Por Alberto Cantore.- La imagen recorrió el planeta y quedó en la historia de la Fórmula 1. El hecho sacudió al Gran Circo y revolvió las entrañas de Williams, una estructura que tenía como mandato privilegiar el resultado del equipo por sobre el logro de los pilotos. El Gran Premio de Brasil 1981, en el autódromo de Jacarepaguá, de Río de Janeiro, el escenario del acto de desobediencia más recordado en los 71 años de aventuras que desanda la F.1. Cuatro décadas se cumplen este lunes, 29 de marzo, de la resonante victoria de Carlos Reutemann en el trazado carioca, un lugar en el que Lole relucía, expresaba una versión superadora.
Bajo la lluvia, luego de 62 vueltas, el santafesino aplastó a sus rivales y humilló a Alan Jones, su compañero de garaje y por entonces campeón defensor y considerado por el ambiente el piloto N°1 de la escuadra. Una insubordinación que gravitó en el futuro deportivo inmediato y que terminó pesando en el amargo desenlace de aquella campaña, en Las Vegas.
Infinitamente desvalorizado en la Argentina, el nombre de Reutemann es respetado en el mundo del automovilismo. Carlos el Grande, lo retrató en un artículo el periodista Peter Windsor, en la revista británica F1 Racing. Fueron 12 temporadas, la última incompleta -de solo dos grandes premios-, con una docena de triunfos en 146 carreras. Años de trabajar para patrones icónicos de la categoría, como Bernie Ecclestone, Enzo Ferrari, Colin Chapman y Frank Williams, y de medirse con compañeros campeones del mundo de los quilates de Niki Lauda, Mario Andretti, Graham Hill, Jones o talentos como Gilles Villeneuve.
En 1980, al llegar a Williams desde Lotus, Lole disfrutó de la brillantez técnica del auto, algo que no había sucedido un año antes en la escuadra de Enstone, donde además la relación con Andretti no era amigable. El italo-estadounidense se sentía atacado por el santafesino y envío un mensaje a Chapman: “Los dos tenemos contrato para la próxima temporada, pero no hay sitio para ambos”. En la casa de Grove, en cambio, no debía preocuparse ni sentía presión de parte de Jones y hasta selló su única victoria en Mónaco. Pero 1981 fue un año diferente, entendió que la deuda de secundar al australiano estaba saldada y que era el momento de correr para él, en beneficio propio.
La transgresión en Jacarepaguá, el modo que eligió para patear el tablero en un calendario que en los primeros compases se enseñó enredado para la F.1 y para Reutemann. El conflicto entre la FISA y la FOCA le impidió puntuar en Kyalami, después de ganar el Gran Premio de Sudáfrica, y una orden de equipo le negó la chance de atacar a Jones en Long Beach –hold positions, conserven posiciones, marcó la pizarra-, en el segundo episodio del año, el primero que contabilizó para el campeonato mundial, que por reglamento consideraba para la sumatoria 11 de las 15 carreras. Entonces llegó el turno de Brasil, del mar, la arena y la rebelión.
Primero en los entrenamientos del viernes, con un clima que resaltaba las cualidades atléticas de Reutemann. En Río de Janeiro, después de cumplir el trabajo en el autódromo regresaba al hotel Río Palace, en Copacabana, para correr por la rambla; para las fechas en las que apretaba el calor, pensaba hasta en la ropa con la que debía vestirse. Nelson Piquet se favoreció, al día siguiente, con una temperatura más bajas y la suspensión hidroneumática del Brabham BT49 –legal en función a la letra del reglamento, pero alejado del espíritu de las normativas- para arrebarle la pole.
La lluvia irrumpió el domingo y Lole trazó la estrategia, demostrando también sus conocimientos y dejando en evidencia la confusión del resto: “La pista se seca muy lentamente y las gomas slicks son mucho más lentas con piso húmedo aquí que en Kyalami. Para mí no hay dudas, largaré con neumáticos para lluvia”, le confió a El Gráfico. A un minuto de la hora de la vuelta previa seguía sin entender cómo Piquet había calzado neumáticos lisos.
Los dos Williams tomaron la delantera, por delante de Riccardo Patrese, mientras Piquet quedó patinando. Los rezagados solamente fueron una preocupación para Reutemann, que se tomaba márgenes de seguridad para adelantarlos, mientras que Jones aprovechaba esas situaciones para descontar, aunque nunca tuvo a tiro una maniobra para superar a Lole.
