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«La democracia es una promesa que siempre se posterga»

Sus efectos se demoran demasiado, dice el profesor de Filosofía Esteban Ierardo.Por Sebastián Dozo Moreno

“Hoy se vive en el país una suerte de esquizofrenia colectiva por la inadecuación entre los datos oficiales, que hablan de una supuesta prosperidad económica, y los datos de la realidad, que son alarmantes”, afirma Esteban Ierardo, profesor de Filosofía en la Carrera de Sociología de la UBA y de Historia del Pensamiento Moderno en Ciencias de la Comunicación de la misma universidad.

“Esto se debe en parte a que hoy, en el mundo, la democracia es cada vez más una promesa en estado de postergación, en virtud, en gran medida, del fortalecimiento excesivo del Poder Ejecutivo y de la consecuente disminución de la opinión pública en los destinos de una nación”, señala.

Ierardo explica que para que pueda hablarse de democracia en sentido estricto debe haber igualdad en la distribución de posibilidades. Dice que ése es el deber fundamental de un Estado sin corrupción y añade: “Tiene que haber lugar para la crítica de los ciudadanos y de la prensa al poder político vigente, y también debe existir el hábito de la autocrítica constante por parte de los mismos gobernantes, junto con la apertura al diálogo con la sociedad que los puso en el poder». Expresa sus opiniones con convicción y crudeza: «La esencia del capitalismo es incompatible con la dimensión espiritual del hombre», sostiene. Y dice que el liberalismo parte del principio falso de que hay igualdad de condiciones en el orden de la competencia de mercado.

«Esto es algo completamente ajeno a la realidad», dice Ierardo.

También advierte que para que el ciudadano común asuma el compromiso político que le corresponde es crucial que se esfuerce en afianzar su identidad nacional, algo que se logra por dos vías básicas: conociendo la historia del país y llevando a cabo una refundación simbólica de la ciudad a la que pertenece, lo cual se consigue compenetrándose con los símbolos y leyendas urbanos, recorriendo las calles y lugares propios con conciencia histórica y leyendo aquellos libros que confirieron a los argentinos una identidad que define como «de tipo mítico-poética». Entre esas obras cita Fervor de Buenos Aires , de Borges; Misteriosa Buenos Aires , de Mujica Lainez, y La cabeza de Goliat , de Ezequiel Martínez Estrada.

Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Ejerce la docencia también en los centros culturales Ricardo Rojas y Borges, y en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino.

Es también autor de numerosos libros de ensayos y poemas, y creador de una página cultural muy visitada en Internet: www.temakel.com.

-¿A qué atribuye la falta de compromiso político del ciudadano argentino medio?

-En primer lugar, a su crisis de identidad nacional. Luego, a la consabida corrupción de los políticos y, por último, a lo que podría llamarse el espíritu de los tiempos, que se relaciona con un fenómeno de individualismo creciente en el mundo, la degradación de la democracia, y una suerte de vaciamiento cultural que sufren las sociedades modernas, con la consecuente desaparición de los símbolos fundacionales, las tradiciones y los modelos que antaño sirvieron de guía a las generaciones emergentes. Y me refiero con esto tanto a los hombres que servían de ejemplo a los individuos como a las utopías que servían de arquetipo a las naciones.

-¿Las grandes urbes modernas, cuya característica central consiste en ser tumultuosas y anónimas, son un obstáculo para la consolidación de una identidad nacional?

-Por supuesto que sí. La gran ciudad suele ser un lugar vacío entre el hogar y el trabajo, algo sin significación propia, y esto se debe a que la metrópoli moderna se presenta a sus habitantes como una especie de universo autónomo desarraigado de la tradición, cerrado y sin dueño. Esto, claro está, no es exclusivo de nuestro país, sino algo que está sucediendo en el mundo entero, en parte por causa de la gran explosión demográfica de la que hoy somos testigos, pero también por la explosión de la tecnología y de la informática, que ha convertido al mundo y a las ciudades en espacios virtuales fríos e inhabitables.

-¿Hay algún modo de que los argentinos recuperen o conquisten su identidad nacional?

-Hay un modo, pero requiere esfuerzo y convicción. Y ese modo es la refundación de la ciudad o de la nación, si se quiere, por parte de cada argentino.

-¿Y en qué consiste esa refundación individual?

-Las fundaciones de Pedro de Mendoza y de Juan de Garay son insuficientes para que el argentino posea su ciudad, porque toda posesión verdadera es una aventura personal. ¿Y en qué consiste esta aventura fundacional? En dos cosas básicas. Ante todo, se trata de una aventura de conocimiento que tiene que ver con el estudio de la historia del propio país, y segundo, se trata de una aventura de imaginación, que tiene que ver con recorrer la ciudad o el país, y adentrarse en sus leyendas, sus secretos, sus olores, sus árboles, sus recovecos íntimos. No se habita un lugar verdaderamente, si no se lo refunda de estas dos maneras esenciales.

-¿El estudio de la historia sería, entonces, una de las claves para la conquista de esa identidad nacional que intentaron consolidar hombres como Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre y Jorge Luis Borges?

