“Creo que la desaparición de las antinomias es algo que podemos celebrar”, dice el escritor Alan Pauls cuando reflexiona sobre los pros y los contras de la Argentina contemporánea. Pauls nació en 1959 y fue profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires. Fue el ganador de la 21ª edición del Premio Herralde de Novela, otorgado por la Editorial Anagrama, con su obra El pasado.
“Hoy nadie puede hablar de derecha y de izquierda sin reconocer que está brutalizando la realidad, no describiéndola”, dice, contento de que el debate de ideas haya dejado de ser esquemático. Insiste: “Pensar que las cosas son simples, es decir, simplificar la realidad en el mundo de hoy es fascista”.
Pauls ha publicado varios relatos cortos y ensayos sobre literatura. Su obra literaria ha sido traducida al francés. Su primera novela fue El pudor del pornógrafo, publicada en 1984.
Es guionista y crítico de cine. Actualmente, el director Héctor Babenco está filmando una película basada en El pasado. Puede decirse de Pauls que tiene opiniones muy poco obvias sobre los temas que más apasionan a los argentinos.
“Creo que una de las cosas que le han hecho mal a la Argentina es el deporte. Yo lo erradicaría, porque es el último territorio de la cultura donde la gente todavía cree que se trata de uno contra otro, donde justamente sigue rigiendo la lógica bipolar del enfrentamiento.»
-Hay una definición de intelectual que dio Tomás Abraham: una persona con formación en humanidades que se dedica a la literatura y a ciertos saberes que tienen que ver con la conducta humana. Usted parece tener todos esos síntomas. ¿Se considera un intelectual?
-Es una descripción de intelectual bastante amplia, muy generosa, pensada para incorporar bajo la categoría a la mayor cantidad de gente posible. Es una definición democrática. En ese sentido, sí, soy un intelectual. De todos modos, la idea que yo tengo de los intelectuales es de quienes, en general, tienen principios bastante fijos a partir de los cuales miran y piensan las cosas. Los enunciados que formulan siempre tienen un cierto valor de verdad. Y siempre tienen un alcance que va más allá de lo inmediato. En este punto me diferencio de ellos, porque la mirada de un artista es bastante diferente de la de un intelectual.
-¿Prefiere que se lo defina como un artista?
-Me parece más cómodo, por lo menos en este momento. Yo tuve una relación fuerte con la Universidad y con el trabajo intelectual y poco a poco me fui alejando. Comencé a dedicarme más a la literatura. Cuando yo trabajaba en el ámbito de la academia, en torno a la teoría literaria, cada vez que escribía, decía o pensaba algo tenía la sensación de estar haciéndolo en un mundo lleno de reglas, de protocolos, de regulaciones que tenía que respetar, aunque más no fuera para desviarme de ellas.
-¿Lo académico lo limita?
-Esta fue mi evolución. No es una receta. No diría jamás que el mundo intelectual está asfixiado por sus propias reglas. Dentro de ese mundo hay gente genial y gente mediocre. No son las reglas las que convierten a los intelectuales en bobos o en inteligentes. Simplemente, un escritor como yo, que siempre se dedicó a la ficción, comenzó a sentir que ese ambiente lo limitaba. Creo que hay algo en el modo de existencia académico que es en cierto modo autista, endogámico. Y también me trajo cierto malestar darme cuenta de hasta qué punto ese pequeño mundo, la academia literaria, reproduce las lógicas mezquinas del poder exterior.
-Usted no parece seguir las pautas del pensamiento tradicional, lleno de antinomias: civilización y barbarie, unitarios y federales, peronistas y antiperonistas. ¿Cuál sería hoy la antinomia fundamental?
-Yo no sé si hay ya antinomias. Creo que podemos celebrar la desaparición de las antinomias. Durante mucho tiempo, en la Argentina pensar fue sinónimo de tomar una posición drástica frente a dos posiciones antagónicas: o eras peronista o eras antiperonista, o eras yanqui o eras marxista. Creo que la necesidad de organizar el mundo en polaridades era un requisito para pensar. A mí me resulta muy difícil pensar hoy en esos términos. Cada vez que alguien intenta introducir en el debate polaridades extremas lo siento como artificioso. Pienso que pone de manifiesto la debilidad de quien lo hace. Simplificar no ayuda a pensar nada.
