Por Luciana Inés Mazzei.- Como cada año, el 25 de marzo se conmemora el “Día del niño por nacer”, fecha que nos lleva a la reflexión acerca de diferentes miradas, consecuencias y desafíos. Se trata de visibilizar la vulnerabilidad del niño, pero también de la mujer, del varón y la sociedad toda.
Una sociedad que no puede acompañar la vulnerabilidad en todos los estadios de la vida, sean cuales sean las condiciones de las personas, es una sociedad condenada al sufrimiento, al dolor y a la violencia. Porque la vulnerabilidad trae sufrimiento, el dolor trae enojo e impotencia y la impotencia lleva a la violencia, porque quien sufre no ve reconocidas y satisfechas sus necesidades más humanas: el respeto y el amor.
La persona vulnerable es aquella que, por alguna circunstancia, personal, familiar o social, no puede valerse por sí misma.
La vulnerabilidad no reconoce sexo, clase social o trabajos. Todos podemos ser, sentirnos y estar vulnerables en algún momento de nuestra vida. El rechazo hacia el niño por nacer, los niños y jóvenes abandonados dentro de sus hogares, la pobreza estructural de quienes no tienen cubiertas sus necesidades básicas, la mujer sometida a la violencia, el varón que no encuentra un trabajo digno, el enfermo y el anciano que se sienten solos y abandonados, son ejemplos de vulnerabilidad en una sociedad que no es capaz de mirar al otro como una persona digna en sí misma, por el sólo hecho de ser persona.
Nuestra vida es frágil y vulnerable. Aunque cuando logramos autonomía e independencia, y podemos tomar decisiones sobre nosotros mismos y sobre otros, creemos que nada nos puede golpear. Esta incapacidad de reconocer la posible vulnerabilidad propia, lleva a pensar que, al eliminar la vida de algunos, en determinadas circunstancias, es la solución al sufrimiento o a los problemas que pueda traer esa vida.
Este creerse todopoderoso e invulnerable hace que en la sociedad se instale la creencia de que los más fuertes y sanos puedan disponer de la vida de los más débiles o enfermos. Pero esta creencia deja profundas y dolorosas heridas en la persona y la sociedad en su conjunto.
El respeto por la vida se ve debilitado en todas sus etapas, quedando la dignidad de la persona, condicionada a la conveniencia de otros, a la capacidad de desarrollar ciertas tareas y a la autonomía del sujeto. Priman los intereses individuales sobre los familiares o sociales.
La maternidad/paternidad y la familia, como pilares de la sociedad, se ven socavados por la búsqueda del placer sexual sin consecuencias que puedan truncar metas u objetivos personales. Se pierde la noción de responsabilidad en los vínculos familiares, no sólo como padres sino también en el resto de los vínculos que se generan en una familia; el compromiso por la vida del otro queda minimizado detrás del propio deseo y proyecto de vida.
Se promueve una valoración utilitaria de la vida del otro: cada persona vale si sirve para… donde la vida deja de ser un don que debe protegerse y cuidarse. La vulnerabilidad deja de ser un tema de todos y pasa a ser una molestia. La persona en condición de vulnerabilidad tiene que ser escondida, tapada y eliminada para que no moleste, que no interrumpa mi felicidad y me interpele.
Pensar que algunas vidas valen más que otras para ser moneda corriente en el imaginario social provoca una alta desensibilización ante la violencia, ampliando la indiferencia hacia los que sufren. Mujeres y hombres que violentan la vida del no nacido sufren consecuencias psicológicas serias como depresión, ansiedad y estrés postraumático, lo que provoca más violencia hacia los vínculos cotidianos, porque hablar de lo que pasó sigue siendo tabú.
Para los países, el aborto tiene consecuencias demográficas y económicas, ya que, con el aborto y la baja natalidad, disminuye la población en edad de trabajar, produciendo un envejecimiento acelerado que puede provocar crisis económicas y falta de trabajadores.
Una sociedad que protege la vida desde la concepción, es una sociedad que se protege a sí misma. Valorar la vida es valorar a cada persona que forma la sociedad.
La autora está radicada en Rafaela. Es magíster en Orientación Educativa Familiar.