corrupta” a la esposa de Sánchez. La política, en rigor, desconoció el agravio que recibió Milei antes de que este agraviara por su cuenta. La misma política que fijó sus ojos solo en la ofensa del presidente argentino. La estrategia de Sánchez era muy clara: eclipsar al Partido Popular, su real competidor, al levantar a la ultraderecha de Vox, donde están los amigos de Milei. Durante una semana, no se habló en España del Partido Popular, sino de Sánchez, Milei y Vox. Pero el ardid no le sirvió al líder español: perdió esas elecciones que ganó el Partido Popular. ¿Por qué Milei se prestó fácilmente a la estrategia electoral de un político extranjero? ¿Por qué, además, si esa estrategia significaba un enfrentamiento con el gobierno de un país, España, que es el segundo inversor histórico en el país, después de los Estados Unidos? Al final del día, empresarios españoles, y miles de españoles que residen en la Argentina y miles de argentinos que residen en España, se quedaron sin embajador español en Buenos Aires. Sánchez retiró definitivamente del país a la entonces embajadora española en la Argentina, la eficiente María Jesús Alonso, como respuesta a la difamación de Milei. Les guste Sánchez o no les guste, los empresarios españoles preferirán siempre al jefe del gobierno de su país. Tampoco actuaron a tiempo en este caso los sensores propios de un economista, que deberían resguardar al Presidente de los estragos de su carácter.
Nadie sabe por qué los mercados están perdiendo la paciencia con Milei, sobre todo cuando se observa cómo se mueven hacia una mala dirección el dólar, los bonos y el riesgo país. El riesgo país pasó en poco más de dos meses de 1170 puntos a más de 1500. Pueden haber influido algunas decisiones financieras y la postergación de la salida del cepo al dólar, aceptada públicamente por el ministro de Economía, Luis Caputo. Pero también contribuyeron, sin duda, los constantes berrinches del Presidente. El más notable, para la economía, es el que lo enfrentó con el director del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario, el chileno Rodrigo Valdés, a quien aludió claramente, sin nombrarlo, como izquierdista y simpatizante del Foro de San Pablo, un encuentro de la izquierda mundial para crear una alternativa al Foro de Davos. La mayoría de los gobiernos argentinos, salvo los de Menem, De la Rúa y Macri, se especializaron en criticar al Fondo, pero se las tomaron con el organismo, nunca con sus funcionarios. Claudio Loser, un argentino que trabajó 30 años en el Fondo Monetario y tuvo importantes funciones en el organismo multilateral, declaró en las últimas horas “que decirle comunista a Rodrigo Valdés me parece un insulto”. Valdés es un funcionario de un organismo internacional y, por lo tanto, nada de lo que hace es una decisión personal. Milei está molesto porque el Fondo señaló en un documento reciente que la Argentina debe salir cuanto antes del cepo al dólar e instaurar un sistema de flotación administrada de la moneda norteamericana. Seguramente, Milei le adjudicó esa posición a Valdés, pero este no escribe tales enfoques como ocurrencias personales, sino luego de discutirlos con el staff del organismo y con su directora, Kristalina Georgieva. Hacer trascender, al mismo tiempo, que el Gobierno pidió el relevo de Valdés se parece más al capricho de un adolescente mal criado que a la decisión oficial de un presidente. La política argentina está llena de adolescentes. La semana anterior, el bloque kirchnerista de Diputados puso en sus celulares, en altavoz, la marcha peronista cuando el cuerpo estaba a punto de votar la Ley Bases, y ese bloque estaba a punto de perder. Podrán imaginar un regreso al poder cuando terminen de cursar en secundario.
Con todo, el periodismo es el blanco predilecto de Milei. El jueves pasado, atacó, hasta con un chat falso, a Fopea, una organización que agrupa a decena de periodistas de todo el país. “Fopea es una vergüenza”, se despachó el Presidente. Fopea había cuestionado que el Gobierno quisiera resucitar una decisión de la administración militar de 1945, según la cual los periodistas debían matricularse obligatoriamente en oficinas del Gobierno y obtener un carnet. Esa obligatoriedad fue considerada en tribunales internacionales como un “una restricción ilegítima del derecho universal a la libertad de expresión”. Un día después, Milei volvió a criticar a la periodista María Laura Santillán porque no le gustó la presentación de un gráfico en el programa de ella en LN+. El martes, el Presidente tuiteó y retuiteó mensajes de críticas a cuatro periodistas que habían estado cubriendo en Estados Unidos la Copa América. Los mostró en un foto que ellos se habían sacado en un estadio norteamericano; fue, en verdad, una forma repudiable de escrache. Los periodistas son María O’Donnell, Andy Kusnetzoff, Sofía Martínez y Matías Martín. Los criticó por estar gastando dinero en Estados Unidos en lugar de distribuirlo entre los pobres argentinos, dijo. Una aclaración para el Presidente: esos periodistas estaban trabajando, fueron enviados por una radio propiedad de una empresa y esta sufragó sus gastos. Tenían el derecho también de ir por su cuenta a ver los partidos de la Copa si el dinero salía de sus bolsillos. La aclaración debería llegarle también al creador de Mercado Libre, Marcos Galperin, quien se sumó a la crítica de Milei a esos periodistas. Raro: Galperin fue siempre un hombre de opiniones ponderadas y justas y, por eso, sufrió la persecución del gobierno kirchnerista. Regresemos a Milei. No se privó, como es su costumbre, de hablar de “sobres” o de “ensobrados” cuando alude a periodistas. ¿Sabe que hay periodistas que nunca tuvieron pauta oficial y que, por el contrario, sufrieron la persecución durante el anterior gobierno y durante todos los años del kirchnerismo? ¿O lo sabe y prefiere la difamación a la verdad? Quien esto escribe, que debió recurrir hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la persecución del kirchnerismo, renunció explícitamente, en una formal carta al entonces presidente Néstor Kirchner, a la pauta oficial en su programa de televisión. Fue en 2005 y nunca más tuvo pauta.
Vale la pena preguntarse por qué Milei eligió la confrontación permanente como forma de gobierno. Una respuesta posible es que ese estilo le da buenos índices de rating en la televisión. Cuidado. Le ocurría lo mismo a Cristina Kirchner hasta que esta se convirtió en veneno para la audiencia televisiva. Es probable también que el Presidente haya elegido estos días enfrentarse con presidentes de otros países y con periodistas argentinos para que estemos hablando de eso y no de la peligrosa impaciencia de los mercados. Pero es cierto también que el Presidente es desconfiado hasta la soledad. Como dice alguien que lo frecuentó durante muchos años, es un hombre que no puede vivir en paz ni enhebrar una relación normal con las personas. “Sumisión o pelea”, son las opciones que el Presidente da a elegir a cualquier protagonista de la vida pública. Bolsonaro cometió los mismos errores en Brasil y el resultado fue el regreso de Lula al poder. El círculo más cercano del Presidente debería advertirle que por el camino que va podría estar pavimentando el regreso del kirchnerismo. En los Estados Unidos, muchos norteamericanos le reprochan ahora al Partido Demócrata que no le haya dicho a tiempo a Joe Biden que no está en condiciones de enfrentar una reelección y, mucho menos, un segundo mandato en la Casa Blanca. Puede sucederles lo mismo a los pocos íntimos de Milei si el país terminara en otra frustración y si, en lugar de seguir aplicando políticas económicas correctas, volviera a chapotear en la decadencia del arbitrario populismo.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/