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La batalla cultural está en marcha

Implica dar un debate profundo que excede la economía, discutiendo sobre los fundamentos y valores que sustentan una sociedad. También contempla generar un nuevo relato.

Por Guillermo Briggiler.- El Presidente libertario ha puesto en marcha en los últimos tres meses y medio un ambicioso plan de ajuste que ha marcado un antes y un después en la historia económica del país. Este plan, de naturaleza ultra ortodoxa, incluye medidas sin precedentes, como la devaluación monetaria, la contención en la emisión de dinero, la desregulación de amplios sectores económicos, la reducción de la estructura estatal, así como la disminución de subsidios directos e indirectos. Además, ha emitido un decreto de necesidad y urgencia y ha presentado un proyecto de ley con reformas políticas y sociales significativas, aunque lamentablemente estos últimos fueron rechazados por el Senado en tanto que aún falta la Cámara de Diputados (donde la oposición aún no tiene los votos para ir en la misma dirección por lo tanto no se convoca a sesión especial).
El Presidente es economista y experto en estrategias de crecimiento económico tanto con como sin dinero, va liderando esta transformación en la economía, enfrentándose, como era previsible, a desafíos políticos sustanciales. Siendo uno de los pilares fundamentales de su mandato la reducción de la inflación y la erradicación de la inseguridad, dos problemas persistentes en el país. Pero a pesar de mantener un sólido respaldo popular que oscila entre el 45% y el 55%, según las encuestas más recientes, Javier Milei aún no ha logrado convertir este respaldo en avances legislativos cruciales para consolidar las reformas necesarias que Argentina necesita -desesperadamente- después de dos décadas de intervencionismo estatal excesivo, controles monetarios estrictos, restricciones comerciales y políticas proteccionistas. De aquí que contrastan por un lado el apoyo popular que posee contra la poca ayuda que recibe de parte de los representantes del pueblo, senadores y diputados (es decir la casta, según el Jefe de Estado).
Este escenario forma parte de lo que los libertarios definen como «la batalla cultural», una confrontación que abarca aspectos económicos pero que, en su esencia, es una disputa ideológica profunda, que comprende además una nueva narrativa (el relato). Esta lucha implica un rechazo al gasto público desmedido, a las imposiciones ideológicas en temas de género, a la gestión social influenciada por grupos piqueteros y políticos afiliados al kirchnerismo, así como a manifestaciones culturales que sirven como fachada para intereses partidarios y clientelares.
La batalla cultural implica una confrontación de ideas, valores y creencias que tienen un impacto profundo en la forma en que se estructura una sociedad y se desarrollan las políticas públicas. Uno de los elementos centrales de esta batalla cultural es la defensa de principios liberales clásicos, como la libertad individual, el respeto a la propiedad privada, la meritocracia y la limitación del poder estatal en la vida de las personas. Se critica también el excesivo intervencionismo estatal, los controles económicos y las políticas redistributivas que, según consideran, distorsionan la libertad y el desarrollo económico.
Pero es más amplia aún, la batalla cultural, abarca también temas relacionados con la identidad y la cultura. Se cuestionan las imposiciones ideológicas, como el pensamiento políticamente correcto, el feminismo radical, la teoría de género y otras corrientes que son restrictivas para la libertad de expresión y el debate abierto de ideas. Se defiende la libertad de pensamiento y la diversidad de opiniones como pilares fundamentales de una sociedad plural y democrática. Conjuntamente con las políticas asistencialistas y clientelistas, que promueven la dependencia del Estado y debilitan la iniciativa individual y el emprendimiento. Se busca fomentar y recuperar una cultura del esfuerzo, la responsabilidad y la autonomía, en contraposición a un modelo de sociedad basado en la asistencia permanente y la delegación de responsabilidades al Estado.
La batalla cultural implica dar un debate profundo que excede la economía, discutiendo sobre los fundamentos y valores que sustentan una sociedad, buscando promover una visión más liberal, individualista y plural en contraposición a modelos más intervencionistas, ideologizados y centralizados.

#BuenaSaludFinanciera
@ElcontadorB
@GuilleBriggiler

Fuente: https://diariolaopinion.com.ar/

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