La parroquia San Carlos Borromeo de Sunchales, perteneciente a la diócesis de Rafaela, fue escenario el 28 de noviembre último de la ordenación de los diáconos permanentes David Colombatto, Daniel Massaccesi y Leandro Walker.
La eucaristía fue presidida por el obispo Pedro Torres y concelebrada por varios sacerdotes diocesanos. Participaron también diáconos, familiares de los ordenados y numerosos fieles.
En su homilía, el obispo destacó que Dios conoce y ama personalmente a cada persona, recordando las palabras del profeta Jeremías para subrayar que la vocación es un designio pensado desde la eternidad.
Torres enmarcó la celebración en el contexto del año jubilar de la esperanza y retomó enseñanzas de los últimos pontífices acerca de la crisis antropológica contemporánea. También recordó la figura de san Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI y el beato Albino Luciani, a quien citó para reflexionar sobre los temperamentos humanos y la diversidad de dones que conforman la vida de la Iglesia.
El prelado profundizó en la idea de la forma mentis personal y comunitaria, señalando que el camino de la formación cristiana busca asemejar la mirada y el sentir de cada creyente al modo de Jesús. En este sentido, invitó a los nuevos diáconos a transparentar el servicio de Cristo aun desde sus límites, a ejemplo de Jeremías, David y Pablo, que descubrieron la fuerza del llamado divino en su propia fragilidad.
En un tramo central de la homilía, Torres destacó el valor de la «infancia espiritual» y el abandono confiado en Dios, evocando enseñanzas de santa Teresita del Niño Jesús y la tradición mística carmelitana. Subrayó que el amor -gratuito, creativo y desbordante- está en el corazón de toda vocación y constituye la verdadera medida del ministerio diaconal.
Al referirse al servicio, el pastor diocesano recordó que el diácono está llamado a hacerse cercano a los pobres, a los que sufren y a los más vulnerables. Propuso tres signos para acompañar la vida diaconal: la «brújula» del Concilio Vaticano II, el delantal del servicio inspirado en la imagen de Jesús en la última cena, y la estampa de la Virgen del santuario diocesano, modelo de entrega silenciosa y compasiva.
Finalmente, animó a los ordenandos a vivir su identidad con autenticidad y amor, recordando que la vocación cristiana es respuesta al Dios que llama y acompaña. Subrayó que la esperanza no defrauda porque está sostenida por el amor de Dios derramado en los corazones, e invitó a la comunidad a vivir con gozo incluso en medio de las pruebas, confiando en que «el amor no pasará jamás».
Fuente: https://aica.org/







