Por Jorge Lanata.- El mundo se detuvo a las 7.27 del miércoles pasado cuando todavía era de noche, esa hora en la que las casas y la calle parecen estar fuera de foco.
El sol iba a salir a las 7.39. Lo último que vio habrá sido el borde mojado de la calle o la cara y la voz del barrendero que acudió a ayudarla, pero es difícil decirlo porque después del golpe (la golpearon fuerte, muy fuerte) no creo que pueda verse nada con demasiada claridad.
Tenía 11 años y mucho miedo. Leí anoche que una activista paquistaní, Malala Yousafzai, dice que “existen pocas armas en el mundo tan poderosas como una niña con un libro en la mano”. ¿Qué libro tendría Morena Domínguez en su mochila? ¿Tendría algún libro? ¿Habrá querido cambiar el mundo? ¿Habrá soñado con ser una princesa? ¿Qué chico de su colegio le gustaba? ¿Habrá estado enamorada de un nene al que ni siquiera le tomó la mano?
Los ingleses dicen “fall in love” (enamorarse ,pero seria “caer en el amor”), esos amores secretos y definitivos de los niños. Nunca lo vamos a saber. Ahora le duele mucho el cuerpo y tiene mucho miedo y está tirada en la calle Molinedo al 3.200 de Villa Giardino, Lanús, provincia de Buenos Aires.
En la diagonal de la escena están las larvas. Las larvas (así los define Nahuel Gallotta en la nota publicada en Clarín) que agarraron una moto robada el día anterior y se drogaron toda la noche que ahora esta por convertirse en día.
”Salir a larvear -escribe Gallotta- significa cometer uno de los actos mas bajos de la delincuencia: robarle a un trabajador bajo o a alguien indefenso, un anciano, una mujer o una niña como Morena”. Las larvas son pibes que están muertos pero todavía caminan. Matan porque les da lo mismo, porque ya no les produce nada.
”Matanenas” los bautizaran los presos. Las larvas estaban “rancheando” en los pasillos de Acuba 1 o de Acuba 2, dos de las tres villas que rodean la escena, hasta que decidieron salir a cazar. Una de las larvas tenía pedido de captura, pero ya sabemos que la Justicia es idiota o loca y nunca sale de su cueva a buscar a nadie.
Como esta escena no sucede en Capital sino en Provincia, donde la gente vale menos, la ambulancia tardó 40 minutos en llegar. Y Morena murió a las 8.30.
Tengo acá, a mi derecha, un informe con unas 14 páginas llenas de de palabras. Las palabras dicen “Régimen Penal Juvenil”, ”Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil del Departamento Avellaneda-Lanus”, ”institución”, ”magistrado de turno”, ”discreción”, ”jóvenes”, ”red de contención fáctica” y siguen así. Hace tiempo que las palabras están vacías. ”Imputado”, ”División Comisaría Vecinal”, ”carátula”, ”prevención”, ”dependencia”.
Yo no puedo dejar de pensar en la princesita tirada en el piso, en el barrendero que fue a ayudar, en los chicos del colegio Almafuerte que ahora se agolpan en la puerta, en los 40 minutos de espera con la ambulancia que nunca llega. ¿Hubiera estado viva? Las larvas ya escaparon. ¿En qué momento de la mañana se enteraron de que se habían convertido en matanenas?
Debe haber sido al mismo tiempo en que Argentina se cayó como un castillo de naipes: todos se empezaron a golpear el pecho, los políticos suspendieron los actos de campaña, se ocultaron por primera vez de los micrófonos, los funcionarios y la policía necesitaban resultados, un ejército de hombres grises y atemorizados se lanzó a buscar culpables.
”Justicia por Morena”, decían los carteles que empezaban a salir por la televisión y estaban escritos a mano, en una hoja A4 o en cualquier cosa. Y a las pocas horas detuvieron a las larvas. Y fue entonces cuando esta historia se cruza con la mía: un pibe mira a cámara mientras lo detienen y dice:
-¡¡Los voy a matar a todos, gato!!
Es el Polaquito. Tiene 17 años y cumple la mayoría de edad el mes que viene. Una nota de Rolando Barbano en PPT lo mostró a los 11 y generó un escándalo. El equipo de Canal 13 llegó a Villa Diamante siguiendo la historia de un jardín de infantes que sufría constantes robos. Mientras Rolo grababa el informe apareció el terror del barrio. Un nene de once años -cuyo rostro apareció blureado al aire- decía tranquilo, aunque con cierta excitación, que había matado a “un transa paraguayo” y que le gustaban las armas.
-Yo no le tengo miedo a nada- aseguró por entonces El Polaquito a cámara. Tenía a su madre adicta y a su padre preso. El mismo ya se drogaba y vivía en una casa sin baño en la que usaban un tacho de pintura para hacer sus necesidades.
La Tribuna de la Hipocresía Nacional salió a golpearse el pecho: ¿cómo mostraban a un nene así por la televisión? Era revictimizarlo, estigmatizarlo. Intervino el Ministerio de Desarrollo Social. Juan Grabois dijo que su agrupación iba a cuidar al chico y a la madre.
En efecto el Polaquito estuvo poco tiempo en una clínica de rehabilitación y escapó. Fue detenido en varias oportunidades: en 2019 por el robo de una moto. Su expediente se tramitó en el Juzgado de Familia 4 a cargo de la jueza Estela Morano que “priorizó su relación con la familia”. ¿Qué familia? La madre adicta y el padre preso. La última aparición del Estado en la historia del Polaquito fue un subsidio y el alquiler de un techo para su mamá en Avellaneda.
Y ahí volvió el Polaquito, a ranchear con las larvas en los pasillos de Acuba 1 o Acuba 2. Aunque no lo sabe, el Polaquito está muerto también.
En el Departamento Judicial de Lomas de Zamora en 2022 hubo 3.339 investigaciones por delitos de menores. Solo en 190 casos los fiscales pidieron alguna medida de coerción. Eso es el 5,6% del total.
Fuente: https://www.clarin.com/