La decepción y el descontento

Se trata de un cuento del abogado y escritor santafesino. ¿De qué se trata vivir, si no es para procurar ser pleno, no siéndolo, y por ende, añorándolo casi proféticamente?Por Adán Costa Rotella (Santa Fe)

La decepción y el descontento. Nociones que resultan sumamente interesantes, en principio, yo, diría. Máxime cuando se proyectan de modo recurrente en la historia de una persona. Por el propio carácter transitivo, al escoltar a esta persona dejan de aparecer como sensaciones mecánicamente detestables, para convertirse en una agradable una compañía, en una amalgama, hasta casi, en necesidad. Estaba pensando justamente en tales sensaciones, que han rondado mi existencia en mis últimos años, cuando vino a mi, tu glosa, tan versada, tan justa, tan incontrovertiblemente atinente. Pero, ¿de qué se trata vivir, si no es para procurar ser pleno, no siéndolo, y por ende, añorándolo casi proféticamente? Últimamente creía en las profecías. Ya no. Ya ni siquiera en la gloria de los hombres, ni aún de los más gloriosos. Cuándo comías simplemente esa naranja que ha provocado tanta ventura en tu espíritu, yo percibía, en el medio de mi molesta úlcera, el agridulce sabor de una noticia infatua, y, por tanto, injusta. Pérfida en tanto traidoramente fermentada, cocinada al calor de ímprobos rumores y no menos probadas historias de fantasmas que al acecho de los temerosos e inseguros siempre acuden. No obstante esta ruina, algo ya había cambiado en mi vida, soslayando la desmbocadura anunciada, acostumbrada. Algo me impidió tronar, como siempre, en la autocompasión. En algo que mi amigo Federico aborrecía desde sus plegarias anticristianas, al reprobar la misericordia fuente de debilidad, atacándola sin ruborizarse como propia de un estado enfermizo y nocivo, combatible, tanto como Aristóteles, a través de un purgante, la tragedia. No hay nada más insano, exclamaba desde su hiperbóreo y dignísimo autoacuartelamiento mental, que la compasión….. Un bálsamo, empero, neutralizó mis inquietos y poco ilustres pensamientos de esa noche, siempre tan compasivos, autojustificatorios en última instancia. Alguien estuvo dispuesto a escuchar auténticamente mi afección, o al menos, lo que hasta ese momento apreciaba como fatalmente penoso e irrecurrible. Alguien, muy dulcemente, susurró en mis oídos, no sin cierta sabiduría: ¿ lo hablámos… ? Y eso, creéme, no es para nada insignificante, te lo aseguro.

Archivos
Páginas
Scroll al inicio