El derecho a que le dejen a uno recrearse y crecerse mientras toma sorbos de aire limpio, traspasando el medio ambiente, es ya una vieja canción que todos sabemos. Pues nada, de nada sirve. Más que nunca, a pesar de estar todo atado con leyes y más leyes, hace falta reivindicarlo. La irresponsabilidad es manifiesta. Ahora se publica otra nueva normativa encaminada a reparar el daño causado, claro está con independencia de las sanciones administrativas o penales que también correspondan, y la incredulidad reconozco que me embarga. No se ha hecho otra cosa que legislar y esto no ha frenado los agentes contaminantes. Lo de quien contamina, paga; también es otra cantinela que ya nos conocemos. Pues venga, que sea verdad. Aquí lo que hay que hacer es actuar más y legislar menos. O sea, aplicar la ley sin titubeos contra aquellos (entre los que está a veces incluida la propia administración) que intoxican fuentes, ríos y mares; contra los que dañan la flora y la fauna injertando colmenas de hormigón; en definitiva, contra los violadores de la belleza natural. Infractores que campean a sus anchas, a pesar de sus persistentes desobediencias.
Quizás habría que utilizar los resortes de prevención ambiental con mayor eficacia y tesón. Ya me dirán cómo se pueden devolver recursos naturales cuando el daño es tan extremo que ya no existen como tales. Con una mera indemnización dineraria no es posible devolver paraísos perdidos, especies silvestres innatas a un hábitat que se ha destruido, riberas de un mar o de rías cuajadas de mezclas nocivas por actividades económicas o profesionales. En consecuencia, la nueva ley de responsabilidad medioambiental que entra en vigor el 25 de octubre, aunque sus efectos se retrotraen al 30 de abril de este año, salvo lo dispuesto en los capítulos garantías financieras e infracciones y sanciones, poco o nada va a aportar a lo que ya reconoce el artículo 45 de la Constitución de “derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo”; articulado complementado por otras normas expansivas.
Las irresponsabilidades ambientales es más un tema de educación que un tema que exige normas y más normas. Téngase en cuenta que ya estaba previsto por el legislador establecer sanciones penales o, en su caso, administrativas, así como la obligación de reparar el daño causado. ¿Qué se ha hecho al respecto? Hasta ahora muy poco, por no decir nada, para salvaguardar el entorno natural y la utilización racional de todos los recursos naturales. La solidaridad colectiva tiene otros rumbos más estéticos, exige cambio en los modos de vida y en la manera de vivir. En todos, ciertamente, está invertir cuidados que pasan por la ética y la conciencia, tanto en el modo de producción como en el de consumo. Por ejemplo, que España sea el tercer país del mundo con mayor número de Reservas de Biosfera es una buena noticia educadora y educativa para reducir la pérdida de biodiversidad, mejorar la calidad de vida y elevar las condiciones sociales, económicas y culturales, necesarias para un medio ambiente sostenible. Uno es para siempre responsable de lo que le han concienciado. Al final, la persona instruida y sensata puede arrimarse al fuego, pero sólo el irresponsable se queda viendo la llama y no haciendo nada por remediar la quema. Las leyes por sí mismas pueden cortarnos las alas, pero jamás pensaremos por nosotros mismos que el total es lo que importa. Y a la primera de cambio, seguiremos con los hábitos de la negligencia y abandono.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
El autor vive en Granada (España) y envió esta colaboración para www.sabado100.com.ar