Por Víctor Corcoba Herrero.- La firme proyección mediática de imágenes negativas y degradantes del ser humano, imponiendo la tiranía de lo estético, provoca una constante insatisfacción que nos acerca a la locura. Hay que retornar a la estética del propio intelecto, a las vacilaciones y a los interrogantes, que son realmente los pasos hacia la verdad. Vivimos en una sociedad profundamente dominada por los intereses de los dominadores, dependientes de los mercados, que también quieren hacer ciencia. Ello constituye una fórmula segura para el desastre total. De ahí la importancia, de que en el pensamiento científico, también estén presentes las emociones del arte, los abecedarios de la poesía, los lenguajes de los sonidos. Se trata, en definitiva, de activar la curiosidad hacia todo aquello por lo que cabe discusión. En el fondo esta estética del intelecto es la ciencia en su puro estado, una verdadera escuela de moral, porque nos enseña a saber mirar y a dudar, a maravillarnos y a sentir la pasión del amor por la verdad, sin la cual nada toma vida.
Por ello, aplaudo, que durante la semana del 11 de noviembre, Naciones Unidas haya proclamado la «Semana Internacional de la Ciencia y la Paz». En su momento, decide hacerlo, para instar a los países miembros y organizaciones intergubernamentales a alentar a las universidades y a otras instituciones de altos estudios, academias e institutos científicos, asociaciones de profesionales y miembros de la comunidad científica, a celebrar durante esa semana, conferencias, seminarios, debates especiales y otras actividades que promuevan el estudio y la difusión de información sobre los vínculos entre el progreso científico y tecnológico y el mantenimiento de la paz y la seguridad. Estoy seguro que este tipo de conmemoración es saludable para todos. Sin duda, va a propiciar que la armonía, entre unos y otros, gane posiciones. Todo va a depender de nuestro grado de implicación, de nuestra disposición y toma de conciencia de la relación entre el mundo científico y la realidad que vivimos. No olvidemos que nuestro intelecto, que nuestro ser pensante, siempre nos sorprende con respuestas en momentos de incertidumbre.
Indudablemente, para afianzarnos en el camino armónico es cuestión de formación, de poner la disciplina científica al servicio del ser humano, de sentirnos parte de ese valor y protagonistas de ese horizonte, que actúa con respeto y consideración hacia los derechos humanos. Está bien que se cultive la ciencia, porque es conocimiento y, el conocerse a uno mismo, siempre nos ayuda a vivir. Un país que entorpece la creatividad investigadora, o la manipula para sus propios fines, no avanza; y, lo que es peor, no forja porvenir alguno. Las sociedades futuras tienen que ser sociedades del discernimiento, de la comprensión y del juicio, y para ello es preciso movilizar e imprimir conciencia, para dar carácter integrador a la erudición. El momento actual que vivimos es sumamente importante, se precisa la colaboración de todos los gobiernos del mundo para seguir reforzando las políticas de investigación en sus diversas áreas tecnológicas y de innovación. Para que las ideas se desarrollen y florezcan, hemos de interaccionar todas la culturas entre sí, y mediante una reflexión conjunta, extraer conclusiones. No se puede concebir una ciencia aislada, sin conciencia colectiva, sin rumbo de humanidad, sin arraigo social, por eso tiene que hacerse viable en todos los rincones del planeta.
La ciencia ha de ser un factor más de acercamiento entre los humanos, de coordinación y aproximación, lo que favorece un desarrollo pacífico. Sinceramente, pienso que debemos entusiasmarnos mucho más por ese universo científico y tecnológico, verdaderamente sorprendente, haciendo hincapié en sus valores de fortalecimiento de vidas en común. Es cierto que queda mucho por hacer, pero tenemos tiempo para hacerlo, todo el tiempo del mundo para permanecer diligentes en utilizar la sabiduría científica en favor de nuestro propio hábitat. No es fácil gestionar los recursos naturales en el tiempo y para todos. Lo sabemos. Pero la ciencia puede venir en nuestro auxilio. Nadie es autosuficiente. Todos dependemos de todos. Que lo sepamos. El mismo conocimiento ha progresado debido al intercambio y a la interacción de ideas entre culturas. Mi convicción es que debemos aprovechar todo este saber de ciencias puras, no sólo para seguir avanzando, sino también para vencer los males que nos amenazan, muchos de ellos gestados a raíz de nuestra propio sistema productivo.
A veces pensamos que todo lo podemos dominar por nosotros mismos y no es así. También tenemos que priorizar al ser humano sobre las cosas, la ética sobre la técnica, el espíritu sobre la materia, la sencillez sobre la complejidad. Nada vale la ciencia sino se convierte en una manera de ser y de vivir que nos tranquilice. El endiosamiento de algunas culturas dominadoras son tan peligrosas que nos instan a reivindicar una estética del intelecto como esencia y valor, sobre todo para demoler errores y revelar verdades. A mi juicio, es esencial que activemos una ciencia más humana, para aglutinar pueblos y culturas, para humanizar la deshumanización que nos invade actualmente. Sería una manera de utilizar la ciencia para edificar la paz, tan necesaria para poder convivir en un mundo globalizado. Si en verdad queremos construir una comunidad humanista, basada en la dignidad del ser humano y en la convivencia de todos con todos, tenemos que proyectar una ciencia de auténtico servicio a toda la humanidad. Es esta pureza, la estética del intelecto, la que va generar otro clima de entendimiento, menos posesivo y más libre, y también más fraterno y menos opresor.
Desde luego, para un mundo más pacífico y seguro, es preciso continuar con los logros científicos y tecnológicos, estimulando la mente con los valores y el cerebro con la educación. No podemos actuar a un libre albedrío, existe una percepción estética para dominar nuestros impulsos, y, de este modo, no dejarnos llevar por el caos. Precisamente, cualquier proceso es racional en la medida que revela un orden de correspondencias innegables. Considero, pues, vital la importancia de alentar al mundo de la ciencia a trabajar hacia fines estéticos, que son los verdaderamente constructivos, y no hacia el desorden, que lo que hace es aumentar los absurdos de la vida. La influencia de los científicos en la formación de la opinión pública, en virtud de sus experiencias formativas, es demasiado significativa para no considerarla, lo que exige que al saber más deben también servir mejor, sobre todo en promover condiciones favorables para el control de armamentos y el desarme, y en animar el diálogo sobre temas esenciales en relación con las contribuciones positivas que los conocimientos científicos pueden hacer a la paz, la seguridad y el equilibro del entorno.
Víctor Corcoba Herrero/ escritor español de Granada
3 de noviembre de 2013.-