Los últimos ocho giros desataron la tormenta en Williams: Jeff Hazell, manager del equipo, mostró en la vuelta 55 el cartel que pretendía cambiar el resultado de la carrera. En la recta principal y sobre fondo blanco, las letras negras indicaban con claridad Jones-Reut. La señal se repitió en los giros siguientes -56, 57 y 58-, pero la diferencia en el cronómetro en lugar de achicarse se estiraba. El último aviso llevó la leyenda “falta una vuelta”, se cumplieron las dos horas de carrera y cayó la bandera a cuadros. Reutemann vencía a Jones y a la voluntad de Williams.
La ceremonia de premiación ofreció indicios del clima interno. Jones, furioso, no estuvo presente. Se refugió en su box y demoró más de media hora en levantar las persianas. “Vi los carteles durante cuatro vueltas, al principio el cartel lo tenía Jeff Hazzell y luego Charly Stuart. Al comienzo los nombres estaban juntos y luego los separaron para que la orden fuera más visible. ¿Cómo un piloto que corrió más de 10 años en la F.1 no puede ver los carteles de su equipo? A lo mejor es corto de vista”, dijo con bronca y respondía a las palabras de Lole, quien de modo socarrón alentaba la teoría de no haber visto la comunicación: “No vi absolutamente nada, tenía empañado el visor. Sé que Jones se me acercó cuando me encontré con [Keke] Rosberg en la pista, pero tenía controlada la situación”, relató el santafesino.
“Me arrepiento de haber pensado que Carlos obedecería el cartel y de no ser más inteligente, de haber atacado 15 vueltas antes. Creo que tendremos que tener una charla con Frank [Williams], porque descubrí que deberá cambiar mi mentalidad y la forma de conducirme dentro del equipo”, las palabras de Jones que recopiló la revista El Gráfico. A esa altura, las repercusiones y los interrogantes sobre la orden y el cartel superaban el formidable trabajo que había desarrollado Reutemann en la pista: “Una tarea espectacular”, tituló La Nación, a ocho columnas.
Descartar la victoria no estuvo en la mente de Lole ese fin de semana en Brasil. Ya había sufrido cuando Ferrari le hizo ceder el segundo lugar a Niki Lauda, en Mónaco 1977, y cuando Williams le pidió mantener la posición en Austria, en 1980, una situación que se repitió en 1981 en Long Beach. Mantener la posición es una cosa, dejar ganar a otro piloto cuando se lideró toda la carrera se trata de algo muy distinto. Ganar ese día tenía agregados para Reutemann: emparejaba la cantidad de victorias de Jones -11- y era su tercer éxito en Brasil, dos en Jacarepaguá y uno en Interlagos. “Desde el punto de visto deportivo, habría sido fraudulento sacrificar Río. Firmé un contrato, pero no recibí señales de que fueran a aplicar órdenes de equipo. Cuando ‘regalé’ la carrera en Long Beach nadie me lo agradeció”, se descargó con el paso de los días.
Un par de hechos pasaron por alto durante aquellas horas posteriores a la sublevación. En ningún momento le mostraron la diferencia que lo separaba de Jones, cuando en el contrato de Lole figuraba una cláusula “de una ventaja de siete segundos o más para tener absoluto derecho a controlar la posición”. La interpretación de que a Williams no le interesaba la diferencia entre sus pilotos o de tener que informarlo para que tuviera la oportunidad de acelerar y agrandar la brecha, que cumplidas las 62 vueltas fue de 4,44 segundos, ideas que pudieron circular por la mente de Reutemann, que manejó con comodidad, al punto de establecer su mejor vuelta en el anteúltimo giro, con la pista casi inundada: un reflejo del cuidado que tuvo de sus gomas y de los elementos del auto en el momento que el asfalto no tenía las condiciones ideales para los neumáticos con dibujo.
Reutemann se quedó en Río de Janeiro los días siguientes a la carrera, disfrutando de la playa y de la exhibición de manejo que ejecutó en la pista. Las agencias de noticias lanzaban bombas incendiarias: desde que Colin Chapman le había ofrecido una butaca en Lotus a que el santafesino estaba en París para firmar contrato con Renault.
La realidad es que Frank Williams, que tomó su attaché y se marchó al aeropuerto apenas terminado el Gran Premio de Brasil para abordar un avión Concorde, desde Gran Bretaña le envió un breve mensaje: “Todos en el equipo están encantados con tu victoria. No prestes atención a lo que puedas leer en los periódicos. Descansa y disfruta de Ipanema”. El final del curso y de la relación entre Reutemann y la escudería de Grove sería muy distinta al contenido del télex que Lole recibió en el hotel, pero ese capítulo se desarrollaría algunos meses después en la costa oeste de los Estados Unidos.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/