“María canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza»

En la solemnidad de la asunción de la bienaventurada Virgen María, Francisco presidió la oración del Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano.

Por Sebastián Sansón Ferrari.- “Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”: este versículo del Evangelio de San Lucas, que narra el diálogo entre María y su prima Isabel, articula la reflexión del Papa antes de orar el Ángelus este lunes 15 de agosto. En la Solemnidad de la Asunción y ante una Plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos de todo el mundo, el Pontífice recuerda que estas palabras, “llenas de fe, alegría y asombro, se han convertido en parte del avemaría”.

“Cada vez que rezamos esta oración, tan hermosa y conocida, hacemos como Isabel: saludamos a María y la bendecimos, porque ella nos trae a Jesús”, añade Francisco.

“El canto de la esperanza”

María acoge la bendición de Isabel y responde regalándonos el Magnificat, explica el Obispo de Roma, para quien este se puede considerar «el canto de la esperanza».

“Es un himno de alabanza y exultación por las grandes cosas que el Señor ha realizado en ella, pero María va más allá: contempla la obra de Dios a lo largo de la historia de su pueblo”

«Dice, por ejemplo, continúa el Sucesor de Pedro, que el Señor ‘derribó del trono a los poderosos, enalteció a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías'» (vv. 52-53).

“Al escuchar estas palabras, podríamos preguntarnos: ¿no estará exagerando la Virgen, describiendo un mundo que no existe? De hecho, aquello que dice no parece corresponder a la realidad; mientras ella habla, los poderosos no han sido derrocados: el temible Herodes, por ejemplo, se mantiene firme en su trono. Y los pobres y hambrientos también lo siguen siendo, mientras los ricos siguen prosperando.”

La Virgen anuncia un cambio radical y profetiza

En su reflexión, el Papa se detiene en el sentido del cántico de María y considera: «No busca hacer una crónica del tiempo, sino decirnos algo mucho más importante: que Dios, a través de ella, ha inaugurado un punto de inflexión en la historia, ha establecido definitivamente un nuevo orden de las cosas. Ella, pequeña y humilde, ha sido elevada y -lo celebramos hoy- llevada a la gloria del Cielo, mientras que los poderosos del mundo están destinados a quedarse con las manos vacías».

“La Virgen, en otras palabras, anuncia un cambio radical, una inversión de valores. Al hablar con Isabel, mientras lleva a Jesús en su vientre, anticipa lo que dirá su Hijo, cuando proclame bienaventurados a los pobres y a los humildes y haga una advertencia a los ricos y a los que confían en su propia autosuficiencia. La Virgen, por tanto, profetiza: profetiza que no son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino el servicio, la humildad y el amor. Mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio y que reinar significa amar. Y que este es el camino al Cielo.”

¿Esta inversión profética anunciada por María toca mi vida?

Francisco propone algunas preguntas: «¿Creo que amar es reinar y que servir es poder? ¿Que la meta de mi vida es el cielo, el paraíso? ¿O solo me preocupan las cosas terrenales y materiales?». «Es más, al observar los acontecimientos del mundo, ¿me dejo atrapar por el pesimismo o, como la Virgen, soy capaz de distinguir la obra de Dios que, a través de la mansedumbre y la pequeñez, realiza grandes cosas?», añade. 

El Santo Padre enfatiza que «Ella es la primera creatura que, con todos su ser, en cuerpo y alma, atraviesa victoriosa la meta del Cielo». «Ella nos muestra que el Cielo está al alcance de la mano, si también nosotros no cedemos al pecado, alabamos a Dios con humildad y servimos a los demás con generosidad. Ella, nuestra Madre, nos lleva de la mano, nos acompaña a la gloria, nos invita a alegrarnos pensando en el paraíso. Bendigamos a María con nuestra oración y pidámosle una mirada profética, capaz de vislumbrar el Cielo en la tierra», concluye el Pontífice.

Sobre la solemnidad

La solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María fue fijada en el 15 de agosto ya en el siglo V, con el sentido de «Nacimiento al Cielo» o, en la tradición bizantina, «Dormición» de Nuestra Señora. En Roma, la fiesta se celebra desde mediados del siglo VII, pero hubo que esperar hasta el 1º de noviembre de 1950, con Pío XII, para que se proclamara el dogma dedicado a María asunta al cielo en cuerpo y alma.

El dogma definido por Pío XII

«Después de elevar a Dios repetidas súplicas y de haber invocado la luz del Espíritu de Verdad, para la gloria de Dios Todopoderoso que otorgó a la Virgen María Su especial benevolencia en honor de Su Hijo, Rey Inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para mayor gloria de su augusta madre y para alegría y regocijo de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos como dogma revelado por Dios que: la inmaculada Madre de Dios, la siempre virgen María, habiendo completado el curso de la vida terrena, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Pío XII, Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).

Fuente: https://www.vaticannews.va/es

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