Por Hno. Eugenio Magdaleno. – Días pasados el matrimonio, unión de un hombre y de una mujer, ha sufrido embates denigrantes, se ha puesto en pie de igualdad con la unión homosexual o lésbica. Nada más arbitrario.
Erróneo científica y antropológicamente hablando.
Por más espermatozoides que se acumulen; por más banco de óvulos que se cree, no habrá fecundación, sin la unión, fusión del germen masculino con el femenino.
Precisamente eso significa la palabra matrimonio, preparado, munido, apto para la maternidad.
Pero no sólo eso, la educación de un niño reclama la dualidad padre y madre, que enriquecen a la prole con los sentimientos, actitudes y comportamientos complementarios, que brotan de los caracteres secundarios de la sexualidad masculina y femenina.
Elogio el matrimonio, el único y posible, y acaricio con unos pensamientos este contrato de amor y este canto a la vida.
* Acéptense tal como son, desafiándose a conquistar juntos lo que les falta para ser más y mejores.
* Los largos caminos se recorren despacio. Sépanse esperar, alentarse y tomarse de la mano acariciando un mañana mejor, que ciertamente despertará.
* Las virtudes de uno enriquecen a los dos; los defectos personales a los dos perjudican.
* Sépanse perdonar, una y otra vez… el olvido hace del perdón, sanación.
* Gratifíquese con gestos de cariño; con palabras de elogio y de agradecimiento; con el servicio generoso y desinteresado. El mejor piropo es el servicio mutuo.
* Obséquiense la verdad: la sinceridad, la transparencia, son los cimientos sólidos de la vida conyugal.
* Amense en profundidad, cultivando la hermosa y necesaria complementariedad de la carne (soma) y del espíritu (nous).
Genitalidad, sexualidad, afectividad, la trilogía saludable.
* Los hijos, son cruz y alegría, trabajo y descanso, amor y exigencia.
Son camino cierto de madurez esponsal.
* Amigos, sí; relaciones sociales, también, siempre y cuando no retaceen horas a la vida familiar. El amor familiar se caldea con muchos tiempos de hogar.
* El matrimonio necesita un sostén, Dios, el Señor, fuente de todo amor. Y un espejo, la familia de Nazaret, modelo siempre actual.
El autor es director general del colegio marista de San Rafael (Mendoza).