Por Joaquín Morales Solá.- El pragmatismo de Javier Milei, que lo llevó a reconciliarse con el otrora detestado comunista Xi Jinping, presidente de la China compradora de exportaciones argentinas, no fue tan intenso. No lo fue, al menos, como para frenar los insultos permanentes del universo libertario contra el periodismo independiente, ni para desactivar un acto de su militancia más parecido a las viejas organizaciones insurgentes marxistas o peronistas de los años 70 que al funcionariado estatal de La Cámpora. Es probable que Milei no haya aprobado explícitamente este último y preocupante acto realizado en San Miguel por un centenar de personas para lanzar la agrupación mileísta Las Fuerzas del Cielo. Milei se balanceó en los últimos días entre Donald Trump, Emmanuel Macron y la reunión del G20 en Río de Janeiro, donde él fue diferente, que es lo que se proponía, sin romper con el club más selecto de la economía mundial.
La economía argentina no está entre las 20 economías más importantes del mundo, que es lo que supuestamente agrupa el G20, pero está ahí desde los tiempos del menemismo, cuando ese grupo de naciones no era tan importante como lo es ahora. Más le vale a Milei conservar ese lugar para la Argentina. El G20 cobró relevancia sólo después de la gran crisis económica internacional de 2008. Sea como fuere, Milei sorprendió porque la política esperaba que el Presidente no firmara nada en Brasil, sobre todo porque gran parte de los borradores habían sido elaborados por el gobierno del presidente Lula da Silva, presidente pro tempore también del G20.
Lula volvió al gobierno de Brasilia muy distinto de lo que fue en sus primeras dos presidencias. Regresó más ideologizado y menos conciliador. Tal vez la cárcel (que le impidió ser candidato frente a Jair Bolsonaro en 2019) lo convirtió en el hombre rencoroso que antes no era. Nunca sabremos si Milei se propuso también distender la tensa relación con Lula, como lo hizo con Xi Jinping, y si fue el presidente brasileño el que le puso un férreo límite a esa intención del mandatario argentino. Para los chinos, los agravios políticos prescriben antes de los seis meses estipulados aquí por Cristina Kirchner. Pero es cierto también que Milei los llamó “comunistas” a los funcionarios chinos (etiqueta que estos detestan), pero no “corruptos”, como lo calificó a Lula. En rigor, de Lula dijo que era “comunista y corrupto”. De todos modos, el mismo día en que la frialdad entre ellos casi se palpaba, Brasil y la Argentina firmaron el más importante acuerdo de provisión argentina de gas a Brasil que se extraerá de Vaca Muerta, que podría llegar a los 30 millones de metros cúbicos diarios en apenas cinco años. También Lula es pragmático: no perdonó la ofensa personal, como lo mostraron las elocuentes fotografías que La Nación publicó ayer en su primera página (Lula le negó solo a Milei una sonrisa en el posado oficial), pero se olvidó de esos insultos cuando debió decidir como presidente de su país. Para Milei, a su vez, Lula puede ser “comunista”, pero es también un buen comprador del gas de Vaca Muerta.
El Presidente podrá decir que no renunció a sus ideas porque las expuso en los documentos y en su discurso. Es cierto. Pero también es cierto que finalmente firmó el documento de Brasil del G20 y evitó, de esa manera, que por primera vez no hubiera una declaración firmada por todos los miembros de ese organismo. El presidente de Francia, Macron, a quien nadie puede identificar con la izquierda comunista o socialista (para recurrir a las categorías políticas en desuso que usa Milei) tuvo especial influencia en el mandatario argentino para que este no arruinara la fiesta de Río de Janeiro. Macron y Milei disienten en muchos temas importantes, pero lograron enhebrar una relación de respeto mutuo. Disienten, por ejemplo, en la envergadura que los líderes actuales deben darle al cambio climático. Macron es un entusiasta militante de la defensa del medio ambiente y un hombre convencido de que la acción de los seres humanos llevó al universo al actual nivel de deterioro de las condiciones naturales. Al contrario de lo que sostienen organizaciones internacionales y documentos científicos, Milei asegura que no existe el cambio climático y que, en todo caso, es “otra mentira del socialismo”. Su principal obsesión consiste en diferenciarse de la Agenda 2030, aprobada por las Naciones Unidas, que fundamentalmente promueve la erradicación de la pobreza, el cuidado del medio ambiente y la reducción de las desigualdades. La existencia de algunas cosas a las que se opone es perfectamente comprobable, pero influye en él más la ideología que la prueba. En otras cosas, es verdad que en el mundo se impusieron los trazos gruesos de la cultura woke, definida ya por las ideas progresistas más que por las que se oponían al racismo, que es como se inició en los Estados Unidos. A veces, y con ideas totalmente diferentes, el presidente argentino se parece demasiado a su antecesora Cristina Kirchner, quien también anteponía la ideología y la inferencia en el diseño de la política exterior.
