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Mensaje de Navidad del obispo Luis Fernández

Para los creyentes la Navidad es la segunda Fiesta en importancia de la Vida Cristiana. La primera es la Pascua, porque la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo es el , de toda vida. Para esto vino Jesús al mundo, para darnos vida y con su Pascua: “Vida Plena”.
Por eso la Navidad es una noticia bella, llena de ternura que trae confianza a la humanidad. Es un acontecimiento que ilumina, conforta y da sentido a la existencia. Es un , que no es de este mundo, sino que viene del más allá, de lo alto, de lo inalcanzable para las solas fuerzas y conocimientos humanos. Fue por el “Anuncio del Angel a la Virgen”, y la aceptación libre del corazón de “María”, que concibió y dio a luz a Jesús, y no por el encuentro con un varón, sino por obra del Espíritu Santo.
Esta es la razón por la cual el que ha nacido no es sólo un hombre más, sino que es , , el esperado de todos los tiempos, anunciado por los Profetas, El Emanuel, que quiere decir .
En Navidad, hacemos un alto en el camino, no solo ni fundamentalmente, para regalar o comer algo rico, poniendo nuestro interés en el consumismo, que no nos hace más felices. No es la cantidad, ni la apariencia de las luces del arbolito, ni la cohetería del ruido de la medianoche, lo que nos trae la paz, la unidad y la alegría, sino la sencillez de un pesebre. Un pesebre hecho en casa por los niños, bajo sus miradas tiernas e inocentes, contentos porque nos reunimos junto a la mesa, donde los abuelos, recuerdan historias. Son ellos quienes siguen abriendo sus casas para que la familia no pierda lo más hermoso de la vida, que trae el niño Dios, desde la humildad y cercanía al hacerse, un Grande y Todopoderoso, Creador de Cielo y Tierra, que existe desde siempre, ahora nacido en lugar tan pobre, rodeado solo de animales, de su Madre María y de su esposo San José, de algunos pastores, en medio de la noche de Belén para dar luz como el sol naciente a la nueva humanidad.
El Papa Francisco nos pide en esta Navidad, mirar el pesebre con ternura de niño, tradición cristiana que nació por el fervor y el amor de San Francisco de Asís, y que nos hace tanto bien no perder, ante el avance de propuestas “light” vinculadas solo al consumo. Mirar el pesebre es mirar el de un Dios, que se hace cercano, que toma la iniciativa, que no teme perder la divinidad al hacerse uno de nosotros. El verdadero poder no está en la fuerza, en la inteligencia, en la vanidad o en las apariencias, sino en la pobreza y humildad de una vida llevada con honestidad, alegría y comunión con los hermanos, venciendo todo aislamiento o prepotencia de ponerse por encima de los otros, conviviendo, reconociendo la felicidad del compartir y más que recibiendo, la vida, para que otros sean felices.
Mirar el pesebre, es llenarse de esperanza. En María junto a San José y su niño recién nacido, podemos ver a quiénes fueron capaces de transformar una noche difícil, donde muchos cerraban sus puertas, en una noche de paz y de alegría, de encuentro y de opción por la vida, mostrando que la alegría aleja toda tristeza y la unidad de la familia, es capaz de vencer toda angustia y hasta posibilitar un mundo nuevo que abre amaneceres despejados, llenos de luz y de compasión, repletos de misericordia y amor verdaderos. En la Navidad Dios, ha amado tanto al mundo que le envió lo mejor que tenía: , cumpliendo las promesas, ayudando y salvando a la humanidad.
Como decimos los obispos en el mensaje de Navidad, “nada es fácil en el mundo y en la Argentina”, así como no fue fácil para María y José, el nacimiento de Jesús, pues estaban de camino, no había lugar en el pueblo y María ya estaba con los dolores de parto, se presentaba una noche dura y difícil, pero llevaban a Dios, confiaron en El.
Ayer como hoy, también en nuestra Patria, se hace difícil, “sobre todo para las familias con hijos, que dependen de uno o dos sueldos y que están al margen del sistema laboral y previsional. Ahí nuestra Nación muestra su peor rostro, porque cuesta creer que en la tierra bendita del pan, a uno de cada tres argentinos les falte comida, trabajo, salud, educación e igualdad de posibilidades para progresar…La emergencia social declarada hace unos días por el Estado Nacional, nos excusa de dar más ejemplos y comprueba esa cruda y cruel realidad que hoy padecen muchos compatriotas”.
Las dificultades y crisis estarán siempre ante nosotros, como fue en Belén, como lo es hoy en el país y en el mundo. Por eso qué mejor que la llegada de la Navidad vuelva a ponernos ante la pequeñez del recién nacido, , junto al de algo que nos supera como es el que Dios haya querido hacerse . Podamos con humildad, como lo reconocieron María, José y los pastores, no encerrarnos en nuestras seguridades, menos aún en el «sálvese quien pueda» de la indiferencia egoísta. Que al mismo tiempo que nos abrimos a la de apertura a lo trascendente, Jesús niño en Belén, podamos pedir y poner lo mejor de nosotros para que ante el año 2017 que se inicia, los que tienen algún grado de decisión económica sigan creyendo en la inversión de fuentes de trabajo dignos y bien remunerados, alejen todo cálculo mezquino o de especulación financiera y todos desde la responsabilidad que nos toca, sigamos mirando con esperanza y confianza, el trabajar unidos por el .
También como Pueblo necesitamos sentarnos juntos en la misma mesa, disponernos para el diálogo responsable y permanente, y así seguir fortaleciendo nuestra frágil convivencia ciudadana, donde nadie se sienta excluido, porque la hora de la patria reclama de todos gestos de grandeza, como fue la Navidad de Belén que perdura a lo largo de los siglos.
La Navidad nos ayude a todos, a reencontrarnos, a vivir en la misericordia, al estilo de Dios, que no quedó encerrado en su Divinidad, sino que vino a este mundo a compartir la historia, entregando su vida, bajando Él, para que todos viviéramos con dignidad, justicia, alegría y en Paz.
Feliz Navidad y un 2017, con salud, trabajo, vivienda, educación y en familia como María, José y el niño Dios.

Luis Fernández
Obispo de Rafaela
24 de diciembre de 2016

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