1.- Lo siempre nuevo de cada Adviento
Queridas hermanas y hermanos todos, de la Diócesis de Rafaela.
¡El Señor está al llegar! ¡La Virgen está embarazada y pronta a dar a luz! Junto a San José preparan el nacimiento de Jesús en Belén. Una vez más se abre ante nosotros, el horizonte de un «nuevo amanecer», es la inmensa alegría que llena de «esperanza» a toda la humanidad, porque Dios se hace hombre, para que el hombre pueda estar y vivir para siempre en Dios.
¡Qué Pueblo o qué nación tiene a su Dios tan cerca, y lleno de la ternura de un niño, que es Dios!
Es la Navidad, Dios se hace hombre, lo que las Profecías anunciaban desde antiguo: «Por eso el Señor mismo les dará un Signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo y lo llamará con el nombre de Emanuel (Dios con nosotros)» (Isaías 7,14).
«¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Si florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la Gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sharón. Ellos verán la Gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, digan a los que están desalentados: ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!» (Isaías 35,1-4).
Queridas hermanas y hermanos, este espíritu del «Adviento y la Navidad», es decir de un Dios que se hace historia, se hace carne y vive en medio de su Pueblo, es lo que acabamos de vivir, podríamos decir de manera anticipada, con el acontecimiento de la Celebración de «Las Asambleas Diocesanas», el pasado 11 de octubre, donde celebrábamos los «Sesenta Años de Iglesia Diocesana».
Sí, El Señor viene y nos abre el horizonte de un mundo nuevo, que va dejando el Covid-19, con una experiencia global de «vulnerabilidad», pero también de «reflexión y posibilidad».
Amanece un nuevo Sol, una nueva tierra, anhelo de una humanidad más fraterna y solidaria, capaz de cuidar y respetar la creación, comprometiéndonos en solidaridad, «escuchando» más a Dios y a los hermanos, es una tarea de todos.
2.- Las asambleas diocesanas
Hemos vivido con gran sentido festivo y agradecido los Sesenta Años de Vida Eclesial Diocesana, aceptando con humildad el «tiempo difícil de la pandemia», pero que no nos privó de la maravilla de la «comunión y la vivencia de la cultura del encuentro», que la creatividad de lo «virtual» y al mismo tiempo de lo «presencial», fueron ayudando a «encontrarnos y escucharnos» en los cinco Decanatos; «presencialmente los asambleítas» que representaban a sus comunidades y muchos virtualmente, donde a pesar de las distancias, nos hemos sentido muy «unidos» como Iglesia de Cristo, con la participación del Pueblo de Dios.
En el extenso pero «gozoso proceso» que abarcó el tiempo de casi cuatro años (2017-2021) de trabajo pastoral, la preparación de las Asambleas se realizó con un «perfil Sinodal» desde sus comienzos, buscando como Iglesia la participación de todo el Pueblo de Dios, y con el agregado importante de «aperturas y miradas diferentes» de agentes que no pertenecían al ámbito eclesial, ya que se invitó a participar con encuestas y reflexiones, y que mucho aportaron en esa primera etapa, donde se gestaron los «Hechos Significativos», desafíos grandes para nuestra Iglesia Diocesana en estos tiempos de nuevas culturas.
Hemos vivido «la Asamblea Diocesana», como un acontecimiento de la presencia de Dios en medio de su Pueblo, como una Gracia inmensa del amor infinito del Padre, con la presencia y mirada llena de ternura del Hijo y la fuerza y el ardor de la Vida del Espíritu Santo acompañando a la Iglesia.
Esta presencia de Dios en medio de su Pueblo es la que ha posibilitado un «discernimiento» de Su voluntad, donde la participación de las Parroquias, Comunidades, Movimientos, Consagrados, Áreas Pastorales, y con las síntesis de los Decanatos y la «presentación» del Consejo Diocesano de Pastoral y el Consejo de Presbíteros junto al Obispo, todos en «escucha», poniéndonos en el «lugar del otro», y con actitud de «diálogo y consenso» se llegó al «Objetivo General Diocesano» para este próximo tiempo Pastoral.
