Por Giuseppe Tartaro.- Panorama de la situación política y eclesial en Italia, desde la perspectiva de un observador comprometido en ambas instancias, escrito unas semanas antes de las recientes elecciones. Nuestro país atraviesa una crisis económica y moral. Los casi veinte años de dictadura mediática berlusconiana provocaron una verdadera mutación antropológica en los sectores más frágiles de la sociedad. Italia fue un espacio donde se encontraron, mezcladas y enriquecidas, lenguas y culturas diferentes, capaces de dar vida a experiencias originales e irrepetibles, pero también hemos corrido el riesgo muchas veces, en los momentos más delicados, de convertir la individualidad en individualismo, la fantasía en desorden, la búsqueda de armonía en conformismo. No por nada nuestro camino hacia la unidad nacional fue tan lento y sufrido.
Berlusconi cultivó con éxito las peores tendencias de nuestra gente. La adormeció con espectáculos y con mensajes destructivos que se fueron radicando hondamente con slogans como: “pagar los impuestos es cosa de tontos”, “los jueces son todos comunistas”, “el Parlamento dificulta la acción de quien quiere trabajar para enriquecer al país”, “la Constitución es una traba inútil”, etcétera. Instaló la imagen del hombre que se hace a sí mismo, del vitalismo narcisista que desemboca en un delirio de omnipotencia por encima de las normas, continuamente utilizadas a favor de sus propios intereses; de la osadía de proyectar la reforma de la Constitución (la de De Gasperi, La Pira, Dossetti, Einaudi, Calamandrei, Nenni, Croce…) confiándola a tres o cuatro ineptos reunidos en torno a una botella de vino y un plato de polenta en una morada de montaña. Supo ganar terreno la imagen del hombre erótico que goza la vida proponiendo a los jóvenes la visión de la mujer objeto para usar y luego mostrar como trofeo. ¿O acaso no fueron trofeos de exhibición las ministras y subsecretarias elegidas según cánones ajenos a la preparación y la inteligencia? Más aún: Berlusconi impuso el ejemplo del político anticonformista que sabe aligerar los aburridos encuentros internacionales: el hombre simpático que rompe las reglas con gestos vulgares en las fotos oficiales de los jefes de Estado, como si se tratara de una ocurrencia adolescente entre compañeros de escuela, faltando el respeto a Angela Merkel. Fueron veinte años de humillación que tuvimos que soportar millones de ciudadanos, preguntándonos con preocupación sobre nuestra identidad y futuro. En estos años el Parlamento se transformó en una suerte de corte feudal donde vasallos, bufones y bailarinas, siervos y personajes de baja leva, aplaudieron y sostuvieron los designios del líder, proyectado en proteger su patrimonio y su impunidad.
Me avergoncé muchas veces, preocupado por el futuro de mis hijos y de mis cuatro pequeños nietos, cuando la mayoría del Parlamento se inclinaba a los pies del padre-padrone, llegando a afirmar que Ruby Robacorazones, uno de los muchos juguetes del déspota caprichoso y enfermo, era sobrina de Mubarak. Lamentablemente, poco o nada hicieron las fuerzas de oposición para detener la decadencia. En ese Parlamento frágil y débil se sientan decenas de personas procesadas, tristes personajes dispuestos a cambiar de bandera por dinero, auténticos dinosaurios que calientan bancas inútilmente desde hace décadas. Mientras la crisis impone duras pruebas a millones de personas, buena parte de ellos se muestra aferrada a vergonzosos privilegios, acostumbrada a todo tipo de derroche, absolutamente ajena a la realidad en la que se debate el país.
Me animaría a decir que ni siquiera el fascismo fue tan dañino para el imaginario colectivo, ya que el furor destructivo de la dictadura de Mussolini era manifiesto y prepotente, enmarcado en una visión errónea del Estado. Muchos de los actuales políticos ni siquiera conocen el significado del término. El resultado fue la masificación de las conciencias. Dietrich Bonhoeffer decía que para el bien, la estupidez era un enemigo más peligroso que la maldad. Será difícil desarmar la madeja de estupidez armada en estos años. Cuando me piden noticias de la situación actual italiana, me resulta cada vez más compleja su descripción dada la evidente condición “líquida y brumosa” de nuestro país.
Ciertamente Mario Monti nos ha salvado del precipicio gracias a la única institución aún creíble: la Presidencia de la República. En efecto, Giorgio Napolitano, después de la vergonzosa retirada de Berlusconi, sustancialmente “sugerida” por las cancillerías europeas, propuso un gobierno anómalo, sostenido por partidos inconciliables entre sí. Pero Monti ha debilitado las resistencias de un país en crisis que no llega a revelarse porque el malestar fue absorbido en parte por las generaciones mayores, que cubren las necesidades de los jóvenes. Muchos constatamos este análisis en la vida cotidiana: los hijos resuelven en parte el problema de la vivienda gracias a los padres. Quien está mejor cede parte de lo propio a quien se encuentra en dificultades; abuelos y tíos mayores ayudan a nietos y sobrinos.
