La Patria, don y tarea en el Bicentenario
(Homilía pronunciada por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la solemne celebración de acción de gracias celebrada en la iglesia Catedral San Rafael el 25 de mayo de 2010)
Textos: Gal 5, 1.13-17.22-25; Sal 84; Lc 12, 15-21
Queridos hermanos:
Nos encontramos esta mañana participando de esta solemne celebración de acción de gracias conocida tradicionalmente con las dos palabras, Te Deum (A Ti Dios), con las que se inicia el himno latino que utiliza la Iglesia desde hace muchos siglos para expresar gratitud a Dios por todos los dones que de Él recibimos.
Por ello hace doscientos años los miembros de la Primera Junta de Gobierno patrio pidieron esta celebración a pocos días del 25 de mayo de 1810. Desde sus inicios nuestra Patria, su pueblo y sus dirigentes, han sabido reconocer la mano providente de Dios que guía y cuida de sus hijos, han valorado la dimensión religiosa como un componente esencial de la vida de las personas y de las comunidades y han constatado que esta dimensión -cuando es bien vivida- ayuda y potencia lo mejor de una Nación para hacerla espacio fraterno y solidario.
No debe extrañarnos por tanto que los constituyentes de 1853 hayan invocado en el Preámbulo de nuestra Carta Magna la protección de Dios, como fuente de toda razón y justicia, ni que a lo largo de estos doscientos años la presencia de lo religioso haya sido un componente ineludible de nuestra vida ciudadana.
En este día en todas las Catedrales y en muchas iglesias parroquiales del país se elevará esta oración agradecida y comprometedora. Los obispos argentinos hemos querido hacer este gesto común invitando a la oración como primer y principal aporte a la celebración del Bicentenario que hoy comenzamos formalmente. Nos ponemos así en continuidad con el espíritu religioso de los padres fundadores de la Patria y con la vivencia religiosa de la inmensa mayoría del pueblo argentino.
El Te Deum es un himno de acción de gracias porque la gratitud es lo primero que surge al hacer memoria. Una memoria agradecida, que sabe recoger en la verdad y la caridad lo mejor de lo vivido en estos dos siglos de vida como Nación libre. Memoria que busca reconocer la verdad de nuestra historia, con sus luces y sombras, con sus logros y frustraciones, con sus conquistas y sus “materias pendientes”. Memoria veraz, que evita el reduccionismo maniqueo de “los buenos y los malos” y que asume que todos somos protagonistas y responsables de nuestro presente y constructores de nuestro futuro.
Memoria agradecida que asume en la caridad la conciencia del don de la Patria: sus riquezas naturales y su gente; su historia y sus logros; las duras experiencias que nos han hecho crecer; los valores básicos que nos animan y la riqueza de la diversidad que nos caracteriza. Memoria caritativa que asume el don como tarea, para seguir fecundando todo lo recibido al servicio del bien común, privilegiando siempre a los más indefensos, a los más pobres, a los excluidos del banquete de la vida.
El contexto ideológico y cultural de 1810 estaba claramente marcado por las nuevas ideas y por varios acontecimientos políticos de las últimas décadas del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX. Entre estos fue decisiva la Revolución Francesa con su trilogía programática: libertad, igualdad y fraternidad. La evidente raigambre evangélica de esta utopía no es desmentida por coyunturas históricas que la desdibujaron. De hecho acabamos de escuchar en la primera lectura que San Pablo nos propone un proyecto de vida común cimentado en tres notas: libertad, servicio y fraternidad.
La Argentina que amanece a la vida independiente en 1810 es todavía hoy un proyecto inacabado que intenta plasmar este estilo de convivencia. Alguien ha dicho que el siglo XIX ha sido para los argentinos el de la búsqueda de la libertad; el siglo XX el de la búsqueda de la igualdad y nos corresponde a los argentinos del siglo XXI avanzar en la construcción de una Patria auténticamente fraterna. Más allá de lo excesivamente simplista de toda mirada de síntesis, es evidente que nuestra gran deuda pendiente es reconocernos como hermanos y vivir en consecuencia.
Una fraternidad que comienza con la superación del individualismo arraigado en personas y grupos y que se manifiesta de tantas formas, sutiles y escondidas o manifiestas y agresivas. Una fraternidad que reconoce que sólo podremos salir adelante tomados de la mano, sin exclusiones ni descalificaciones, buscando juntos el bien común, que es mucho más que la mera suma de bienes individuales.
Una fraternidad que asume que todo hombre es mi hermano y por tanto no descansa mientras haya un hermano que no alcance los niveles mínimos de una vida digna. Por ello decíamos los obispos en nuestro documento Hacia el Bicentenario: “…Con vistas al Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social. Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de los argentinos. La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer? No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. Pero sólo habrá logros estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidos…”
En definitiva construir una Patria fraterna supone en todos la disposición a avanzar decididamente por el camino del diálogo, el respeto irrestricto a la ley y a las instituciones, el compromiso perseverante por el bien común, garantizando a todos una educación a la altura de los tiempos y un trabajo digno y estable. Pero, además, una Patria fraterna reclama que los argentinos seamos capaces de entrar en la lógica del don, que va más allá del propio provecho y se goza en el bienestar compartido.
Por ello una Patria fraterna reclama la disposición de todos a la reconciliación. Sin el reencuentro de quienes están enemistados no es viable una Nación que es siempre proyecto común, sueños e ideales compartidos, luchas y esperanzas llevadas adelante entre todos. Sin perdón, que es el don supremo, no habrá nunca Nación. Mucho más en una Patria que en sus doscientos años de historia ha conocido tanta violencia, muerte y desencuentro.
Finalmente la construcción de una Patria fraterna reclama de manera particular el compromiso de quienes tenemos responsabilidades dirigenciales. En el documento ya citado decíamos los obispos: “… es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente ha de ser ante todo un testigo. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida…”
El Evangelio que se nos ha proclamado nos recuerda el valor fugaz de las riquezas en sus distintas expresiones y el poder es una de ellas. Y también nos recuerda que sólo en Dios, el Padre de todos, podremos reconocernos hermanos, miembros de la gran familia argentina, que en su Bicentenario vuelve a suplicar: ¡Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos, queremos ser Nación¡
CEA: Ibidem. (º 22)