3.- El objetivo general diocesano
A) “Como iglesia evangelizadora, reavivar la fe”
Tenemos que vivir en clave de Misión, es decir como Jesús viene al mundo en cada Adviento, es lo que meditamos y vivimos celebrando, preparando cada año Su Venida, Su llegada en la Navidad.
Él es enviado por el Padre para salvar a la humanidad. Sale del seno de la Santísima Trinidad, se encarna en el vientre purísimo de la Virgen, pasa por este mundo haciendo el bien y entregando la vida para que nosotros todos podamos llenarnos de esa Vida Nueva.
Esto no lo podemos guardar sólo para nosotros, estamos llamados a «evangelizar». Vayamos como Jesús a los hermanos, es la humanidad que espera de la Iglesia.
Sirvamos a los hermanos: escuchándolos, compadeciéndonos sin juzgar y acompañando sin cuestionar, vayamos a compartir el amor sin preguntar, transmitiendo la alegría de la fe, de habernos encontrado con Aquel que cambió nuestras vidas para siempre.
B) “Redescubrir la alegría del servicio”
Despertemos primero dentro de la misma Iglesia, la alegría de servir. El servicio no es una carga, ni está destinado a algunos en la Iglesia, es la identidad de la vida de Dios. Jesús nos dice bien claro en el evangelio: “el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt. 20,28).
Que nuestro testimonio de una vida alegre, sencilla y servicial pueda ser el primer servicio, y pueda «unir naturalmente» a los que nos rodean. Asombremos a un mundo deslumbrado por la mundanidad de la soberbia de los más poderosos y fuertes, brillantes y oportunistas que sólo admiran las encuestas de los primeros puestos, son los arribistas de turno.
Estamos llamados a ser «cristianos alegres», atentos a las nuevas culturas, seamos creativos ante tanto individualismo y tanta autorreferencia, propongámoslo hermoso y bello de la Iglesia–comunidad, en la amistad y alegría del compartir, siendo «testigos» de vivir lo que nos hace plenamente felices; por eso la «gente buscaba a Jesús», encontrando el sentido de su vida.
C) “Promover la cultura del encuentro”
¡Cuánto nos ayuda esta manera «sinodal» de ser Iglesia para ser más conscientes cada día de vivir «la cultura del Encuentro»!, que no es otra cosa que ser fieles al «sueño de Dios», de convivir fraternalmente como hermanos, lo que Cristo en su pasión rogaba: «Padre santo, cuida en Tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn. 17, 11).
Como Iglesia, comunidad viva, estamos llamados a la unidad. Ser compasivos y misericordiosos, dando cabida a todos, sin excluir a nadie, capaces con la ayuda del Espíritu Santo de hacer esa «humanidad nueva», más fraterna y solidaria, donde se viva con justicia y paz, con la alegría de ser misericordiosos y realizar la caridad más profunda que es el perdonar como nosotros somos perdonados por el amor de Dios.
La multiplicidad de un mundo tan complejo y, al mismo tiempo, creativo en este tiempo de la Globalización, con el nacimiento constante de nuevas culturas, que desde la «modernidad y la industrialización» comenzaron a mostrar nuevas realidades, y que hoy tanto se han ampliado, con la «tecnología» y las «nubes virtuales», «la Iglesia» tendrá que tener siempre el anonadamiento de estar a la «escucha» y al «encanto del asombro», al estilo de la «Encarnación de Jesús», que no apareció deslumbrando con su ser de Dios, sino que adaptándose y haciéndose uno de nosotros supo convivir con nuevos lenguajes y estilos de vida, para llegar a todos, con el central servicio del anuncio salvífico, siempre actual y único, hecho de amor y capacidad de encuentro, traído desde el seno de la Santísima Trinidad, que es cumbre y plenitud de Encuentro Divino-Humano.
