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Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Alimentación 2005

Dirigido a Jacques Diouf, director general de la FAO

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 20 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que envió Benedicto XVI al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Jacques Diouf, con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación.

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Al señor Jacques Diouf,
Director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
En este año, en que se celebra el sexagésimo aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la celebración de la Jornada Mundial de la Alimentación nos recuerda que el hambre y la malnutrición se encuentran, por desgracia, entre los más graves escándalos que siguen afectando a la vida de la familia humana, algo que hace cada vez más urgente la acción emprendida, bajo su dirección, por la FAO.
Los millones de personas amenazadas en su misma existencia por estar privadas de la alimentación mínima necesaria exigen la atención de la comunidad internacional, pues tenemos del deber de atender a nuestros hermanos. De hecho, el hambre no sólo depende de situaciones geográficas y climáticas o de circunstancias desfavorables ligadas a las cosechas. También es provocada por el mismo hombre y por su egoísmo, que se traduce en carencias de organización social, en la rigidez de las estructuras económicas que con demasiada frecuencia sólo buscan la ganancia, e incluso en prácticas que van contra la vida y en sistemas ideológicos que reducen a la persona, privada de su dignidad fundamental, a un mero instrumento.
El auténtico desarrollo mundial, organizado e integral, deseable por todos, exige más bien conocer de manera objetiva las situaciones humanas, discernir las auténticas causas de la miseria, y ofrecer respuestas concretas, teniendo por prioridad una formación adecuada de las personas y comunidades. De este modo, se ejercerá la auténtica libertad y la auténtica responsabilidad, que son propias de la acción humana.
El tema escogido para esta Jornada, «Agricultura y diálogo de culturas», invita a considerar el diálogo como un instrumento eficaz para crear las condiciones de la seguridad alimenticia. El diálogo exige armonizar los esfuerzos de las personas y de las naciones al servicio del bien común. La convergencia entre todos los protagonistas, asociada a una cooperación efectiva, puede contribuir a edificar la auténtica paz, permitiendo vencer las tentaciones recurrentes de la violencia a causa de las diferentes visiones culturales, de etnias o de desarrollo.
Es importante también prestar una atención directa a las situaciones humanas con el objetivo de mantener la diversidad de los modelos de desarrollo y de las formas de asistencia técnica, en función de las condiciones particulares de cada país y de cada comunidad, ya sean condiciones económicas, ambientales, sociales, culturales o espirituales.
El progreso técnico sólo será auténticamente eficaz si encuentra su lugar en una perspectiva más amplia, en la que el hombre ocupa el centro, con la preocupación de tener en cuenta al conjunto de sus necesidades y aspiraciones, pues, como dice la Escritura, «no sólo de pan vive el hombre» (Deuteronomio 8, 3; Mateo 4, 4). Esto permite a cada pueblo recurrir a su patrimonio de valores para compartir sus propias riquezas espirituales y materiales en beneficio de todos.
Los ambiciosos y complejos objetivos que ha asumido su organización sólo podrán alcanzarse si la protección de la dignidad humana, origen y fin de los derechos fundamentales, se convierte en el criterio que inspira y orienta todos los esfuerzos. La Iglesia católica, que también participa en las acciones que promueven un desarrollo realmente armonioso, en colaboración con los socios presentes sobre el terreno, desea alentar la actividad y los esfuerzos de la FAO para que suscite, a su nivel, un auténtico diálogo de culturas y contribuya a aumentar la capacidad de alimentar a la población mundial, en el respeto de la biodiversidad. De hecho, el ser humano no debe comprometer imprudentemente el equilibrio natural, fruto del orden de la creación, sino que debe velar por transmitir a las generaciones futras una tierra cazable de alimentarlas.
Con este espíritu, pido al Todo Poderoso que bendiga la misión tan necesaria de la FAO y el compromiso de sus dirigentes y funcionarios para garantizar a cada miembro de la familia humana el pan cotidiano.

Vaticano, 12 de octubre de 2005
BENEDICTUS PP. XVI

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