Me niego a pensar que la gente es mala. Creo que es cuestión de activar el diálogo para generar convivencia. El mundo, que es como una gran obra literaria, precisa de unos personajes con capacidad de razonamiento, preparados para abrir puertas a la vida y para clausurar los muros que nos entorpezcan. El abecedario de la plática seca todas las lágrimas y extingue el fuego de los conflictos. Es verdad que un loco a veces hace ciento, pero no hay que oponerse a ninguna locura, siempre hay algo de razón en ello. Precisamente, a mi juicio, es en el raciocinio donde se injerta el concepto de diálogo como método pedagógico de subsistencia, de capacidad para vivir con el otro, y el otro con el otro, y así, hasta todos con todos.
Cultivar el recurso del entendimiento exige ser persona de diálogo. Hay que conversar y conservar el fondo humano. Nos hace falta. Verán como las armas dejan de imponer su sanguinario lenguaje, en un mundo tan apasionante como interesante. Con frecuencia las instituciones internacionales, a través de sus representantes, piden avivar las conversaciones. La mismísima Unión Europea, que es una comunidad política de Derecho nacida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los pueblos y de los Estados de Europa, debe apostar por la consulta permanente si realmente quiere avanzar y ejemplarizar la unidad. La ruptura de relaciones diplomáticas, o sea, de consideración por el otro, siempre son un mal presagio para todos. El diálogo, como elemento político es tan vital como justo. No debe excluirse por nada del mundo. Es más, hay que incluirlo hasta en la mismísima soledad del caminante.
El diálogo es la mano que mece la luz. Hay que homenajearlo, hacerlo fe de vida, reconquistarlo y conquistarlo en la autenticidad, propiciar el encuentro con el reencuentro de sensibilidades y diversidad. En ocasiones, surgen cortocircuitos mentales que tienen bien poco sentido en un mundo global. Por ejemplo, hoy en día es fundamental el diálogo intercultural en la promoción de la paz y la seguridad internacionales. Realmente, el mundo camina a un ritmo vertiginoso y de forma impredecible muchas veces. Por ello, siempre es un buen momento para compartir palabras y dejar a un lado los prejuicios y los odios, que por cierto son demasiado comunes en la especie humana. Los sembradores del miedo podrán trabajar a destaco, los extremistas podrán generar contiendas, los mismos políticos podrán usar la división como estrategia para ganar elecciones, pero impuesto el diálogo todo se vuelve más comprensivo. Dialogar es el mejor revulsivo, el más acertado antídoto contra las miserias humanas. Hoy, cuando tanto se habla de la diversidad cultural para el dialogo y el desarrollo, y que pienso es una buena dirección, también creo en la necesidad de ahondar mucho más en esa multiculturalidad, sobre todo para aprender a convivir distinto y mejor de lo que venimos haciéndolo.
El diálogo, en el fondo, es un equipaje de acercamiento. Cuando todo lo queremos saber, resulta que me encuentro como siempre, angustioso por no alcanzar a interpretar la vida humanamente y triste por tanta soberbia que se respira a cada paso. Por desgracia, aún pecamos de ignorancia y no sabemos encontrarnos a nosotros mismos, ni hallarnos con los demás. Tenemos sed de convivencia y no siempre detrás de cada aguador hay un santo. Los resultados ahí están. Que hemos aprendido a vivir, pero no a convivir. Han fallado todos los planes educativos. La UNESCO en 1996 nos trazó la línea de ruta, pero no se ha seguido: “La garantía de un aprendizaje vinculado a la formación de la identidad de las personas y de su capacidad para convivir, hacer, emprender y aprender de modo continuo, debe ser el pilar fundamental de una concepción integral de la educación para el siglo XXI”. Consecuentemente, estimo muy positivo que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamase el 2010 Año Internacional de Acercamiento de las Culturas. Estas onomásticas tendrán un efecto de retroalimentación en la medida que se promuevan lenguajes claros y precisos, como el mosaico de Norman Rockwell “La regla de oro”, donde se muestran a personas de diferentes nacionalidades de pie junto a estas palabras inscritas en la baldosa: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Desde luego, es un buen método de enseñanza.
En todo caso, el parlamento siempre difumina tensiones. En los últimos tiempos se habla de potenciar un nuevo diálogo sobre derechos humanos. Bienvenido sea. Así como el diálogo entre religiones, a pesar de los obstáculos que puedan surgir. Marginar las creencias humanas ya es, por si mismo, reprimir el propio diálogo entre culturas. En este sentido, nos llena de satisfacción que la avanzada e innovadora Facultad de Teología de Granada, haya creado la Cátedra Andaluza para el Diálogo de las Religiones, con el fin de dar respuesta a la necesidad de abrir un ámbito de estudio, reflexión, diálogo y encuentro entre las diversas tradiciones religiosas actualmente presentes en Andalucía y en España. Jamás hay que tener miedo a abrir todas las mesas de diálogo posibles. El ser humano es un ser de diálogo, el principio de los principios, algo innato, que nos enraíza a la especie humana y como tal debe desarrollarse. Hay que llenar los espacios y los tiempos de silencios y diálogos. De silencios, por ser el elemento necesario para pensar y de diálogos como valor de búsquedas imprescindibles para respetar la propia autonomía de cada ser humano.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor español de Granada
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25 de julio de 2010