D) “Acogiendo a los más vulnerables”
En el aporte de las propuestas de la Asamblea se ha escuchado: «Fomentar el acompañamiento, para contener a los más vulnerables, mediante un estado de misión permanente», siendo cercanos a los necesitados, ayudándoles a salir de la soledad y abandono que la sociedad no posibilita, debemos tener siempre una mano tendida.
Estemos atentos –y no sólo desde nuestras Instituciones como Cáritas– a las nuevas realidades de pobreza, poniendo todas nuestras áreas pastorales al servicio de los más vulnerables, promoviendo el desarrollo Integral, desde la Pastoral Social, y desde las otras áreas como la Pastoral Penitenciaria, de la salud, de las Adicciones, ante las situaciones de Trata y Niñez abandonada, Adolescencia y Juventud, y vulnerabilidad de los Ancianos. Todos como Iglesia, tenemos que crecer y poner nuestros carismas al servicio de los desposeídos y más excluidos de la sociedad y atrevernos a iniciar nuestras tareas pastorales, desde los más alejados y desde las periferias existenciales.
E) “Mediante la misión, la formación y la espiritualidad popular»
Hoy la Iglesia nos pide hacerlo todo en «clave de Misión» ya que es parte de nuestra identidad creyente, algo esencial que no puede faltar, es la Vida del Espíritu que dio comienzo a la Evangelización. Es el Espíritu que estaba desde el comienzo del mundo: «La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas» (Génesis 1,2).
Es el Espíritu que llenó a Jesús, cuando volvió del desierto, dice el evangelio de San Lucas: «Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu…» (Lc. 4, 14). Y continúa relatando Lucas el comienzo de su obra evangelizadora, cuando Jesús iba de costumbre a la Sinagoga y se levantó para hacer la Lectura del Libro del Profeta Isaías, y abriéndolo encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. ÉL me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos, y la vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Isaías 4,18-19).
Es el mismo Espíritu que llenó a los Apóstoles en aquel primer Pentecostés, cuando estaban reunidos a Su espera, por «la promesa» que les había hecho Jesús; y aquí comienza la maravillosa aventura de la Vida de la Iglesia, que había nacido del costado herido de Cristo en la Cruz, donde la fuerza del Espíritu de ayer, pero también de hoy, lo hemos comprobado en este tiempo de «Asamblea», y será por siempre, por eso lo invocamos para que nos ayude en estos próximos pasos evangelizadores, a ser «todos» nosotros verdaderos «Testigos alegres» del evangelio de Jesús, hoy en nuestra querida Diócesis de Rafaela, como nos ha pedido Aparecida: «Discípulos-Misioneros» en una Iglesia en «salida» con las «puertas abiertas» de nuestros «Templos», donde todos se sientan invitados.
Conscientes de una «Formación» que la necesitamos y la haremos al estilo de Jesús, es decir, con «Gestos y Palabras»; así fue la vida de Jesús en esta tierra, evangelizaba no sólo con las enseñanzas que salían de su boca, sino también con los gestos cotidianos que aprendió junto a María y a José en medio del Pueblo sencillo y humilde.
Hoy dicen que «más que aprender de los que solo hablan», la gente anhela «el testimonio de vida», donde a lo mejor no abundan tanto las palabras y el estudio conceptual, pero sí los gestos de «compasión, de escucha, de cercanía y tolerancia, de paciencia y mansedumbre, de perdón y misericordia, de amor y caridad». Hermanos busquemos, más que a los que sólo saben, a quienes saben y caminan junto a nosotros en la entrega y sacrificio diario, que son los primeros en el compartir y tender una mano olvidándose de sí mismos, porque son felices cuando ven crecer y ser libre a su prójimo, viviendo con justicia, verdad y en paz con todos.
