La culpa de pertenecer al pasado

Por Joaquín Morales Solá

El quinto juez de la Corte Suprema de Justicia ha caído empujado por un juicio político en la era Kirchner. El pecado que ayer pagó Antonio Boggiano fue el de haber pertenecido a un tribunal desacreditado, armado según el gusto y el paladar del poder de otrora.
Las causas concretas contra él se habían debilitado a lo largo del proceso. Difícilmente habrían provocado la destitución de un juez de la Corte en tiempos más normales.
Nunca se conoció la opinión del Presidente sobre el caso Boggiano. Nadie habló jamás ni siquiera en su nombre. Sólo se sabe que su gabinete estaba virtualmente en contra de incluir a Boggiano en el juzgamiento político. ¿Para qué hacerlo? Kirchner ya nombró cuatro jueces del máximo tribunal de justicia del país y está en condiciones de nombrar uno más, el que reemplazará a Augusto Belluscio, que renunció mansamente.
Alberto Fernández, Roberto Lavagna y Rafael Bielsa siempre dijeron que era injusto meter a Boggiano en la misma bolsa que a los ex jueces Nazareno, López, Vázquez y Moliné O´Connor. Boggiano tiene antecedentes académicos y un prestigio profesional del que carecían los otros.
Pero enfrente de ellos se levantaron siempre dos figuras obstinadas: la del actual presidente de la Corte, Enrique Petracchi, definitivamente enemistado con Boggiano desde los tiempos de Menem, y la de la senadora Cristina Kirchner, decidida con empeño a llevar al juez hasta el cadalso.
¿Era sólo la senadora o ella expresaba también la opinión final del Presidente? Conviene inclinarse más bien por la segunda alternativa. De otro modo, sería la primera vez que la senadora y candidata actuaría contra la opinión de su esposo.
¿Es posible que esto hubiera podido suceder? Cristina Kirchner puede disentir del Presidente en la intimidad (y, de hecho, lo hace), pero nunca lleva tales disensos al recinto del Senado. Conclusión: Kirchner estuvo de acuerdo con tumbar a Boggiano.
Es probable, con todo, que Kirchner nunca se haya entusiasmado con la suerte del juez caído en el disfavor, pero la ingrata votación lo sorprendió a Boggiano apenas 25 días antes de las elecciones. Y el Presidente no hará nada impopular (o que, simplemente, merezca una explicación pública) en vísperas de los comicios en los que decidió jugarse a suerte y verdad.
Boggiano pagó entonces el pecado de pertenencia a la vieja Corte y no lo benefició el soplo de la fortuna en la hora inoportuna de la votación senatorial. Los argumentos son demasiado frágiles, pero no existen otros para rebatir las razones en favor de Boggiano que expusieron, en su momento, Fernández, Lavagna y Bielsa.
Fernández y Bielsa, ambos procedentes de la disciplina del Derecho, rescataban en Boggiano al jurista versado y al académico de fama. Lavagna prefería recordar al juez que impidió, en tiempos de Eduardo Duhalde, la redolarización de la economía por parte de una Corte Suprema dispuesta a desestabilizar al gobierno del primer presidente que pidió el juicio político del tribunal. Ese fue Duhalde y no Kirchner.
La tenacidad de la senadora Kirchner -y de la mayoría de los senadores- tendrá un precio político más alto que el de la destitución de los jueces que ya se fueron. Raúl Eugenio Zaffaroni, que carece del elogio fácil pero sabe discernir entre un buen y un mal jurista, lo rescató ayer a Boggiano como un «magnífico colega». Su mensaje, voluntario o involuntario, fue claro: Boggiano no fue echado por sus nuevos colegas.
Una Corte Suprema, integrada por conjueces, lo había restituido a Boggiano al tribunal apenas un día antes de su destitución. El caso Boggiano no ha terminado aún. Seguirá en el debate de la misma Corte de conjueces que lo había repuesto y, de no prosperar ahí, seguramente terminará en la Corte Internacional de Derecho Humanos. El ahora ex juez se prepara hasta para pedir la inconstitucionalidad de la ley que les anula el derecho a la jubilación a los jueces destituidos.
¿No es ésa, acaso, una decisión tendiente sólo a presionar a los jueces para que renuncien ante la primera advertencia de juicio político? La pregunta será llevada por Boggiano hasta la última instancia de la Justicia.
Boggiano perteneció a una mayoría de la Corte que, con grados distintos de responsabilidad, arrastró a la Justicia hacia los peores índices de descrédito que se recuerden. Pero, aun con esos antecedentes, las instituciones se curan sólo con el remedio de las instituciones.
Queda en el caso Boggiano, al revés de los juicios políticos que lo precedieron, la duda sobre si fue sometido -o no- a un juicio justo. La suspicacia tiene gravedad institucional, porque se trata de la muerte súbita de un ministro de la Corte Suprema de Justicia, como se ocupó de recordarlo ayer Horacio Prack, uno de los conjueces que lo habían restituido al tribunal.
Kirchner habrá tenido la oportunidad, a todo esto, de nombrar a seis jueces de la Corte Suprema. Las estadísticas deben manejarse con cuidado. Los nuevos jueces que hay son mejores, en el nivel académico y profesional, que los que se fueron. Nadie duda de que sus cabezas son independientes, a veces demasiado independientes para los gustos del actual gobierno.
Sin embargo, nadie, tampoco, puede desconocer cierta empatía política entre el Gobierno y varios de los nuevos jueces. Las disonancias pueden observarse, sobre todo, en el campo de la economía, pero no en el de la política ni en el de las cuestiones morales.
Kirchner deberá cubrir ahora dos vacantes en la Corte, la de Boggiano y la de Belluscio. Una dosis de pluralidad le está haciendo falta al tribunal. La República no tiene un solo color. Le haría bien a ella si el Presidente cambiara el pincel y la coloratura con la que está refaccionando a la más alta y definitiva instancia de la justicia argentina.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 29 de setiembre de 2005.

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