-Sí, siempre y cuando se vea la historia no como una ciencia propiciadora de información, sino como un lugar del pasado que aún persiste en el presente. Una ciudad, Buenos Aires, por ejemplo, no es solamente un lugar en el que una persona desarrolla un proyecto personal aislado en el espacio y el tiempo, sino que es un universo repleto de huellas espirituales y de valores que convergen en la realidad actual con un poder insospechado. Negar esto es condenarse a un ostracismo cultural que vacía de sentido la vida ciudadana y la misma existencia del individuo. A una ciudad hay que caminarla, indagarla y también soñarla. Sin estos múltiples actos de fundación, no puede esperarse ningún compromiso cívico o político por parte de los ciudadanos, y mucho menos por parte de los gobernantes, porque el compromiso genuino requiere amor a la cultura, a la geografía y a la historia del país.

-¿A qué se refiere con que hay que soñar una ciudad?

-A algo mucho más concreto de lo que parece. Es preciso descubrir la dimensión mítico-poética de un país, y esto se consigue recorriendo uno mismo la ciudad y conociendo la historia de los lugares que se recorren. Yo suelo organizar caminatas urbanas con este fin. Pero, también, leyendo los libros que le confirieron a nuestro país una identidad simbólica profunda, legendaria e ideal.

-¿Podría mencionar algunos de esos libros fundacionales?

– Fervor de Buenos Aires , de Jorge Luis Borges; La cabeza de Goliat , de Ezequiel Martínez Estrada, y, por supuesto, ese libro único y entrañable que es, a mi entender, Misteriosa Buenos Aires , de Manuel Mujica Lainez. Y no olvidemos a Adán Buenosayres , de Leopoldo Marechal.

-¿Estas fundaciones simbólicas que usted propone les conciernen también a nuestros gobernantes?

-Por supuesto, pero la verdad es que después de la generación del 80 los políticos ya no intentaron soñar un país grandioso ni acrecentar sus símbolos y sus valores.

-¿Cree que a lo largo del siglo XX hubo una decadencia de la clase política nacional?

-Los políticos actuales han perdido la mística de los próceres de otrora y sólo están obsesionados con la acumulación de poder y con ser demagogos y pragmáticos. No ven más allá de los resultados inmediatos y son incapaces de concebir un modelo superior de país. Padecen una especie de autismo crónico que les impide ver más allá de sus narices y de sus bolsillos.

-¿Considera que la Argentina, a pesar de la falta de idealismo de los políticos actuales que usted denuncia, transita por un período auténticamente democrático?

-En la Argentina, y en el mundo en general, la democracia se ha transformado en una suerte de promesa en estado de continua postergación. Y esto se debe, en parte, al fortalecimiento del poder del Ejecutivo en detrimento de la representación popular de tipo parlamentaria. E insisto en que esto es un fenómeno mundial.

-¿Cuáles son las condiciones para que exista una democracia genuina?

-Una noción madura de democracia tiene que trascender la retórica. Hoy vivimos una especie de esquizofrenia colectiva por culpa de un discurso político falso, ya que los datos esperanzadores que arrojan los economistas y los gobernantes no coinciden con la realidad social. Hay, en cambio, un parámetro indiscutible de evaluación, y es la relación real que existe entre el ingreso medio de las personas y la capacidad de acceso a los bienes y servicios.

-¿Cómo se aplica ese parámetro para la evaluación de una democracia?

-Un Estado democrático tiene que asegurar igualdad de base, es decir, que todos los ciudadanos puedan contar con los elementos básicos mínimos: vivienda, educación y alimentación. En suma: puede hablarse de democracia solamente cuando existe una justa distribución de posibilidades. Acerca de este tema, el Estado tiene una responsabilidad absolutamente inalienable. También es cierto que sólo puede hablarse de democracia cuando hay lugar para la crítica y, sobre todo, cuando esa crítica procede del seno de quienes detentan el poder. Es decir, cuando en un Estado hay una autocrítica abierta y constante.

-¿Cuál es su crítica del modelo liberal?

-Yo opino que el liberalismo parte del principio de que hay igualdad de condiciones en el orden de competencia de mercado, y esto es algo completamente ajeno a la realidad social. Y hay que decir también, ya que usted menciona el liberalismo, que el capitalismo conspira contra la realización de una democracia auténtica, ya que al capitalismo lo que más le importa es el desarrollo de la productividad. Lo humano queda en un segundo y hasta en un tercer plano. Más aún: el individuo sólo importa en tanto que sirve de instrumento a ese fin supremo que es la producción. La elevación ética de los ciudadanos al capitalismo no le interesa en lo absoluto.

-¿Y destacaría alguna virtud del sistema capitalista?

-Sí, pero sus únicos valores, a mi entender, que son la defensa de la propiedad privada y la promoción de la autodeterminación, tienen un carácter que en el fondo no deja de ser restringido, porque en el trasfondo del capitalismo siempre hay una dinámica pragmática. Por ejemplo, la distribución de la riqueza, cuando se realiza, no es con vistas a mejorar la dignidad de las personas, sino en función de la riqueza productiva y para evitar las revueltas sociales. Y lo mismo sucede con la defensa de la propiedad privada y con el encomio de la libertad personal. Decididamente, la esencia del capitalismo es incompatible con la dimensión espiritual del hombre.

-¿Considera que la Argentina vivió alguna vez un período de democracia madura?

-Sí, a fines de la década del 50, con Arturo Frondizi y con su desarrollismo. El peronismo, históricamente hablando, tuvo aspectos que fueron positivos, pero, a mi entender, su incapacidad para gobernar fuera del control autoritario fue y sigue siendo su gran carencia. Pienso que el peronismo, históricamente hablando, tuvo aspectos positivos, pero su incapacidad para gobernar fuera del control autoritario fue y sigue siendo su gran carencia.

Por Sebastián Dozo Moreno

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 18 de noviembre de 2006.

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