Qué bueno cuando la Fe sigue creciendo, se la sigue cultivando con un Itinerario permanente de Catequesis, que no se presenta como acumulación de verdades aprendidas en los libros para debatir y confrontar, sino que es la Verdad que nace de La Palabra de Dios hecha carne en Jesucristo y que, discerniendo sinodalmente como Iglesia, se afianza en diálogo y consenso que anida en la Tradición de la Iglesia, cuidada siempre bajo las llaves que Cristo entregó al Apóstol San Pedro y que hoy preside en la Caridad del Papa Francisco.
Lo que vamos meditando es imposible sin una «profunda espiritualidad», por eso qué importante que es el aporte del Pueblo de Dios, que intuyó y propuso en el Objetivo General Diocesano la «Espiritualidad Popular», porque es caminar unidos a esa «Piedad» que el querido Papa Benedicto XVI cuando dio el Mensaje Inaugural de «La Asamblea de Aparecida», destacó la «rica y profunda religiosidad popular en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos» y la presentó como «el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina». El Papa Benedicto, invitó a «promoverla y protegerla». Dice Aparecida que «esta manera de expresar la fe, está presente de diversas formas en todos los sectores sociales, en una multitud que merece nuestro respeto y cariño, porque su piedad «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» (Evangelii Nuntiandi 48). La Religión del pueblo Latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular (Puebla 444), profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana» (Aparecida 258).
Qué bien nos viene a toda la Diócesis, tan extensa de sur a norte, valorar y continuar integrando el espíritu religioso y profundo del Piamontés, que cultivó y se afianzó con dignidad y trabajo en el Sur de la diócesis, y la religiosidad (piedad) popular de la gente del Norte santafesino marcando también a fuego nuestra diocesaneidad.
F) Generando espacios de escucha y contención
Nos decía el Papa Francisco en la «carta» que nos escribió a «toda la Diócesis» con motivo de estar este año 2021, cumpliendo los «Sesenta Años de vida Diocesana», para la Celebración de las Asambleas: «Son momentos significativos para el santo Pueblo de Dios y para sus pastores, momentos que pueden servir para llamar a la reflexión, promover diálogos y unir voluntades».
Es por esto, queridos hermanos, que como proclama el final del Objetivo General Diocesano para estos nuevos tiempos eclesiales, es necesario crear estos espacios de «escucha, reflexión y contención», que como también nos dice Francisco en su carta: «…tiempo propicio para abrir los oídos a la voz del Espíritu Santo, acogiendo la semilla que el Señor va sembrando cada día en los corazones, mostrándoles la infinita ternura de su misericordia y dándoles la fuerza, para trasmitirla con la alegría del Evangelio. Sólo esa gracia, nos convoca, nos une y nos envía».
Escuchemos con sencillez a «la hermana, al hermano», no con respuestas aprendidas y anticipadas, preguntemos sin prejuicios, sin juzgar ni condenar. Vayamos al encuentro de los otros, poniéndonos en su lugar como Jesús, no dejemos de asombrarnos de los que están más alejados o piensan distinto, por el contrario, que se alegre nuestro corazón. Ayudemos a que salga a la luz lo que se esconde de Dios en cada persona, esto solo ocurre, cuando vamos con humildad y amor al encuentro de los otros, sin descalificar y juzgar. El proceso de «escucha» debe partir de la acción pastoral, de una mirada de la realidad y su contexto personal y eclesial.
Por tanto, vivamos esta ocasión de «encuentro, escucha y reflexión» como un tiempo de gracia, hermanos y hermanas: un tiempo de gracia que, en la alegría del Evangelio, nos permita captar al menos tres oportunidades:
La primera es la de encaminarnos no ocasionalmente sino «estructuralmente», hacia una «Iglesia sinodal»: un «lugar abierto» donde «todos se sientan en casa» y puedan «participar». Se nos ofrece una oportunidad para ser «Iglesia de la escucha», para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y «detenernos a escuchar».
«Escuchar al Espíritu en la adoración y la oración». ¡Cuánto nos hace falta hoy la Oración de Adoración! Muchos han perdido no sólo la costumbre, sino también la noción de lo que significa Adorar.