-¿Ni por derecha ni por izquierda?
-No, porque esos planteos funcionan como coartadas o como chantajes. Cuando dos personas de izquierda discuten y una le dice a la otra: «Si pensás tal cosa, estás siendo funcional a la derecha», aparece un obstáculo para el pensamiento. Porque es perseguir al otro con una amenaza totalmente abstracta. Es más una amenaza que una argumentación. En síntesis, las polaridades hoy son más amenazas que verdaderas posiciones.
-En lo cotidiano, hay ejemplos muy claros: Blumberg es de derecha y Hebe de Bonafini es de izquierda.
-Yo creo que hoy nadie puede hablar de derecha y de izquierda sin reconocer que está brutalizando la realidad, y no describiéndola. Nadie puede creer hoy, con sinceridad intelectual, que la izquierda es un campo unido, preciso, nítido, delimitado, puro, y lo mismo en el campo de la derecha. Las cosas, creo, son mucho más líquidas hoy. Lo que cayó en los últimos treinta años son las fronteras, que separan las cosas. Cuando Bush dice, después del atentado del 11 de Septiembre: «O están conmigo y con el mundo civilizado o están en la vereda de enfrente, con el terrorismo», intenta reintroducir polaridades absolutas en un mundo totalmente fluido, contradictorio, impuro y mezclado. Es fascismo. Esa simplicidad es el fascismo. Cualquier persona que hoy diga: o estás con Blumberg y la seguridad o estás en contra, a favor de los asesinos y los chorros, cae en lo mismo. Ese es el razonamiento del fascista.
-¿Esa voluntad de descalificar al otro es fascista?
-Lo que es fascista es la idea de que las cosas son simples. Y otro protofascismo intelectual es pensar que hay más claridad y se piensa mejor si se organiza el campo de la experiencia -ya sea política, literaria, artística, etcétera- en dos bandos, con dos sistemas de valores que se oponen. Justamente, el desafío de pensar es tratar de entender cuál es la lógica de hoy, que ya no es binaria, sino paradójica. Un signo, una posición, un discurso pueden tener al mismo tiempo valores contradictorios. Lo que hay que hacer es pensar eso, y no tratar de negarlo volviendo a la polarización. Volvamos a la oposición Blumberg-Hebe de Bonafini. Yo siempre desconfío de la encarnación de las posiciones en personajes.
-Esa parece una necesidad de la literatura. En Borges, la idea de los dos bandos tiene mucho que ver con la teoría del otro, del antagonista. ¿Cómo hago si no tengo alguien con quien pelearme?
-Yo creo que esa lógica es nefasta, y la historia argentina lo ha probado. Si uno piensa, por ejemplo, en la relación de hostilidad y fascinación que tuvo la guerrilla con las Fuerzas Armadas, resulta un horror . Se suponía que los montoneros eran el otro absoluto de las Fuerzas Armadas y de la policía y, sin embargo, reproducían su estructura militar, jerárquica, vertical, la lógica de traiciones y ajusticiamientos, de lealtades y subordinación de aquellas organizaciones a las que se suponía que tenían que destruir.
-Usted estudió mucho a escritores bien disímiles: Lucio V. Mansilla, Jorge Luis Borges, Manuel Puig. ¿Qué había en el trasfondo de estas elecciones?
-Nunca elegí escritores por afinidad ideológica. Me gustan ciertos escritores por el grado de provocación que implican respecto de ciertos valores aceptados. Por ejemplo, de Mansilla siempre se dijo que era un dandy, un gentleman .
-El prototipo de la clase alta…
-Exactamente. Ahora bien: cuando yo leí a Mansilla, lo que vi es un gran escritor. ¿Qué importa todo lo otro? La clase alta dio siempre por sentado a Mansilla, pero nunca lo leyó. Por alguna razón, es siempre la izquierda la que lee bien a los escritores de derecha. Las mejores lecturas de Borges que hay son de la izquierda. Yo diría incluso más: aunque, como decíamos, ya izquierda y derecha son palabras un poco resbaladizas, en la Argentina, la cultura interesante es de izquierda, cosa que la derecha, en parte, acepta. Los intelectuales argentinos más interesantes del siglo XX son de izquierda, progresistas o de centroizquierda.
