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La memoria de los que se van

Somos iguales en fragilidad

Por Víctor Corcoba Herrero.- Me pesa todo lo vivido en los últimos días, pero aún así quiero compartir lo experimentado, ofreciéndolo en abrazo permanente con el lector de mis sueños, después de haber sufrido la pérdida de un ser querido y el dolor de la soledad de un cementerio en profunda quietud, donde todo parece estar descansando y en realidad lo que dormitan son los recuerdos. En ocasiones, perdemos la noción del tiempo y borramos de la memoria, que un amanecer más en nuestras vidas, también es un paso más hacia la hora suprema.

Desde luego, la vivencia de un progenitor mío que se ha ido hacia la eternidad, entre lágrimas vertidas y sueños de esperanza, me han dejado muy desolado, aunque reconozco que jamás halle compañero más edénico que la soledad del bucólico campo santo. Sabemos que la muerte llega en cualquier momento, lo importante es dejarnos reencontrar con la inmortalidad del reposo sereno y con la mística de la imagen en comunión con los latidos del alma. Confesaré que mi referente estuvo en la serenidad del influjo de María, que sufrió bajo la cruz el drama de la muerte de su hijo, participando después en la alegría de su reaparición. De igual modo, es bello pensar que será Jesús, nuestro Redentor y Señor de la vida, quien nos acompaña y despertará del sueño, porque estoy convencido de que nuestro andar tiene horizonte perenne y la expiración es un paso más hacia el auténtico mimo galáctico, una vez envueltos en las entretelas de la composición, donde francamente no se muere, sino que se vive en el más acentuado de los amores, en esos instantes preciosos y precisos de pletórica plenitud poética.

De camino por el campo poético de la memoria, caí en la cuenta de que uno ha de temerle a la vida, no a la muerte; recordé a las víctimas de la guerra y la violencia, a esas poblaciones martirizadas por la pandemia del coronavirus, que ya está provocando un aumento del contrabando de migrantes y la trata de personas, aparte de las muertes constantes en todo el mundo, puesto que todos en cualquier momento podemos ser personas vulnerables. En efecto, añadamos un parecido más: somos iguales en fragilidad. Nadie estamos a salvo del tránsito, de ese encuentro con el verso y la palabra más allá del tiempo y del espacio. Ojalá estemos preparados para ese paso mental, que conlleva el hacerse placidez y no poder del que aplasta.

Seguramente, tendremos que tejer otros lenguajes menos endiosados y más de servicio y mano tendida. Al fin y al cabo, lo substancial es recorrer el camino con la certeza de vivir las dimensiones de la vida (pasado, futuro y presente), arraigadas a nuestra historia, puesto que nada somos por sí mismos, y con el anhelo de que el camino es nuestro y lo fundamental es no equivocarse de orientación. Quizás la muerte no sea más que un cambio de vientre literario, posiblemente una evolución en la metamorfosis del hoy, o tal vez una revuelta en la conjugación del pulso. De hecho, si el olvido no te alcanza por las huellas dejadas, siempre estarás vivo, aunque físicamente el cuerpo ya no sea lo que fue.

Por eso, es menester no perder jamás las raíces, para que esa continuidad de amor, fructifique en la mansedumbre que injerta el depositar la confianza en todo lo que nos acompaña. Con razón, siempre se ha dicho que el cariño verdadero soporta todos los defectos de los demás, y que jamás se escandaliza de las debilidades humanas. Lo significativo, por tanto, es no desistir nunca de luchar por lo equitativo. En el momento actual, hay mucho que hacer en cuanto a la defensa de los derechos humanos. Asimismo, faltan manos para socorrer a tanto oprimido. Sin embargo, no todo está perdido, las grandes elevaciones del espíritu siempre nacen del retiro y de la mudez. En consecuencia, hemos de saber nutrirnos de aquello que nos embellece, pues la virtud no habita en lo mundano, sino en lo celeste.

Sea como fuere, todo en esta vida requiere tesón, serenidad, creatividad, destreza y solidaridad. Lo armónico no se consigue de la noche a la mañana, requiere de aguante y paciencia, además de la  unidad y unión de voces, hacia esas densas tinieblas que nos impiden hermanarnos. Precisamente, en la memoria de los que se van, permanece su estela que es lo que da sentido a nuestra existencia. Y en, nosotros, son los pequeños detalles de cada soplo, los que nos hacen más humanos, más gente de nervio y verbo. No olvidemos que nuestro camino es un combate permanente de fuerza y valentía, al menos para poder resistir las penurias de este mundo que nos solemos lanzar unos contra otros. No obstante, siempre nos quedarán los ojos del corazón para fusionarnos en el todo, en la más gloriosa obra del Creador, y así poder revitalizarnos, cuando estemos disueltos en la nada.  

El autor es escritor de Granada, España.

corcoba@telefonica.net

20 de mayo de 2020

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