Dos niñas bellas, brillantes y despiertas (demasiado despiertas), que necesitan la disciplina de una buena niñera. Así ve a Italia y a la Argentina Beppe Severgnini, uno de los más reconocidos periodistas italianos, editorialista del Corriere della Sera, antiguo corresponsal de The Economist en su país, discípulo de Indro Montanelli y autor de numeros libros que fueron best sellers en Europa.
Con esa imagen risueña explica también el éxito de su país y los devaneos perpetuos de la Argentina: de temperamento y sustrato cultural parecidos, mientras la bambina italiana tuvo como niñera a la severa Alemania, que la obligó a ceñirse a ciertas reglas de convivencia como requisito para integrar la comunidad europea, la niña argentina, lejos de Europa e inserta en América latina, creció junto a Brasil, una compañía simpática, dice el periodista, pero tal vez un poco indulgente.
De paso por Buenos Aires, Severgnini habló con LA NACION sobre los primeros pasos del flamante gobierno italiano y analizó con humor y agudeza las relaciones entre Italia y la Argentina. En ese sentido, recomendó que el país no subestime el problema de los bonistas italianos –tema que considera central– y confesó que preferiría que la inmigración que llega a Italia estuviera integrada principalmente por jóvenes argentinos, como una manera de completar lógicamente el proceso por el cual los descendientes de italianos en el exterior han accedido a la ciudadanía de sus ancestros y han obtenido el derecho al voto, proceso que, aunque positivo en su contenido, el periodista considera que fue realizado en forma apresurada.
Severgnini ha escrito varios libros sobre los hábitos cotidianos -sociales y políticos- de sus compatriotas y de los ingleses. Uno de los últimos, «La testa degli italiani» («La cabeza de los italianos», 2005), lleva ya cinco ediciones en su país y, cuenta su autor, ha sido traducido a varios idiomas, aunque, curiosamente, no al español.
-Con pocos cambios, «La cabeza de los italianos» podría ser también la de los argentinos: la misma desconfianza hacia la autoridad, un sentido del humor y del escepticismo parecidos, la misma tendencia al desorden y a no respetar las reglas. ¿Cuál es la diferencia que ha permitido a Italia convertirse en una de las economías más poderosas del mundo?
-Hay características que son comunes a los latinos en general. Pero entre argentinos e italianos hay, ciertamente, algo más. En su país Italia no es uno de los componentes culturales, sino el mayor componente cultural. Efectivamente, a comienzos del siglo XX la Argentina iba delante de Italia. La inmigración que han tenido lo demuestra. Luego, las dictaduras, el sistema autoritario, los probaron tanto Italia como la Argentina y ninguno de los dos ha sido el peor, comparándolos con lo que pasó en Alemania. ¿Qué fue lo que se hizo mejor en Italia? La diferencia fue el ambiente: nosotros estábamos en Europa, ustedes no.
– ¿Eso qué quiere decir?
-Que hay una fortísima presión cultural de los vecinos, que va desde inspirar la emulación hasta ejercer la coerción. Tengo 49 años, nací en la Italia feliz que había pasado la guerra, viví en una Italia en paz y en crecimiento, una Italia optimista. Tengo tres meses más de vida que el tratado que instituía la Comunidad Europea. Y las reglas de la comunidad europea son obligatorias. No creo que hayamos respetado la competencia, la libre circulación de las personas, la disciplina fiscal y monetaria por mérito propio. Librados a nosotros mismos, no sé si hubiéramos hecho las cosas tan bien. Si no estuviésemos dentro del euro, por ejemplo, estaríamos en problemas muy serios. Creo que todas las cosas buenas que ha hecho Italia en los últimos años las hizo porque estuvo compelida por Europa.
-Una cuestión de entorno…
-Italia y la Argentina son como dos niñas bellas, inteligentes, brillantes y simpáticas, pero muy vivaces. Y las niñas vivaces necesitan una niñera. Nosotros hemos tenido una niñera alemana; ustedes no. Chile ha hecho grandes progresos, pero desde el punto de vista de la influencia que los países cercanos pueden ejercer en la vida de una nación no es lo mismo tener de vecinos a Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil que tener a Francia, Alemania y Gran Bretaña. La niñera brasileña es simpática, pero la alemana es más eficaz.
-Uno de aquellos vecinos, Inglaterra, permanece fuera del euro.
-Inglaterra ha podido permitirse entrar en la Comunidad Europea con 16 años de retraso, en 1973, y todavía permanece fuera del euro. Pero Gran Bretaña tiene una fuerza que nosotros no tenemos. Tiene una lengua que es un vehículo extraordinario. Londres es la capital financiera del mundo y se ve a sí misma como protagonista. Inglaterra puede permitirse algunos lujos, hasta cierto punto. Es una nación que ha arriesgado mucho. A fines de los 70 atravesaba una gran crisis. Pero llegó Thatcher. Los ingleses encontraron en casa a la niñera de la que hablábamos antes. ¡Y qué niñera!
