Por María Inés Adorni.- Solo yo sé como él se llama, Jesús el Nazareno, con él camino desde la panza de mi madre desde pequeña; es él que me cuida y me protege todos los días de mi vida, y comprendí que si le damos la mano, la toma con mucho amor y paz y nos lleva por el buen camino.
Yo lo único que sé es que a mí me tomó de la mano cuando más lo necesitaba.
Aprendí a ser feliz y agradecida por las pequeñas cosas, y aprendí a sonreírle a la vida.
Me enseñó a llorar y a dejar ir.
Me enseñó a despertar y mirar al sol, a los pájaros y agradecer y bendecir el nuevo día.
Después de un día de actividad en mi profesión, acostarme con paz y agradecer ese día.
Me enseñó a admirar la naturaleza, a esa flor, a ese pájaro, a disfrutar de un amanecer y atardecer, a contemplar la vida, a estar en paz.
Me enseñó a ir más despacio, ir más lento y disfrutar de mi actividad, también me enseñó a abrazar y a decir esas bellas palabras amor, corazón, a todos los que me conocen, también a dar la otra mejilla, saber perdonar por más que las heridas siguen abiertas.
Me enseñó a quererme, a querer a quien tengo al lado mío.
Me enseñó también a brindarle una mano al más necesitado.
Me fortaleció con el regalo del Espíritu Santo.
También a decir gracias y a perdonar, lo pueden cambiar todo.
Me enseñó a no tener miedo sino amor. Porque el amor lo vence al miedo.
Y también el amor sana.
Jesús me ama a través de mil detalles.
Me enseñó a confiar en mí y a levantar mi vos frente a la injusticia.
Jesús está en mi corazón y no afuera, me dejó que salga a equivocarme en la vida y a aprender.
Él me sigue cuidando y esperando.
Sé que solo estoy aquí por un tiempo y estoy para dar amor incondicional.
Por eso, gran maestro Jesús, quiero seguir agarrada de tu mano siempre.
Sembrando semillas de fe…