Escuchar a los hermanos y hermanas acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales.
Por último, recojo del reciente Discurso inaugural del Papa Francisco del Sínodo sobre la Sinodalidad: «Tenemos la oportunidad de ser una Iglesia de la cercanía. Volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios siempre ha actuado así. Si nosotros no llegamos a ser esta Iglesia de la cercanía con actitudes de compasión y ternura, no seremos la Iglesia del Señor. Y esto no sólo con las palabras, sino con la presencia para que se establezcan mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios. No olvidemos el estilo de Dios que nos ha de ayudar: la cercanía, la compasión y la ternura».
Hermanas y hermanos, este último contenido, «La escucha y la contención» del «Objetivo General Diocesano», surgido del discernimiento de todo el Pueblo de Dios que formamos la Iglesia Diocesana de Rafaela, tiene hoy primordial importancia, porque nos abren a estos tiempos nuevos de la Vida Eclesial, propuesta por el Papa Francisco para toda la Iglesia.
«Escucharnos» más será el camino a recorrer y el «servicio principal» que tendremos que continuar realizando todos, en estos nuevos tiempos, como Iglesia Evangelizadora, que no dudo, ayudará a Reavivar la Fe, a redescubrir la alegría del Servicio siempre en clave Misionera, posibilitando la cultura del encuentro, acogiendo a los más vulnerables, acompañados por un entusiasmante itinerario de formación, creciendo y aprendiendo creativamente de la espiritualidad popular, que con la presencia del Espíritu Santo obraremos unidos, una humanidad más fraterna, justa y solidaria al estilo del amor y encuentro del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
4.-Tiempo nuevo de gracia en la alegría del evangelio
Con la alegría de los «Sesenta Años de Vida Eclesial» y la «Celebración de Las Asambleas Diocesanas», al estilo del «Adviento», hemos comenzado un «tiempo nuevo diocesano» con el cual quiero dar a conocer de un modo «oficial y público», los «frutos de la Asamblea Diocesana», con la Votación de los cuatro «Objetivos específicos», para cada uno de los «Hechos Significativos», que comenzarán a regir para toda nuestra querida Diócesis de Rafaela a partir del Adviento: primer domingo de Adviento (fecha: 28 de noviembre de 2021).
Todo esto es fruto de la «Asamblea Diocesana» realizada por todos los Asambleístas reunidos en cada uno de los cinco Decanatos, representantes de todas las parroquias, de la Vida Consagrada, de las diversas Áreas Pastorales diocesanas, así como de los distintos Movimientos e Instituciones, que junto a todos los Bautizados conformamos el Pueblo de Dios de esta Iglesia Particular de la Diócesis de Rafaela.
Pasada la centralidad del encuentro al que nos convocó la Asamblea Diocesana, vamos ahora a continuar el modo de ser Iglesia Peregrina, donde tenemos que ir diagramando y construyendo, con la Guía del Espíritu Santo y con las fundamentales actitudes hoy «de la escucha, y de la participación de todos» y como siempre en «comunión y misión».
Dice el Papa Francisco: «Quisiera decir que celebrar un Sínodo, siempre es hermoso e importante, pero es realmente provechoso, si se convierte en expresión viva del ser Iglesia, de un actuar caracterizado por una participación auténtica» (Francisco 10/10/21).
Este ser Iglesia, lo hemos vivido de un modo profundo con la Votación de los Asambleístas, representantes de todo el Pueblo de Dios, al elegirse los cuatro Objetivos específicos propuestos para cada Hecho Significativo, que ahora se los presento y nos acompañarán en el «próximo tiempo pastoral», como Iglesia Evangelizadora en toda la Diócesis. Será el gran desafío que tenemos como Iglesia en el futuro próximo.