-¿Cree que los ingleses le deben su progreso a Thatcher?
-Sí. Blair no hubiera existido sin Thatcher. Ella ha limpiado el terreno en el que luego él pudo sembrar. El problema de nuestros países es que continuamos sembrando ideas nuevas sin limpiar el terreno de las plantas viejas. Aquí hay instituciones políticas, ideas de avanzada, pero si tengo las calles bloqueadas por piqueteros, no estoy organizando la democracia de un modo moderno.
-Hay quienes consideran los movimientos piqueteros como espacios que permiten la participación política de sectores sociales que no se sienten representados por los partidos.
-Bueno, entonces hay algo que no va. Porque la democracia implica que si uno tiene ideas forma un partido o un sindicato. Y si muchos comparten esas ideas el partido tendrá peso. Pero si todos los que piensan que tienen una causa se ponen a bloquear la ciudad, se produce un problema.
-«La cabeza de los italianos» sugiere que Italia parece no saber hacia dónde va.
-Italia está en un momento de confusión. La vida cotidiana es muy agradable, llena de pequeños placeres: la comida, el vino, las vacaciones, los teléfonos celulares. Los pequeños placeres son bellos, pero no se deben convertir en lo más importante, y eso es lo que está pasando ahora en Italia. No está claro cuál es el objetivo del país. El impulso que los italianos tenían en la generación de mis padres, de reconstruir Italia, no existe más, y cosas para hacer hay: desde mejorar la infraestructura hasta facilitar la producción. Pero parecería que faltan las ganas.
-¿Cuál es el problema?
-En el final del libro digo que necesitamos a Cristóbal Colón más que al Zorro: alguien que trace la ruta y estimule al equipo. El Zorro, en cambio, es la figura con la que sueña aquella niña que no quiere una niñera, que no quiere esforzarse y hacer los deberes: un héroe que entre por la ventana, espada en mano, y resuelva todos los problemas. Y ese Zorro suele terminar siendo una figura política interna que promete soluciones. Creo que ustedes han tenido una colección de presidentes en ese sentido, y nosotros también, porque aun Berlusconi, más allá de sus méritos y deméritos, fue una figura en la que hemos delegado toda la responsabilidad. El Zorro también puede ser una institución o un país; puede ser Estados Unidos. Mussolini fue el Zorro más clásico. Perón también lo fue.
-¿Cómo ve, en ese contexto, el nuevo gobierno de Prodi?
-En el gobierno de Prodi hay personalidades notables (Amato, D Alema), pero tengo la impresión de que no hay un espíritu de unidad. Hay liberales y socialistas, verdes y modernistas, católicos y anticatólicos, quienes creen en la globalización y quienes la odian. El primer ministro Prodi tendrá un camino difícil, y no será fácil afrontar los nudos del país, desde el costo del trabajo y de los servicios hasta la evasión fiscal. Pero creo que el gobierno resistirá: por lo menos mientras Berlusconi esté en escena. Ir a elecciones en los próximos dos años significaría entregarle nuevamente el país.
-El voto de los italianos en el exterior fue decisivo en las últimas elecciones. ¿Qué opina de que los descendientes de italianos nacidos en otro país tengan ese derecho?
-Creo que las cosas se hicieron de un modo apresurado. Italia se ha comportado como esos hombres que durante años no han mirado a su mujer e, imprevistamente, la desposan. Siempre hemos tenido, respecto de nuestra inmigración en otros países, una idea vaga, un poco retórica. Y de pronto ese novio desconsiderado, sin pedir disculpas, sin establecer una relación de mutuo conocimiento, sin cortejar a la novia y sin preocuparse por reenamorarla, la convierte en su esposa. Y se pasa del desinterés al matrimonio, incluso con problemas de comprensión mutua.
-¿A qué se refiere?
-Para otorgar el voto habría que haber pedido un conocimiento de la lengua mínimo, porque si no comprendes lo que pasa en un país, ¿qué votas? No es algo complicado, sino que se trata de tener una comprensión del discurso oral y escrito. Me parecía el requisito mínimo. Ahora, los motivos políticos por los que algunos se apuraron para que los italianos en el exterior pudieran votar los conocemos todos. Y el hecho de que se equivocaron con las cuentas y salió favorecida la oposición lo hemos visto.
-¿Cómo se podría armonizar esa relación?
