El obispo de la diócesis de Rafaela Luis Fernández presidió esta noche la misa del Domingo de Ramos (el inicio de la Semana Santa en el que se celebran la pasión, muerte y resurrección de Jesús) en la Catedral San Rafael. A continuación se comparte la homilía:
Con el Domingo de Ramos comenzamos a vivir los últimos días de Jesús, en la Semana Santa de los cristianos, con su “entrada triunfal” a Jerusalén, camino profundo de entrega amorosa por toda la humanidad, que va llegando a su plenitud, con la pasión, muerte y resurrección que celebraremos el próximo Domingo de Pascua.
Hoy es la entrada, “mansa y humilde” de Jesús, montado en un burro, desde la cercanía del Monte de los Olivos a Jerusalén. No llega montado en un caballo, ni viene con la arrogancia de los poderosos y soberbios, imponiendo, avasallando, prepoteando o invadiendo, ni es una iniciativa de su decisión, sino la espontaneidad e intuición del pueblo, en especial de los niños que con su inocencia y candidez, reflejan las realidades más profundas del corazón humano.
Dice el evangelio que la multitud se acercaba a Jesús, que extendía sus mantos por el camino, mientras otros cortando ramas de los árboles, lo alfombraban y la multitud que lo precedía gritaba “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del Señor; hosanna en las alturas”, y cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, reconociéndolo como el profeta de Galilea.
Celebramos a Aquel que es el esperado, el que toda la Escritura había anunciado como el descendiente de David, que Dios en su ternura, había prometido y ahora, enviaba a su Pueblo para darle la Salvación.
Al mirar desde lo “alto”, la gente abría su corazón a la trascendencia, reconociendo a alguien que está más allá de nuestra realidad creada y humana. Y lo reconocen desde su sencillez y enseñanzas, que habían oído hablar de Él, y de esta manera insólita de aparecer, reconociendo que esta manera de hablar, de ser y de vivir es lo que trae paz y alegría, para ser verdaderamente felices y plenos en la vida.
La Semana Santa son los días centrales del misterio de Dios en medio nuestro, tiempos propicios para la oración. Hoy comienzan los últimos días de Jesús con nosotros en esta Tierra, su entrada triunfal en Jerusalén, ocurre en el tiempo en que los judíos celebraban la Pascua, era el tiempo en que llevaban al templo las primicias de sus cosechas, por lo tanto en un clima de inmensa alegría.
Aquél grano, sembrado en la tierra, alcanzaba la plenitud de una transformación de algo totalmente nuevo que era comida y bebida para vida de las familias, en el pan y en los frutos de la bendita tierra.
Ahora la verdadera y plena Pascua la hará Cristo que también con su entrada a Jerusalén y su pasión, muerte y cruz, resucitará venciendo la muerte como el fruto pleno capaz de salvar y dar nueva vida a la humanidad. Esto es lo que reconocieron y celebraron las gentes y niños en aquel primer Domingo de Ramos de la historia y que hoy nosotros estamos aquí, también con la misma emoción y fe celebrando el comienzo de esta Semana Santa 2022.
Nosotros hoy necesitamos también con Jesús subir al templo, levantar nuestra vida, la mirada, para recibir su presencia, que anime y ponga nuevo ardor, que nos ayude ante las injusticias y angustias por las que transita la vida, reconociendo que ninguna de las realidades humanas pueden satisfacer en plenitud la vocación más profunda de la mujer y el hombre, como es vivir una humanidad nueva, feliz, en paz, donde todos tengan posibilidades y nadie se sienta discriminado.
La Pascua cada año tiene la potencialidad divina del Espíritu, capaz de poner en cada uno de nosotros las fuerzas más vigorosas, para creer que podemos vivir como seres humanos, porque la fuerza no viene de nuestro interior o iniciativas que a veces confunden y dividen, sino que nacen de la vida nueva de la Pascua de Jesucristo. Su actitud de amor y entrega generosa es bien clara para los que aciertan a ver, aceptando a Jesús.
Dios nos ayude a reconocer en este domingo de Ramos, como lo reconocieron el pueblo y en especial los niños a aquel que es el Mesías, el esperado de todos los tiempos. Solo una fuerza del Espíritu profético, en nuestro interior es capaz de movernos a gritar con alegría indescriptible, capaz de transformar nuestras vidas con la felicidad de haber encontrado “todo”, lo que esperamos y deseamos, perfeccionando y plenificando nuestra existencia.
Hoy la humanidad pareciera haber perdido el sentido de la orientación, del porqué de las cosas, y hasta una indiferencia por discernir con valentía las grandes preguntas de la vida, de nuestra presencia en este mundo, lo relacionado con el bien, la verdad y la belleza, a veces atraídos solo por la técnica, los avances económicos, cuando no sumergidos y atrapados en la angustia y tristeza de la realidad de la vida, cuando avanzamos en medio de un covid o de cercanas guerras mundiales.
Hermanas y hermanos comenzamos la Semana Santa, se acerca la Pascua, pidamos el Espíritu que tuvieron aquellas gentes y niños de Jerusalén, que no eran grandes dotados, ni potentes ni geniales en el primer Domingo de Ramos, sino mujeres y hombres de esta Tierra, gentes como nosotros, de todos los días, de familia y trabajo, con el estilo de Jesús humilde y sencillo, pequeños de este mundo, abiertos al Espíritu que trae la Pascua, porque “si nosotros callamos, gritaran las piedras”, ante la proximidad de la salvación…