1.- Ante el Hecho Significativo de Malestar y Vulnerabilidad Social como Iglesia Diocesana, nos proponemos:
«Ir al encuentro de los hermanos, escuchar sin juzgar, acompañar sin cuestionar, amar sin preguntar y transmitir la alegría de la fe».
2.- Ante el Hecho Significativo de Búsqueda de Dios, fuera de la Iglesia como Iglesia Diocesana nos proponemos:
«Renovar la pastoral de misión y acogida para reconocer y promover el encuentro con Dios en las diversas realidades humanas».
3.- Ante el Hecho Significativo de Vida de fe poco profunda como Iglesia Diocesana nos proponemos:
«Cultivar la formación de los agentes de pastoral y renovar el fervor misionero para vivir la alegría del evangelio mediante la oración personal y comunitaria».
4.- Ante el Hecho Significativo: La familia y la Iglesia no acompañan a las nuevas generaciones en su crecimiento humano y espiritual como Iglesia Diocesana nos proponemos:
«Generar espacios de acompañamiento a las familias y a los jóvenes para encontrar en Jesús respuestas a sus problemas e inquietudes».
Conclusión
He tratado, hasta aquí, de compartirles este momento de Gracia que estamos viviendo en estos Sesenta Años de Vida de la Diócesis, con la Celebración de las Asambleas Diocesanas, que manifiestan el «obrar de Dios» en medio de su Pueblo, al entregarnos este fruto maduro que a lo largo de los últimos 4 años, se fueron elaborando al estilo de una Iglesia que optó por ser «Sinodal», comprometida y participativa, dando lugar a todos, en clave Misionera, con discernimiento, guiada por el Espíritu Santo, que con ardor y entusiasmo, fue mostrando al Santo Pueblo de Dios los próximos caminos Pastorales, con los Objetivos Generales, los Hechos más Significativos que desafían hoy a la Iglesia Diocesana, y que se compromete fervientemente en el futuro, a trabajar con los Objetivos Específicos, recién elaborados por el Pueblo de Dios en la Asamblea Diocesana.
Es decir, vivir la «sinodalidad» es «caminar juntos».
La Sinodalidad del Pueblo de Dios implica –antes que una metodología pastoral– un modo de vida eclesial que exige «caminar juntos», escucharse, respetarse, renunciar a la manía del control, no excluir a nadie, involucrar a todos, y confiar en que el Señor se revela a los pequeños (cfr. Lc 10,21-24).
Queremos vivir esta Sinodalidad renovando nuestra opción por ser una Iglesia que escucha, que discierne y que elige criterios y caminos para el anuncio del Evangelio.
Ya, si Dios quiere, en el mes de marzo, al comienzo de las actividades pastorales del próximo año 2022, el Consejo Diocesano de Pastoral, luego de consultar al Consejo de Presbíteros, comenzará a hacerles llegar a cada parroquia, a cada Comunidad, a la Vida Consagrada, a los Movimientos e Instituciones Diocesanas, así como a todas las Áreas Pastorales, los primeros pasos de la nueva etapa a vivir en sinodalidad, en la Pastoral Diocesana, trabajando en comunión en los cinco Decanatos.
El criterio fundamental será el de toda la Iglesia en estos Tiempos Nuevos de la Evangelización, es decir: La Sinodalidad en la Iglesia, son los caminos de participación y comunión, siendo Discípulos-Misioneros.
Que este tiempo del Adviento, en que nos preparamos para el gozoso nacimiento de Jesús, del vientre purísimo de la Virgen María, sea el signo siempre nuevo de cada Adviento, que abre a la esperanza, al comienzo de la llegada de “Alguien” totalmente nuevo, que viene a traer la paz, la salvación, el consuelo y la alegría, capaz de obrar la justicia y la fraternidad. Es el Niño Jesús que nace en Belén, de la Virgen María y junto a San José en un pesebre, «Quien» desde su pobreza, viene a enriquecernos para siempre.
Y no se olviden nunca: ¡Viva la Virgen!
Rafaela, sede episcopal, 19 de noviembre de 2021.