Por Emilio Grande (h.).- Los cristianos de todo el mundo en sus distintas versiones celebramos la Pascua este fin de semana, en la que el hijo de Dios después de haber vivido la pasión y la muerte (jueves y viernes santos) fue resucitado en el tercer día, tal como estaba anunciado en las escrituras, para la salvación de las personas de todos los tiempos.
Frente a una sociedad que pareciera dar la espalda a Dios y vive este fin de semana largo casi sin cuestionarse sobre el sentido más profundo de la Semana Santa, Jesús nos ayuda a comprender el triduo pascual: pasión, muerte y resurrección.
Atrás quedaron los cuarenta días que marcaron el tiempo de Cuaresma, justamente de preparación y revisión de nuestras vidas para buscar un cambio interior sobre aquellas prácticas oscuras y en tinieblas.
Se dice con razón que la Semana Santa es la semana mayor de la cristiandad, donde el misterio del amor por la humanidad se hizo palpable, llevando Jesús a la cruz nuestras debilidades y pobrezas humanas y materiales, no solamente de hace más de 2.000 años, sino que es la representación diaria de nuestras locuras e incoherencias actuales.
Jesús sigue siendo crucificado frente a tantos pecados mundanos, que afectan a millones de personas: las locuras de Putin con la invasión de Rusia a Ucrania y de Ortega en Nicaragua, quien persigue a miembros de la Iglesia Católica y prohíbe celebraciones litúrgicas en las calles; la guerra en Tierra Santa (Israel y Palestina) con la muerte de miles de inocentes; un grupo de países ricos frente a la mayoría más empobrecidos; el materialismo egoísta para tener poder y riquezas a cualquier precio frente a los más vulnerables que son descartados en distintos ambientes sociales; en las elecciones PASO del domingo pasado sobresalió la soberbia de la gestión municipal en no darse cuenta de los gritos de miles de rafaelinos desde hace 16 meses.
En este contexto, el obispo diocesano Pedro Torres presidió el Domingo de Ramos en la Catedral San Rafael, expresando que “Jesús es el único que puede salvarnos de esa mirada del poder que nos esclaviza y nos amarga. Cuántas veces las luchas de poder en nuestra patria han oscurecido la maravilla de lo que Dios nos regala; el poder es para servir y ayudar, no para servirse. Estamos llamados a dejar que el evangelio empape toda nuestra vida, nuestros bienes, nuestra escala de valores, nuestros afectos, nuestra familia. Pasa en la vida familiar cuando competimos en vez de compartir, cuando criticamos en vez de alegrarnos por el bien del otro”.
En la oscuridad que envuelve a la creación, la Virgen María se quedó sola para mantener la llama de la fe frente a la cruz del Viernes Santo, pero es al mismo tiempo la esperanza en la resurrección de Jesús.
Este sábado abramos los corazones como las mujeres que fueron al sepulcro en Jerusalén, quedando desconcertadas porque se les aparecieron dos hombres con vestiduras blancas: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 1-7).
Humanamente, es difícil comprender que alguien vuelva a la vida… El misterio de la fe muestra que el Hijo de Dios, el que fue “traspasado”, está vivo, ha resucitado realmente, para ser anunciado porque el pecado y la muerte ya no tienen la última palabra.
Así, la Pascua es el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. En medio de las búsquedas, Jesús se nos revela resucitando por nosotros para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada.
A pesar de tantos signos de la “cultura de la muerte” en la sociedad actual, entre ellas el aborto legal en nuestro país con miles de muertes inocentes desde 2021 y en otros lugares, debemos seguir apostando por la vida desde la concepción hasta la muerte natural; si cambian los corazones los dirigentes y los ciudadanos, la Argentina postrada sigue teniendo salida frente a la grave crisis política, económica y social con el 38,1% de pobreza.
Una vez más es un enorme desafío y compromiso ser cristianos con la esperanza en la vida eterna, más allá de lo temporal, y no ser cristianos por tradición, testimoniando la misericordia y una vida coherente con el evangelio. Tenemos la esperanza porque Cristo ha resucitado y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo…