Para el poeta y periodista Esteban Peicovich, estábamos mejor hace doscientos años. “No me extrañaría que algún historiador comprobara que en tiempos del virrey Cisneros estábamos mejor que bajo el mandato de Néstor Kirchner”, arriesga.
Crítico de funcionarios y políticos que anteponen el ansia de mandar al afán de servir, Peicovich dice que el Presidente es un converso político tardío. “Para mí, toda su exagerada actuación revisionista de ahora no es más que una forma de tapar lo que él debió haber hecho y no hizo en su momento”, agrega. Aunque sus respuestas son vigorosas, Peicovich habla con serenidad, entrecerrando los ojos azules mientras reflexiona, como si no estuviera donde está (sentado en un sillón de su departamento), sino en algún punto elevado desde el que pudiera otear el pasado y el porvenir.
Es que Peicovich ha visto mundo. Fue corresponsal en el exterior durante dieciséis años. Dialogó largas horas con Perón (al que califica de “tremendo pícaro”), con Borges, con Robert Graves, con Anthony Burgess y con muchas otras personalidades destacadas del siglo XX. Hizo programas de radio y de televisión. Escribió libros de poemas y ensayos. Y aunque durante décadas fue testigo de las «inmundicias» del poder, cree en el hombre y no deja de sonreír casi nunca. «Tenemos que entrar en la parte oscura de nuestro país como se entra en una maleza impenetrable, y descender hasta muy abajo, como hizo Dante en la Divina Comedia «, y evoca en voz alta los primeros versos del canto del Purgatorio.
Peicovich nació en 1930. Fue redactor, columnista, crítico de cine de Clarín y secretario de redacción de La Razón . En 1963 recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios. Actualmente es columnista del diario La Nación. Entre sus obras se cuentan los libros Gente bastante inquieta , Instrucciones al pavo real , Poemas plagiados y Borges, el palabrista .
-En la última página del suplemento Enfoques, de este diario, usted hace una síntesis semanal de los sucesos relevantes del mundo. ¿Qué puede decirnos del espíritu de nuestra época?
-Hoy sucede algo muy extraño. A pesar de la velocidad con que cambia todo, estamos en una situación histórica de estancamiento. El vértigo de la vida moderna es pura ilusión. Lo que percibo es que esta época repite lo mismo una y otra vez. El hastío desplazó a la creación. No estamos modificando nada. Mientras que el siglo XIX era soñador y el siglo XX, innovador, la época nuestra está encapsulada, metida en sí misma, víctima de no sé qué enfermedad colectiva, que impide a las personas salirse de sí mismas.
-En ese contexto, ¿cómo ve la situación del país?
-Yo no creo que el nuestro sea hoy, estrictamente hablando, un país. Quiero decir, un país en serio. Lo que tenemos ahora acá es un neofeudalismo con un jefe autoritario. Además, estos señores feudales, y es lo más grave del asunto, se parecen a Herodes, porque les importa sólo el poder y su propio bienestar y desprecian a los miles de chicos que vagan hambrientos por todas las ciudades de la Argentina.
-Borges decía que los peronistas son incorregibles. ¿Coincide con él?
-Creo que no sólo son incorregibles, sino insalvables. Pero lo mismo puede decirse del partido conservador, de los radicales y de casi todos los políticos que hemos tenido acá en los últimos cien años. Tenemos el vicio nacional de pelearnos permanentemente, y de arruinarnos la vida una y otra vez sin aprender del pasado. Le digo más, y con mucha cautela: que no me extrañaría que algún historiador comprobara que en tiempos del virrey Cisneros estábamos mejor que bajo el mandato de Kirchner.
-¿En qué sentido?
-En primer lugar, comían hasta los esclavos. Y los que estaban en el poder hacían las cosas bien, porque, simplemente, trabajaban. Un tipo como Vértiz, que fue virrey del Río de la Plata entre 1778 y 1784, valía por mil Telerman, que mueve mucho las manos delante de las cámaras pero no hace nada eficaz. Hoy hay avidez por mandar y no por servir.
-Ante la inminencia del bicentenario, ¿qué sería adecuado que hiciéramos?
-Habría que rescatar a nuestros próceres. A Alberdi y a Moreno, pero también a Bouchard, que salió con su barco a liberar esclavos en 1816, imbuido de un sentido de la libertad que no tenemos ahora. Al contrario, lo que ahora hacemos es explotar a los pobres bolivianos y peruanos que vienen a nuestro país en busca de un futuro. Sin embargo, nos hacemos la ilusión de que estamos muy bien porque, al parecer, todo el país salió de vacaciones, cuando en realidad sólo un grupo, una minoría, pudo viajar y descansar.
-¿Qué les queda por hacer a los políticos honestos y a los hombres de buena voluntad que sueñan con una Argentina justa y próspera?
-Acá hay que salir a los campos, hay que salir a las calles, hay que ir a las villas, pero no en son de campaña. Digo salir de verdad. Mandar gente preparada a los lugares más oscuros y olvidados para que pueda elaborarse en la Argentina un verdadero contrato moral, un proyecto de país humano. Pero desde abajo. Desde los cimientos. Hay que liberar a las provincias del país que están olvidadas y a merced de tiranuelos enquistados en el poder desde hace décadas.
-Einstein dijo que sólo hay dos realidades infinitas: el universo, y la imbecilidad humana. ¿Cómo luchar contra esto?
-La imbecilidad de los políticos no es fruto de una organización genética desgraciada. No: padecen la imbecilidad propia de los miserables, la de los egoístas miopes. Después de esas camadas maravillosas que han sido nuestros bisabuelos y nuestros abuelos, nos quedó toda una resaca de gente muy menor… pero muy menor. Necesitaríamos miles de Sarmientos para revertir nuestra situación. Hacemos todo a los empujones, improvisadamente. Tenemos que mirar nuestra realidad nacional con sentido crítico. Lo urgente es que despierte nuestra conciencia individual, para que después pueda emerger la conciencia ciudadana. Usted, yo, somos personas, y pertenecemos a un todo armónico que es el universo, la especie humana, y nos estamos comportando como enemigos de la vida. Pensamos sólo en nuestro bienestar, y que el mundo se pudra… Pero nosotros también somos el mundo, así que nos degradamos junto con él cuando lo ignoramos, cuando pisoteamos a nuestro prójimo, cuando maltratamos a la naturaleza.
-Kirchner está empeñado en investigar sobre el pasado. ¿Lo calificaría de revisionista, de guardián de la memoria o de sembrador de discordia?
-Kirchner es un converso político tardío. En la época de la represión, tiró piedras desde lejos y cuando la cosa se puso fea se fue al Sur. Para mí, toda su exagerada actuación revisionista de ahora no es más que una forma burda de tapar lo que sintió en su momento que debía hacer y no hizo. En el Sur, es verdad que no regaló pan dulce y alpargatas… ¡De ninguna manera, porque en el Sur hace frío! Lo que él regaló para ganar las elecciones en su provincia fueron estufas. Y eso todo el mundo lo sabe. Así que si él ahora quiere revisar el pasado, tiene que sentar en el banquillo a los capitostes de la economía de entonces, a los banqueros, a los gobernadores, y a él mismo, por todo lo que hizo mal.
-Cuando usted dice que hay que avivar la conciencia individual antes de apelar a la conciencia ciudadana, ¿a qué se refiere exactamente?
-Hoy la televisión, la publicidad, los políticos, las modas, moldean a las personas. Nos quieren hacen pensar y desear las mismas cosas. Eso es alienante. El ser humano, cada persona, es producto de su conversación única con lo real, con sus miedos, con sus sueños, con lo que le pasa a los demás y con lo que cada cual se dice a sí mismo, en su fuero íntimo. Y ahí están la filosofía, la música, la poesía, para acompañar a las personas en ese diálogo interior y exterior, en esa aventura de autoconocimiento sin la cual no hay libertad posible, ni dignidad, ni dicha verdadera…
-¿Lo que usted propone, entonces, es que seamos capaces de madurar como personas, para que luego seamos capaces de crecer como ciudadanos?
-No hay otro camino. Las personas no se dan cuenta hoy de que son mucho más de lo que muestra y propone el mundo del espectáculo. San Pablo dijo: «Son dioses», y de eso no se da cuenta la gente. Sí, cada hombre es un dios, un ser único. A cada momento podemos hacer poesía, y no nos damos cuenta, y entonces imitamos a otros como autómatas, y nos desvalorizamos ante nosotros mismos.
-Como periodista, ¿dedicaría páginas enteras de un diario a la literatura universal, la historia y la filosofía?
-El 50% del periódico lo dedicaría a eso, sin dudarlo. Pero lo importante, sobre todo, es trabajar las noticias de un modo literario, que es lo que hicieron los grandes escritores como Dostoievski o Unamuno. Lo que importa en el periodismo no es el qué, sino el cómo. Si se cuentan las noticias humanamente, con calidez y conciencia, el lector hace suya esa novedad. De lo contrario, no hay noticias, sino solamente datos. Y los datos no mueven a nadie. Cuando no se logra que las noticias sean novedades, se apela a lo lúgubre, a lo morboso. ¿Por qué no es novedad que ayer no haya habido ningún incendio en Londres o que ningún obrero se haya caído de un andamio? Hay una forma de contar esas buenas noticias de modo novedoso, de convertirlas en notas de tapa de un periódico masivo…
-Chesterton decía que el periodismo consiste en informar que lord Jones ha muerto a personas que no sabían que lord Jones estaba vivo…
-Sí, pero él, como gran periodista que era, se daba cuenta de ese vicio del periodismo y contaba con maestría sucesos comunes.
Por Sebastián Dozo Moreno
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2007.