Por Víctor Corcoba Herrero.- En un mundo globalizado como el actual, la justicia social debe ser el objetivo central que oriente todas las políticas internacionales, nacionales y regionales, ante la multitud de injusticias y el aluvión de violencias, que lo único que propician es aumentar los dramas de la miseria, gravando el desarrollo solidario e impidiendo el establecimiento de una sociedad humana y equitativa. Por eso, es primordial tomar conciencia de la realidad presente y formar en sus deberes futuros a los jóvenes, que van a ser en un tiempo próximo, los responsables de los diversos engranajes de la sociedad. Lo más hermoso de la vida, desde luego, radica en interesarnos los unos por los otros. El estado salvaje e indigno que sufrimos en todos los continentes, nos hace más bárbaro que persona sensible. Al fin y al cabo, el espíritu natural nos hace ver, y debe también hacernos cohabitarlo, el uno para todos y el todo para cada uno.
Es público y notorio, pues, que no seguimos estas directrices congénitas. El planeta se enfrenta a retos existenciales como jamás, pero la comunidad mundial ahora globalizada, en vez de conciliarse, está cada día más fragmentada y dividida. Precisamente, hace unos días el titular de la ONU señaló en la Conferencia de Seguridad en Múnich, que la comunidad internacional debe reforzar la arquitectura global de paz y seguridad para hacer frente a los desafíos reinantes. Es más, llegó a afirmar que “si los países cumplieran las obligaciones que les impone la Carta de la ONU, todas las personas de la tierra vivirían en paz”. Ciertamente, por desgracia, los gobiernos de todas las latitudes suelen hacer caso omiso de estos compromisos y millones de civiles están pagando un precio terrible, con cifras récord de personas muertas o que son obligadas a huir.
Indudablemente, promoviendo una agenda de globalización justa centrada en los derechos fundamentales, unido a un trabajo decente, con el aval de la protección social y el diálogo permanente, mejoraríamos los ambientes con la fuerza de la cohesión, respetando sus características peculiares. Quizás sea saludable, por consiguiente, repensar estilos nuevos de vida. A mi juicio, tenemos que salir de esta atmósfera de apariencias, de cultos engañosos y de culturas necias, fomentando la alegría de coexistir, desviviéndonos entre sí por los demás. Esto es lo que nos hace más humanos y también más enérgicos; el estar bullendo a corazón abierto y, al tiempo, conviviendo con la cultura del abrazo como inquietud de guía. Abandonemos las cadenas que nos oprimen, protejamos horizontes libres. Lo que no es de recibo, por tanto, es negar la concordia que nos une desde el origen; y, por ello, tenemos que ser más honestos.
La honradez, quizás sea el primer precepto de la amistad, lo que conlleva un camino en rectitud de juego limpio, con un horizonte de sueños al alcance humanitario del bien colectivo. Sin embargo, tenemos un déficit de esperanza. Cuesta creerlo, pero es así, y aunque hayamos alcanzado niveles de desarrollo verdaderamente ventajosos, el horizonte de las desigualdades y el volcán de los conflictos nos están deshumanizando por completo, con hechos verdaderamente crueles e inhumanos. En consecuencia, tampoco me extraña que cada vez haya más partidarios de crear una Coalición Mundial por la Justicia Social de universal alcance. En efecto, hemos de centrarlo todo en la ciudadanía y sustentarlo en los derechos, con las recíprocas obligaciones. Ahí radica la clave, en salir de este mundo de tormentos, políticamente interesados, que nos esclavizan y nos impiden volar en relación.
El espíritu creativo que todos llevamos consigo, debemos ponerlo en acción. Sin duda, hace falta reaccionar ante la multitud de abusos que nos están dejando sin fuerza, mejorando el nivel de vida en todo el cosmos, superando el huracán de la indiferencia y reconstruyendo juntos una sociedad más viva familiarmente e inclusiva, como hogar de un linaje pensante. Porque, realmente, todo se cultiva. No es posible cruzarse de brazos, y conformarse con lo conseguido hasta ahora. La solidaridad como la justicia o la misma ternura, hay que trabajarlas a diario; y más, ahora, abriéndonos al mundo, pero tampoco como instrumento de dominación, sino como servidores de los que no tienen voz, reivindicando la mayor de las justicias sociales, el nosotros como especie, con un proyecto de vida decente para todos.
El autor es escritor español residente en la ciudad de Granada.