Para nada pienso que el fracaso del sistema educativo actual se deba, como alguien ha dicho, a la falta de autoexigencia de nuestros jóvenes. Precisamente, considero que el exigirse más cada día, llegando a ser incluso un adicto de la perfección, tiene sus riesgos y trastornos en la sociedad actual. Lo que puede ser adecuado, cuando se lleva al extremo de la desproporción, genera desengaños verdaderamente dolorosos. Será oportuno esforzarnos para conseguir nuestras metas y futuras realizaciones, pero de ahí a creernos dioses capaces de conseguir hacerlo todo inigualable, va un abismo. Sin embargo, si creo que las instituciones educativas deben plantearse nuevos retos para no seguir perdiendo el paso que imponen las continuas transformaciones sociales.
El que los jóvenes no se autoexijan de manera proporcionada, en todo caso, será porque el sistema educativo solapa valores y esencias humanas, sin apenas darle importancia a las referencias éticas, como puede ser el sentido de la responsabilidad. Quizás, la autoexigencia, debería partir antes del plano de los adultos. Considero preocupante, para una sociedad que pretende ser avanzada, que cada día sean más lo chavales que llevan consigo la carga de una fuerte soledad y un bochornoso vacío interior que salta a la vista, a poco que les miremos a los ojos y sigamos sus andares. El hecho de que los mismos progenitores no participen en las responsabilidades educativas de sus hijos es otra dificultad añadida al propio sistema educativo.
A mi juicio, no es bueno que el desencanto entre por la puerta de los centros educativos y se instale en los pupitres de las aulas. Me consta, que la mayoría de los enseñantes, encuentran muchas dificultades para ayudar a los alumnos indisciplinados y conflictivos. Bien es verdad que, factores de desarraigo cultural, pérdida de la autoridad del docente, desestructuración de la familia, así como la nula exigencia de un sistema educativo expuesto al partido de turno, vienen influyendo negativamente en aquellos alumnos desmotivados para el trabajo y el esfuerzo, a sabiendas de que al final de curso pasarán sin más problemas. A todo ello, habría que sumar los impertinentes reclamos publicitarios al dislocado divertimento, a un ocio consumista y sin sentido alguno.
En medio de esta situación, urgen otras autoexigencias, sin necesidad de dejar de ser nosotros mismos quienes decidamos cuál es nuestro propio valor como personas. En este sentido, muchas comunidades educativas han logrado generar un ambiente de trabajo positivo, donde toda la comunidad se implica, con la exigencia debida, en su propio proyecto educativo, no exento de dificultades. Que el Ministerio de Educación y Ciencia convoque un concurso nacional de buenas prácticas de convivencia escolar, como el fallado recientemente, creo que es otra motivación más por la que vale la pena apostar. La convivencia –como dijo acertadamente la Ministra Mercedes Cabrera- en los centros educativos es un factor indispensable para avanzar en la educación, en la formación y en la madurez.
Precisamos, desde luego, dejar de delimitar nuestro valor sólo en base a cualidades externas y comenzar a valorar nuestras cualidades internas. Por otra parte, lo que constitucionalmente se reconoce, en referencia a todo tipo de centro educativo, como el pleno desarrollo de la personalidad humana. O sea, una acción educativa más humanizadora y menos competitiva, sin que para ello suponga desatender el desarrollo intelectual. En consecuencia, las autoexigencias aquellas justas y necesarias, porque detrás del cretino, don sabe lo todo, muchas veces también se esconden arrobas de frustraciones y ansiedades.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
El autor vive en Granada (España) y envió esta colaboración especial a www.sabado100.com.ar