Por Adán Costa.- Hacia el año 1876 siendo Adolfo Alsina ministro de guerra de la Nación del presidente Nicolás Avellaneda, tomó la decisión de crear una zanja o trinchera que pasó a la historia como la “Zanja de Alsina”, debido al incesante reclamo de estancieros y comerciantes contra los mapuches, ranqueles, tehuelches y sus malones. Décadas antes, Juan Manuel de Rosas, con propósitos parecidos, había ideado una política de acuerdos con los pueblos originarios, conocida como de “malones y raciones”. Rosas, muy versado tanto en la lengua de los tehuelches como en el español, fue amigo personal de muchos poderosos caciques tehuelches. Se le asignaba al indígena raciones de alimentos, animales, vacunas y medicamentos, con el compromiso de evitar la incursión de los malones. En el fondo hay una cuestión filosófica aún sin solución, el sentido de territorio para los originarios y la explotación económica de la tierra para Occidente. La política de Rosas generaba muchas veces incumplimientos, faltantes, aprovechamiento de los propios encargados de cumplir con los acuerdos, con su reacciones en términos de malones. Ya hacía más de veinte años que Rosas, después de Caseros, se había alejado del poder, con lo cual la zanja en principio se planeó como una línea de frontera física de fortines y mangrullos desde Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires hasta Italó, el sur de la provincia de Córdoba, y se imaginó (cosa que nunca se concretó) hasta San Rafael, al sur de Mendoza. El proyecto de Alsina, no pretendía sumar nuevas tierras al dominio nacional argentino. Pero sí esperaba que cumpliera con una función eminentemente defensiva, deteniendo los permanentes ataques de los malones, y evitando los arreos de ganado por la ruta de las denominadas “rastrilladas mapuches”.
El proyecto fue encargado al militar Conrado Villegas y al ingeniero Ebelot. Sumamente costoso y dificultoso de ejecutar, a tal punto que quedó inconcluso con la muerte de su inspirador. Pero en Argentina los intereses británicos ya venían operando muy fuerte, demandando incesantemente cereales y cueros, razón por la cual la Sociedad Rural Argentina necesitaba tierras, terratenientes y latifundios. Dos años después, en 1878, decidió radicalizar la apuesta financiando una campaña militar de ocupación del territorio, siendo Julio Roca su brazo ejecutor, comandando la Campaña del Desierto. Equívoco con el cual se educó a generaciones de argentinos planteando un desierto donde en realidad vivían centenas de comunidades originarias, lavando cualquier tipo de conciencia crítica. Con esos eufemismos se ocultó lo que verdaderamente fue, un etnocidio. Y algo tan o igual grave que eso, que de por si es criminal e inaceptable. Puso a nuestro país de espaldas a su historia sembrando un anti-indigenismo, demonizando colectivos sociales, que en buena medida sigue hasta hoy.
A su vez algo relativamente parecido pasó a partir de los años 2000, cuando China comenzó a demandar porotos de soja para alimentar a sus cerdos y el precio subía extraordinariamente, se decidió expandir la frontera sojera a lugares que no estaba aptos para los cultivos, desmontando y deforestando sin paz. Esas alteraciones de la Naturaleza siempre se van a pagar. En términos de recalentamiento, bajantes de ríos, incendios, temperaturas elevadísimas, tropicalización de zonas templadas, alteración de los ecosistemas naturales. Muchos pensamos el concepto de ecocidio. A su vez, también trae consecuencias funestas en términos económicos, porque provoca una economía de la concentración. La Zanja, que fracasó como objetivo militar, llevó a la práctica el sentir de las elites de poder de fines de un siglo diecinueve, trazando una frontera entre la civilización y la barbarie. Operó como un potente constructo cultural. Por su destino, la historia jamás podrá apagarse. Quienes transitamos por la actual ruta nacional 33, desde Bahía Blanca hacia el norte, debajo quedan las cicatrices de lo que fuera esa frontera. Las localidades que hoy se articulan a lo largo del camino es una reseña toponímica de nuestra complejidad. Nombres mapuches intercalados con apellidos militares. Puán, Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué, junto con General Villegas (el constructor de la zanja) o General Cerri. En mapuche Puán significa “alma de los muertos”. «Trenque Lauquen», laguna redonda. Guaminí, “isla adentro”. Carhué, “lugar verde”. Si hay toponimia, hay recuerdo. Si hay recuerdo pensado, hay memoria. Sólo si hay memoria colectiva y activa, hay futuro.
El autor es abogado y docente universitario de la ciudad de Santa Fe.