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La democracia es lo contrario a la dictadura

La violencia no se puede justificar de ninguna manera en una sociedad democrática, pero también, una democracia, es la responsable de resolver definitivamente las causas de sus desigualdades.

Por Adán Costa.- La memoria es un aguijón clavado en la epidermis de una sociedad, pero que opera sobre registros inconscientes, subterráneos, sepultos entre espesas capas de geológicas de corteza, manto, el negacionismo y la cultura sesgada. Cuando emerge se hace consciencia, la sociedad madura, el pecado de acción u omisión se transforma en responsabilidad.

La Argentina es una sociedad apreciada por la comunidad internacional no solamente porque es la tierra que hizo nacer a un Papa “urbi et orbi”, a un Diego, a un Lionel, más allá de que también hiciera jugar la final de un Mundial de Fútbol a sólo mil trescientos metros de una barbarie de sangre. Es apreciada como una sociedad que ha intentado resolver conflictos que para otras sociedades suponen fracturas hasta la desintegración.

Cuando la Argentina construyó un “Nunca Más”, sentando en un tribunal civil a una cúpula militar genocida, le sobrevinieron el punto final, la obediencia debida y el indulto. Cómo respuesta a la anulación de estas leyes de impunidad, se prosiguió con el juzgamiento de todos los responsables de crímenes contra la humanidad y la supresión de identidades en una política de Estado de memoria por la verdad y la justicia.

Cuando se intentó profundizar sobre las responsabilidades civiles, las complicidades judiciales o eclesiásticas, muchas vigentes por la vía del pasamano sucesorio de la gran empresa, aparecieron el beneficio del 2×1 a un represor, el cuestionamiento del número símbolo de 30.000, el “curro de los derechos humanos” y el aguarrás junto con aceite para impedir que se pinten pañuelos blancos.

La violencia que oculta la posibilidad de comprender la causa que la origina o que no la puede colocar en una perspectiva de proceso histórico y social, está destinada a su tracto sucesivo. La violencia no se puede justificar de ninguna manera en una sociedad democrática, pero también, una democracia, es la responsable de resolver definitivamente las causas de sus desigualdades.

Una democracia debe tramitar desde el respeto el pensamiento de origen e intereses diversos, el pensamiento crítico. La democracia es lo contrario a la dictadura, precisamente porque hace de la diversidad un dogma de respeto. La represión, la estigmatización, la muerte física y la muerte simbólica representan la muerte de una democracia.

La Argentina es una sociedad que desde todos sus orígenes es rica, diversa, heterogénea, compleja. Son tan argentinos los mapuches como los qom o los guaraníes que nos legaron el perfume de la yerba mate. Los mancebos de la tierra, como los vizcaínos de palo rollo y crucifijos de oro de Zacatecas. Los porteños como los aporteñados. Los que se fueron a morir a Asunción del Paraguay, como los indígenas que murieron de decenas de miles en las entrañas del Potosí para impulsar la reconversión del telar en taller y éste en fábrica textil de Manchester, y con ésta el capitalismo moderno que hoy conocemos como financierización globalizada.

Los misioneros jesuitas que redujeron a tupí-guaraníes en Sao Borja, Sao Luiz Gonzaga o San Ignacio Miní. Los federales como los doctos de levita, pluma estilizada. Los sanjuaninos, riojanos y catamarqueños y chilenos que imprimieron y distribuyeron las ediciones del “Facundo” en el diario el Progreso de Santiago de Chile. Los mazorqueros como los emigrados en el Montevideo, los Libres del sur y la Coalición del Norte. Los que vinieron de los barcos escapando del horror de la guerra y el hambre de la Europa meridional, como los que nacieron del polvo amarillento y seco en una tarde santiagueña. Los conservadores, los autonomistas, los galeritas, los liberales como los nacionales y populares. Unos nunca son más que otros. “Naides es más que naides”, dijo alguna vez un argentino del Oriente del río Uruguay.

Otros conflictos aún siguen esperando su “Nunca Más”, como los genocidios de nuestros orígenes en la Patagonia y el Chaco, más allá que los crímenes de Napalpí tuvieron recientemente su juicio de la memoria; la prisión política; la idea de propiedad comunitaria; la situación social de las mujeres; la distribución justa de todas las riquezas que producimos.

Si la memoria es un piso de madurez social, la democracia es y será el sentido vivo, que, como el amor, no tiene techo. Hagamos del ejercicio de la memoria un acto de conciencia social permanente.

El autor es abogado y docente santafesino.

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