Tiene el andar clásico de quien sigue siendo un deportista, más allá de que su tiempo dentro de las canchas, como jugador de fútbol o de basquet, haya pasado a ser recuerdo. Es que Carlos Alberto Salerni, o «Pin» desde que el «Gordo» Morales lo rebautizara con filosofía de tablón -«era vecino de mi casa y me conocía desde muy chico, tiempos en que yo buscaba las figuritas de los jugadores de Atlanta porque me gustaba el color de su camiseta. Y como en el equipo bohemio jugaba un wing izquierdo brasileño, zurdo igual que yo, llamado Pin, me quedó el apodo»- se mantiene como parte del juego. Aunque ahora sea el encargado impartir justicia, en el basquetbol y con los más chicos.
Pero el hombre que todos los días está al frente de su propio comercio, también se mantendrá en la memoria de muchos como un buen entrenador: «Pude disfrutar de la sensación de dirigir en los dos juegos que me apasionan. Eso es lo más importante, más allá de la continuidad».
Carlos «Pin» Salerni comenzó su amor por el deporte en tiempos en que la pelota era el juguete más preciado por todos ante la ausencia de la televisión y las computadoras. «Jugábamos a la pelota todo el día. Al fútbol y, sobre todo, al basquet. Mi hermano Lalo es mayor que yo y tenía un grupo de amigos con los que practicaba en Ben Hur, pero poco después se pasaron a Atlético y me llevaron con ellos».
Entonces se jugaba al fútbol en invierno y al basquet en verano, porque así lo permitían los antiguos calendarios, y los chicos podían disfrutar a pleno sus pasiones. «Comencé a jugar a la pelota en el San José con el Hermano Gaspar, porque el Colegio participaba con la sexta, la quinta y la cuarta especial en el torneo de la Liga. Fueron dos años hasta que se desafiliaron y todos quedamos libres. Entonces pasé a Quilmes».
– ¿Por qué?
– Por mi padre que, en una misma noche, decidió donde jugaría y me dio una gran lección. Yo le había dicho a la gente de Ferro y a la de Quilmes que iba a fichar para ellos. Cuando uno es chico suele decir a todo que si sin medir consecuencias. Entonces mi padre me preguntó a quién le había dado primero mi palabra y, ante mi respuesta, me obligó a firmar para Quilmes y a pedirles perdón a los de Ferro. Eran tiempos distintos, en los que la palabra se debía respetar.
– ¿Llegaste a debutar en Primera con Quilmes?
– Sí. Tuve la suerte de integrar un buen equipo durante dos años hasta que un amigo me llevó a Colón de Santa Fe en 1965, justo cuando los Sabaleros subieron a Primera. Jugué una temporada completa en Reserva. Tenía 18 años y me tocó compartir concentraciones con el equipo superior en Buenos Aires. En esos años no podíamos ver fútbol profesional, comprábamos El Gráfico para conocer a los jugadores porque a los partidos los seguíamos por la radio. Y yo estaba ahí, no lo podía creer. Aprendí mucho. Pero Colón descendió, achicó los planteles, y yo decidí volverme a Rafaela. Pero como el Libro de Pases estaba cerrado, fui a jugar a Tacural, y salimos campeones de la zona.
– Entonces arreglaste con Atlético…
– Yo jugaba al basquet en Atlético y entonces todo fue sencillo. La primera temporada nos fue muy bien, pero la segunda no, fuimos un desastre. Apenas terminó, nos quedamos sin entrenador y me ofrecieron tomar el equipo. Acepté y viví un año muy especial. Terminamos cuartos la fase regular y ganamos el reducido que coronaba al campeón. Sin embargo en la última fecha me dejaron sin trabajo.
– ¿Por qué?
– Por diferencias con los dirigentes. Ellos que querían saber durante la semana previa como iba a armar al equipo, quienes jugarían, y yo no estaba de acuerdo con eso. No los dejaba entrar al vestuario, algo que los ponía mal, y había impuesto como sistema de entrenamiento lo que había aprendido en Colón. Eso de entrenar todos los días en una época en que sólo se lo hacía dos o tres veces a la semana, los tenía mal, no les gustaba. Bueno, todo eso me lo cobraron. Desde ese día nunca más dirigí fútbol. Tenía 28 años.
– ¿Y el basquet?
– Seguía normal, porque nunca dejé de jugar. Me retiré recién a los treinta y cinco años.
– Era una época muy distinta para jugar…
– Era muy distinta para vivir. El honor era un valor fundamental. Para nosotros perder un partido significaba un gran dolor que nos duraba hasta la fecha siguiente. Y no había otro premio que la satisfacción por la victoria.
– ¿Los partidos eran más duros que los actuales?
– Se jugaba muy fuerte con un reglamento distinto. Había mucho menos roce que en los partidos actuales, porque no se permitía el contacto. Pero cuando lo había, este era muy duro y uno de los dos salía lesionado. Fuera de la cancha también los partidos se vivían de una manera muy especial. El hincha sentía al club como nosotros, había verdaderos clásicos.
– ¿Cómo fue jugar con Carlos Raffaelli?
– Un placer, para mí fue el mejor basquetbolista argentino anterior a Ginóbili. Cuando jugabas con Chocolate tenías que estar muy atento porque nunca sabías en que momento te llegaba la pelota. Era un gran tirador pero, por sobre todo, un pasador extraordinario.
– Fuiste un jugador difícil para los árbitros. ¿Cómo fue pasar del otro lado del mostrador?
– No, no creo haber sido difícil, lo que ocurre es que yo debuté en Primera con 16 años, siendo Cadete, y me tocaba enfrentar a hombres hechos, gente bastante más grande que yo. Recibía muchos golpes, tengo varias heridas sufridas en esos partidos. Eso me hizo crecer rápidamente, endurecerme. Pero fue bueno convertirme en árbitro después de ser jugador, porque yo sé lo que siente la persona que me toca dirigir, los entiendo.
– Tenés una relación muy amplia y muy fuerte con el deporte que hoy te permitiría vivir de ello como un profesional. ¿Sentís que naciste en la época equivocada?
– No, al contrario, he disfrutado de un tiempo maravilloso que siento mío. Lo he disfrutado intensamente dentro y fuera de la cancha, y lo sigo haciendo ahora como árbitro de basquetbol. Pero, además, mi tiempo como futbolista y como entrenador de basquet me permitió ganar dinero. Un dinero muy inferior al que podría ganar hoy, es cierto, pero que de todos modos me permitió crecer económicamente. No se si todo lo pasado fue mejor, más bien creo que no, pero igual valió la pena.
Fuente: diario Castellanos, Rafaela, 19 de diciembre de 2005.