-Pero Borges era supuestamente antipopular. Tenía una mirada que abominaba de todo lo popular, desde la música hasta el fútbol.
-Y está bien. Ya sé que decir que sos antifútbol equivale a ganarte los insultos de todo el mundo. Pero yo creo que una de las cosas que le han hecho mal a la Argentina es el fútbol. Yo lo erradicaría. Porque justamente el deporte es el último lugar de la cultura donde la gente todavía cree que se trata de uno contra otro, donde sigue rigiendo la lógica bipolar del enfrentamiento.
-Y, sí, pero los odios furibundos provocan mucho respeto
-¿Cómo no se va a respetar a quien se odia? Alguien que merece tanto de uno es alguien muy digno. Si le consagrás todo tu odio a algo es porque ese algo es muy importante para vos. Yo no odio el fútbol, pero me parece penoso el modo en que el deporte, en general, reinstala la lógica de uno contra otro. Hay otros deportes contemporáneos que van en otra dirección, como el surf. Y no es un prejuicio de clase. Son deportes sin lógica confrontativa. Lo que me deprime es que algo sólo pueda ser posible a partir del antagonismo. A estas alturas del partido estoy buscando algo que me desconcierte.
-¿Hay algún personaje de la política o del arte que lo desconcierte?
-Manuel Puig me sigue pareciendo totalmente desconcertante. Cuando uno cree que lo agarra, se le escabulle. Cuando cree, por ejemplo, que es ultrarrevolucionario, se topa con que es ultraconservador, y viceversa. Es un tipo que siempre está dos pasos más adelante del lugar donde uno cree que lo va a encontrar.
-¿Por qué cree que un grupo importante de representantes de la cultura apoyó a Aníbal Ibarra? ¿Qué significó Cromagnon?
-Es lo mismo que pasa con Blumberg.
-Pero en este caso se trataba de los familiares de las víctimas de un grupo marginal y humilde, como Callejeros.
-Creo que se ha instalado la idea de que, con cualquier acontecimiento, por más privado, íntimo o individual que sea, se puede fabricar un mito. Aparece, por ejemplo, este psicótico en Belgrano que dispara cuatro tiros en Cabildo y mata a alguien, y al día siguiente ya hay altares, flores. ¿Qué pasa? Te mataron un hijo, sí, es horroroso: uno se va a su casa y llora. Y si uno mira lo que pasó con Cromagnon, no hay llanto, no hay duelo. Esto no quiere decir que los padres no tengan que salir a reclamar.
-Es que hay un lugar que la Justicia no ocupa…
-Pero yo desconfío mucho de la autoridad y de la honestidad intelectual de los medios para ocupar el lugar de la Justicia. Y es un papel que los medios no paran de ocupar. Y la gente es lo que los medios fabrican. Porque hay familiares de víctimas de Cromagnon que no están de acuerdo con linchar a Ibarra, pese a que también perdieron a sus hijos allí. Lo siniestro, además, es el desplazamiento terminológico. Antes se hablaba del pueblo. Y ahora, la gente es lo mismo que el público, es lo mismo que los televidentes, lo mismo que los consumidores.
-En El pudor del pornógrafo , usted toma todo el movimiento epistolar como literario. Hoy en día, ¿los correos electrónicos y los mensajes de texto podrían ser también un intercambio artístico?
-Uso el correo electrónico, pero no mando mensajes de texto porque soy enemigo radical del celular. No tengo, y espero no tenerlo nunca. Detesto la cultura celular.
-¿No es una pose?
-No, para nada. El celular es la devaluación de la intimidad, de la conversación, del presente. La cultura del celular me parece abrumadoramente vulgar. Sí uso el correo electrónico, pero con una gran escrupulosidad. Mismails son casi como cartas del siglo XIX; no sé si porque soy escritor o porque el correo electrónico me dio la posibilidad de ejercer un arte que antes no había existido para mí: el de escribir cartas. Ahora tengo, con ciertas personas, una relación por correo electrónico muy intensa, muy profunda. Me parece que cada vez es más difícil delimitar dónde empieza y dónde termina la literatura.
Por Any Ventura
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 7 de octubre de 2006.