El político de centro Pier Ferdinando Casini, si bien quiere acreditarse como un refugio capaz de contener a los moderados, no puede borrar sus incoherencias y su anterior apoyo al populismo de Berlusconi y la cultura tribal y pagana de la Lega. Ahora intenta sostenerse junto con Gianfranco Fini (ex dirigente del partido de los nostálgicos fascistas, también él arrepentido de su “amistad” con Berlusconi) y Luca de Montezemolo (representante de las finanzas y la industria). Estos personajes arrastraron a Monti hacia híbridas alianzas, diezmando el patrimonio de estima ganado a lo largo de un año. Los efectos están a la vista: la reaparición de Berlusconi como un nuevo golpe al bipolarismo que se delineaba (derecha y centro-izquierda) y el aumento de la confusión general. Fue triste ver a Monti cambiar de estilo en pocos días y ceder a pequeñas diatribas que antes parecía despreciar, con su estilo elegante y parco. Se comprende que, frente al escándalo de tanto derroche absurdo y vergonzoso, haya aumentado la protesta en algunos y la apatía en otros. Acaso el mérito del movimiento del cómico Beppe Grillo fue volver a interesar a las personas por la política, pero mostró aspectos inquietantes y peligrosos, además de una manifiesta vulgaridad.
La así llamada segunda república (después del proceso de “Mani pulite”) hubiera podido redefinir el sistema político y corregir el crecimiento desmedido de los partidos. Pero las cosas no fueron así. La incapacidad de los hombres de izquierda permitió la victoria de Berlusconi cuando parecía acabado frente a Romano Prodi. Hoy, Rifondazione comunista no tiene representantes en el Parlamento, pero tampoco está Prodi y sigue la gente de Berlusconi. De este período quedan algunas cosas buenas: la entrada en el euro y la elección directa de los intendentes, lo que permite seguir directamente la conducta de los responsables y de las instituciones locales.
El PD (Partido Democrático) parecía haber recuperado algo de su optimismo en las primarias (Matteo Renzi- Pier Luigi Bersani). Pero cabe denunciar el fracaso del diseño político que hubiera podido unir las culturas que están en el origen de nuestra Constitución (“la más hermosa del mundo”, tal como recordó semanas atrás el actor Roberto Benigni en una refinada intervención televisiva). Muchos comunistas italianos perdieron el alma, tal como perdieron las raíces muchos cristianos. Hay, sin embargo, algunas espléndidas excepciones; pero no alcanzan. Y se me permita una observación, quizás un desahogo. En estos años hubo una total afasia de la curia romana (quiero demasiado a la Iglesia, madre y maestra, como para hablar de iglesia romana), precisamente en el momento en que sus voces más altas hubieran sido útiles, la curia adoptó una actitud que ni siquiera habíamos conocido en los peores tiempos de la Democracia Cristiana. Por unas pocas monedas, estos auténticos mercaderes del templo renunciaron al anuncio del Evangelio y se limitaron a proclamar los acostumbrados “principios no negociables” (aborto, matrimonio gay, escuelas católicas), dejando deslegitimados en el silencio los valores evangélicos. La Conferencia Episcopal Italiana, rehén del cardenal Camillo Ruini, durante los largos años de enfermedad de Juan Pablo II hizo caso omiso ante los escándalos de Berlusconi.
Hoy se renueva la tristeza al asistir a la apurada adhesión de los acostumbrados exponentes de la curia a través de los órganos de prensa semioficiales, como Avvenire, para apoyar el nuevo rassemblement de Monti, Casini, Fini y Montezemolo. Todo por un plato de lentejas o por 30 denarios. Se reduce el Concilio Vaticano II a un vestigio arqueológico, cambia el mismo vocabulario de la pastoral ordinaria, desaparecen del uso común palabras y expresiones como “pueblo de Dios”, “profecía”, “comunidad”. Muere el laicado que el Concilio quería que fuera adulto. Se permiten sitios web o blogs dirigidos por sacerdotes que llaman a Pablo VI “judas”, o “papa herético” a Juan XXIII. Se permite que miembros de Comunión y Liberación linchen periodísticamente a pastores santos como el cardenal Carlo Martini, agredido al día siguiente de su muerte. Hay un silencio absoluto con respecto a la dolorosa realidad de muchas familias, la desocupación juvenil, el degrado cultural del mundo del espectáculo, mientras se sigue “predicando” (¿con qué convicción?) sobre la importancia de la familia, la educación y el relativismo imperante. En gran parte del clero hay descorazonamiento y resignación ante la inexistencia de una verdadera pastoral en la mayor parte de las parroquias, donde la vida ganó un sesgo burocrático y repetitivo. Se advierte una grave ausencia de gestos proféticos, la renuncia a leer los signos de los tiempos.
No obstante, y a pesar de todo, soy optimista, o mejor sería decir que no pierdo la esperanza.
En el centro cultural donde colaboro (S. Ludovico de Montevarchi) recibo y leo decenas de revistas cristianas de gran determinación y espíritu de verdad, con sincero amor por la Iglesia, que denuncian abiertamente este estado de cosas. Se trata de pequeños cenáculos donde se trabaja en silencio y donde se percibe la resistencia de una verdadera cultura cristiana. Sólo para recordar algunas: Tetto de Nápoles, Rocca de Asís, Aggiornamenti sociali de los jesuitas de Milán; Servitium de los servitas del padre Turoldo de Bérgamo, Margine de Trento, Regno de los dehonianos de Boloña; Il gallo de Génova, Nigrizia de los dehonianos… Resiste el semanario tan difundido Familia cristiana de los paulinos, bajo la sabia y valiente dirección de Antonio Sciortino… ¿Pero hasta cuándo?
Traducción de José María Poirier.
El autor es profesor en Letras, miembro de la Accademia del Poggio; participó activamente en la juventud política que acompañó al alcalde de Florencia Giorgio La Pira.
Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2390, marzo 2013.