Milei dejó aislado al país en votaciones en las Naciones Unidas, en las que ni siquiera fue acompañado por Estados Unidos y por Israel, los países a los que considera sus principales aliados en el mundo. Un ejemplo fue la votación de la semana pasada en el plenario de la ONU en la que se votó una resolución que promovía eliminar cualquier forma de maltrato público o privado de las mujeres y las niñas. ¿Quién se puede oponer a un objetivo tan noble si no está cegado por las anteojeras ideológicas? La Argentina votó contra esa resolución absolutamente sola. ¿Para qué aislar al país otra vez, aunque se lo haga en nombre de principios diferentes?
En el fin de semana en el que Milei iba de Macron a Lula, algunos de sus seguidores más fanatizados, liderados por el médico santiagueño Daniel Parisini, más conocido como el Gordo Dan en las redes sociales, lanzaban la corriente Las Fuerzas del Cielo con escenografía similar a la del imperio romano. Esa decoración llevó a la suposición de que detrás del lamentable evento libertario estaba el poderoso asesor presidencial Santiago Caputo, a quien le gusta jugar con los cachivaches de la Roma imperial, aunque algunos deslizaron que fue su hermana, Karina Milei, quien autorizó el acto. Nadie sabe si el Presidente estuvo al tanto de lo que sucedería en el partido bonaerense de San Miguel entre tanto ajetreo internacional, que incluyó una reunión con Trump en la residencia de Mar-a-Lago, en Florida, a mediados de la semana anterior.
Resulta importante saber qué grado de conocimiento tenía el jefe del Estado de esa reunión porque allí se dijeron palabras realmente peligrosas para la paz social del país. Por ejemplo, se señaló a esa organización nueva (Las Fuerzas del Cielo) como el “brazo armado de La Libertad Avanza”, el partido del Presidente, y también como su “guardia pretoriana”. Como quien no sabe lo que dice, anunciaron que “las unidades básicas libertarias están en auge”. Las unidades básicas eran, hasta ahora, locales partidarios que pertenecían solo del peronismo. ¿O el mileísmo es una corriente interna del peronismo? Nadie responde. Luego, aclararon que el “brazo armado” se refería solo a los celulares. Pésima metáfora en un país que todavía no puede establecer la cantidad de muertos que hubo en los enfrentamientos, abiertos o encubiertos, entre la guerrilla y los militares. Todo insinúa que hubo más ignorancia de la historia reciente que premeditación en esas referencias. “Los fanáticos son siempre iletrados”, resumió un legislador del propio oficialismo. Después de 40 años de democracia, el país no logró alcanzar un consenso democrático para hacer un relato objetivo (o más cercano a la verdad) sobre aquellos años 70 en los que mataron tanto guerrilleros como militares.
Más allá de la aclaración posterior sobre los celulares y el “brazo armado”, lo cierto es que el contexto de ese acto fue claramente violento. Se habló de una “cruzada” de los fanáticos de Milei, a los que se identificó como “soldados” de una “batalla cultural” definitiva contra “los enemigos”. ¿Quiénes son los enemigos? Ellos los señalaron en San Miguel: “Los zurdos de mierda”. La violencia estuvo en las palabras, no en los celulares. El eterno péndulo de la política argentina se movió otra vez. Pasamos de la violencia woke de Cristina Kirchner a la violencia de la derecha mileísta. Volvieron a ampliar el ellos y a encoger el nosotros. La crítica al periodismo no estuvo ausente –cuándo no–, aunque esta vez la personalizaron en la figura del periodista Marcelo Longobardi, al que llamaron “periodista ensobrado”.
¿Por qué creen que pueden difamar sin probar nada? ¿Por qué tanta arrogancia? Longobardi es un periodista independiente que ejerció su derecho a la crítica con todos los gobiernos. Las alusiones a él tuvieron una carga de violencia y de rencor impropios de un partido en el Gobierno. Y es preocupante, además, porque el Estado tendrá siempre más fuerza que cualquier periodista o medio periodístico. Esta injusta descalificación de Longobardi se suma a la novedad según la cual el oficialismo decidió reinstalar la idea de Milei sobre la imposición a los medios periodísticos del impuesto del IVA (ya hubo un anuncio oficial), del que estaban exceptuados junto con los libros, los espectáculos deportivos, los shows, el teatro y el cine. El IVA se les impondría solo a los medios periodísticos, mientras las otras actividades seguirían exceptuadas. No hay ejemplo más claro de que el único propósito del Gobierno es dañar a los medios periodísticos, justo cuando estos deben enfrentarse a la transición entre el periodismo gráfico y el digital. A Milei solo le importan las redes sociales, que han hecho una importante contribución a la difusión de la información pública, pero también han servido para diseminar información falsa, para insultar y para difamar, muchas veces desde el anonimato. El presidente argentino se opuso en Río de Janeiro a un párrafo de la declaración conjunta que precisamente exhortaba a limitar la circulación de la falacia y las ofensas en las redes sociales.
Las Fuerzas del Cielo del Gordo Dan, como se ve, no están solas. Un Gobierno las avala, explícita o implícitamente. ¿Por qué desnaturalizaron tanto una frase que está en el Antiguo Testamento, como es las fuerzas del cielo? ¿Dónde encontraron un dios tan violento, cruel y vengativo?
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/