-Yo estaría feliz de ver en Italia una inmigración de jóvenes argentinos o uruguayos, porque les hemos dado la ciudadanía, el pasaporte y el voto. Y si estos países han decidido que, por su historia, están unidos; si estamos casados, entonces hay que consumar la boda. Estoy seguro de que a un joven argentino le toma pocos días sentirse cómodo en Italia. En cambio, llegan inmigraciones con serias dificultades de integración cultural.
-Pero la inmigración de argentinos no se promueve.
-Porque otro problema grave que Italia debe resolver es la desocupación intelectual. Los jóvenes que salen de la universidad enfrentan serias dificultades laborales. Uno de los motivos por los que a ustedes no podemos ofrecerles nada es que los jóvenes italianos también tienen problemas para encontrar trabajos acordes con su preparación. No podemos pedirle a un joven de la Argentina o de Uruguay que ha estudiado, que tiene una licenciatura o un máster, que venga a Italia a lavar platos en un restaurante. Y, de hecho, ustedes no vienen. Es una lástima.
– ¿Las últimas elecciones italianas influirán en la relación entre Italia y la Argentina?
-Las elecciones no importan demasiado. La clave es la cuestión de los bonistas. Esto es algo que no deben subestimar. Hay 450.000 personas a las que les han dicho: tomen los bonos, un Estado no puede fracasar. Son 450.000 personas que no dicen cosas agradables de la Argentina, pequeños embajadores que no les están haciendo a ustedes buena publicidad. Si les sumamos familias y amigos, estamos hablando de dos millones de personas. Tener dos millones de embajadores en contra es un problema muy serio.
-¿Cómo se resuelve eso?
-Uno puede decir: «No hago nada, se resuelve sola». Es verdad, pero para que se resuelva sola se necesitarán 20 años, y no me parece que la Argentina e Italia puedan permitirse perder ese tiempo. Sería un error. Por supuesto, los bancos italianos son gravemente responsables. Y el egoísmo, el apuro y la desatención de aquellos que han comprado bonos fue un error.
-¿Qué debería hacer el gobierno argentino respecto de este tema?
-No tengo propuestas y no quiero hacerlas. No creo ser lo suficientemente competente en la materia y lo que podría decir no le va a gustar a nadie, ni en la Argentina ni en Italia. Sólo recuerdo que la elección de decir: «¡No pago!» (o pago sólo un cuarto, que es lo mismo) no conduce a nada bueno en el largo plazo. Leí un artículo de Mariano Grondona, en LA NACION, que decía que vuestro presidente -cito, no es una opinión mía- concibe las relaciones interpersonales como pruebas de fuerza. Ese no es el modo de tratar a una gran nación amiga. Italia puede ser muy útil a la Argentina por muchos motivos. Pero no por motivos románticos, como todos dicen, Italia y la Argentina deben ser socios en los negocios y trabajar juntos.
-En Italia se usó el término «argentinización» como sinónimo de un proceso de descomposición institucional. ¿Es ése un uso corriente del término?
-Lamento decir que sí. La Argentina es usada como un ejemplo negativo y la «argentinización», como un peligro que se corre («terminaremos como la Argentina», se ha dicho). En inglés está la expresión italian job, hacer las cosas a la italiana. Las reputaciones estereotipadas existen. La única manera de combatirlas es demostrar que son falsas, trabajar seriamente y construir. Creo que si ustedes resuelven sus problemas, dentro de algunos años esa expresión no se dirá más. Pero también es evidente que si recordamos la hiperinflación, los cinco presidentes, el propio Menem… Porque cuando se habla de «argentinización» no se habla de la dictadura militar, sino del caos político-económico.
-«La cabeza de los italianos» está dedicado a Indro Montanelli. ¿Cómo era su relación con él?
-Muy estrecha. Hemos trabajado juntos durante años. Fue un maestro, y tener un maestro es una fortuna en cualquier oficio. Montanelli me enseñó a tratar de no aburrir a mis lectores, a ser claro, a tener relaciones francas pero no serviles con el poder político y económico, a tener curiosidad por lo que pasa en el mundo, por lo que le pasa a la gente. Montanelli sentía afecto por la Argentina, le gustaba sobre todo el estilo, orgulloso y honesto. Decía que cualquiera sabe ganar, pero que nadie sabe perder con el estilo con que saben hacerlo los argentinos.
-Hablando de ganar y de perder, usted, que es un apasionado por el fútbol, ¿qué pronóstico hace para el Mundial?
-Italia es uno de los favoritos. Creo que la Argentina -aun sin mi amigo Javier Zanetti (¡qué error dejarlo afuera!)- tiene las mismas probabilidades que Brasil. Luego, Inglaterra, Alemania y Holanda están a la par. Como sea, espero que podamos divertirnos. Todos lo necesitamos.
Verónica Chiaravalli
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 2006.