Por Víctor Corcoba Herrero.- Tenemos que despertar hacia otro espíritu más auténtico y transformador, salir de esta anestesia anímica y tomar el camino existencial con la mente despierta y el corazón activo. Al igual que los ecosistemas mantienen el aliento en el mundo, también cada uno de nosotros estamos llamados a ser pastos vivientes, sin otro interés que el soplo donante. Por consiguiente, apremia que salgamos de este cementerio, que transformemos nuestros propios andares en luz, para abrazarnos a la ilusión de un renacer más justo, sin agotarse jamás ni perder la orientación. Entre tanto, hemos de suministrar el relato níveo, aprendiendo a valorarlo, así como la quietud vital para el camino. No olvidemos que hasta los avances conseguidos pueden convertirse en causa de conflictos. En efecto, aún necesitamos redescubrirnos, activar la paz con nosotros mismos, desde la nítida conjugación del amor de amar amor.
Indudablemente, en este mundo de antagonismos y atrocidades, se requiere poner el abecedario de lo certero en sintonía con todos los latidos vivientes. Desde luego, no está siendo nada fácil la tarea de mantenernos vivos y libres. Defender la supervivencia, cuidarla y promoverla, es tarea de todos y de cada uno de nosotros. Hemos de implicarnos en restaurar el mundo natural, pero también el universo de lo armónico. En consecuencia, escuchemos ahora por un instante el aire de retoño primaveral y volvamos a injertarnos en vena sus legítimas expresiones, como noble disfrute de convivencia entre análogos y reclamo hacia el bien moral. Sin duda, hemos sobrepasado todos los límites, nadie respeta a nadie, ni suele considerar el derecho internacional humanitario. Con esta atmósfera tan corrompida, va a resultar difícil levantar vuelo, crear un orbe mejor y más hermanado.
Por cierto, conservo aún viva en mí la emoción que sentí hace unos días, con la entrega de una persona que llamó a la puerta de mi alma, deseosa de poblar la soledad con la que convivo, contándome su última aspiración, que no era otra que vivir como un místico anacoreta, desvivido por los que nadie acaricia con la mirada, venciendo su propio egoísmo para no devorar la energía en el planeta. Por desgracia, siempre se repite la misma historia, cada ser no piensa más que en sí mismo. El yo, siempre el yo en los labios, sin deseos de conciliarse con ese astro inmenso lleno de posibilidades. No olvidemos que vivimos mientras nos renovamos, porque los vínculos no se han hecho para enviciarnos o destruirnos, sino para amarnos, revivirnos e injertarnos de secuencias. Esta es la cuestión, nadie puede subsistir por sí mismo. Auxiliarnos unos a otros, es la primera necesidad, para restarnos fatigas.
Seguramente, después de haber palpado la fragilidad que caracteriza la realidad humana y nuestra existencia personal, mantener nuestra propia continuidad como linaje nos insta a cuidar de forma conjunta la morada universal, a luchar contra el virus de la desigualdad, con garantía de un trabajo digno para todos, ayudando a edificar otro mundo más de la poesía que del poder, más de la savia lirica que de la fuerza de don dinero, que todo lo corrompe y esclaviza. Sea como fuere, requerimos de la sanación para revertir esta degradación humana que nos apedrea nuestros interiores, también vivir la regeneración de los cauces que nos encauzan hacia tantos despropósitos que nos amortajan nuestra singular esperanza, y además pedimos poder mirar a los ojos de cualquiera sin ser rechazados.
Uno tiene que saber cohabitar y tomar conciencia de su itinerario, no pecar de ignorancia y saber que existe para sí y para los demás. Amparar la supervivencia ha de formar parte de los pasos en el diario existencial de cada uno. Para la mayoría de nosotros es el proceder que no llevamos, porque hemos caído en el terreno de la falsedad y es más cómodo vivir en el vacío, que hacerlo plenamente; aunque sea más gratificante, pero produce un agotamiento grande. Es verídico que la presión que ejercen los poderosos terrenales es tan fuerte como dominadora, hasta el extremo que todo se sustenta en la ley del más fuerte, en la disgregación de valores y principios, en las fáciles ganancias y en los divertimentos del derroche; influyendo inevitablemente en nuestro modo de actuar, lo que debe hacernos repensar una vez más, en quien es resplandor de vida desde la cruz.
El autor es escritor español residente en la ciudad de Granada.