Con una agenda cargada que no permite adivinar sus casi 85 años, Miguel Esteban Hesayne pasa sus días en el Instituto Cristífero, un centro secular que ayudó a fundar. La sede central está en Azul, muy lejos de su querida diócesis de Río Negro, donde fue obispo por 20 años. Los recuerdos de aquellos tiempos se cuelan por toda la charla, marcada por un estilo directo y sin medias tintas.
Reconocido defensor de los derechos humanos y testigo en el juicio a las juntas militares, Hesayne es un referente del Episcopado cuando se analizan temas vinculados con la Iglesia y la política. “Yo creo que no basta con mirar el pasado y no hay que anclarnos en él. Soy de la opinión de que al pasado hay que mirarlo como quien va en un automóvil, por el espejo retrovisor, pero con vista al presente y al futuro. Hay que defender y promover toda la gama de derechos. Lamentablemente, en la Argentina, los derechos humanos se han reducido en la opinión pública a la tortura o a los desaparecidos. Sí, eso es una violación de los derechos humanos, pero también lo son el aborto, la eutanasia, la injusticia social”, dice.
En su opinión, la Iglesia debe comprometerse con la política, pero sin responder a ninguna identidad partidaria específica. Después de su retiro, en junio de 1995, Hesayne volvió a Azul, su ciudad natal, en la provincia de Buenos Aires, y se dedicó, entre otras actividades, a escribir. Sus últimos libros son Hambre de dignidad (2005), Jesucristo: vida para el pueblo (2006) y Desde los pobres a todos (2007).
-¿Qué opina de la participación de sacerdotes y obispos en política?
-La Iglesia tiene su doctrina en este sentido. Sostiene que la política partidista es el campo propio de los laicos y que los pastores deben ocuparse de la unidad. Para ello, se despojarán de toda ideología político-partidista que pueda condicionar sus criterios y actitudes. Tendrán, así, libertad para evangelizar lo político, como hizo Cristo.
-Sin embargo, hay casos como los de Piña en Misiones y otros sacerdotes que participaron en las elecciones.
-Piña fue como suplente. Cuando supe que se presentaba le mandé un mensaje que decía: «Querido Joaquín, te felicito por tu valentía en arriesgar hasta tu fama, pero lamento que hayas tenido que tomar esta decisión, porque todavía no tenemos suficientes laicos cristianos capaces de comprometerse en la dirigencia política». Yo fui tentado dos veces por dirigentes de dos grandes partidos para ser diputado y dije no. Si aceptaba, les dije, se perdían dos hombres: el político, porque no lo soy, y el sacerdote, porque hubiera tenido que suspender mi ejercicio pastoral.
-¿Entonces, el ejercicio de la política les corresponde sólo a los laicos?
– La política partidista les corresponde a los laicos, pero ¿quién forma a los laicos? Los obispos y los sacerdotes. Por eso, yo hablo de una deuda interna de formación. Hubo una gran crisis social, económica y política en nuestro país, que todavía subsiste. Un país con una mayoría de bautizados, que produce alimento para millones de personas y tiene tanta miseria y hambre… ¿Hay solamente una crisis económica, política y social? No: es crisis de fe. Hay muchos católicos domingueros que yo llamo del «cumplí y miento». No digo que no se vaya a misa el día domingo, pero hay que ir para comprometerse con el prójimo, con el necesitado, para vivir la parábola del buen samaritano de detenerse con el que está en la miseria y así se glorifica a Dios. La predicación social y política no es una ideologización porque yo sea zurdo. Yo no soy ni de derecha ni de izquierda: trato de ser evangélico. En el Episcopado no vamos a imponer nuestro criterio sino a ver qué es lo mejor para cada situación. Y en los obispos queda después la libertad de aplicarlo, o no, y cómo.
-Esa discusión acerca de qué hacer y cómo, ¿también se daba en la dictadura?
-No se negaba que había violaciones de los derechos humanos. La prueba está en el documento del 7 de mayo de 1977, donde se habló claro. Ahora, la aplicación dependía de cada obispo. Yo, por ejemplo, nunca hubiera denunciado con nombre y apellido a los violadores de los derechos humanos si no hubiera visto cara a cara a un torturado. Tenía que salir de testigo, tenía la obligación de hacerlo.
-Me imagino que no debe haber sido el único que vio casos concretos de torturas. ¿Por qué no hubo más denuncias?
-Eso depende de cada uno. Yo no puedo juzgar. Es cierto que hubo algunos obispos que no denunciaron.
-¿Pero había un diálogo real sobre lo que estaba pasando en el país?
-Total. Es más: yo pregunté por qué recibíamos a los militares y no a las Madres de Plaza de Mayo y alguien me respondió que ellas no eran una autoridad. No digo que tuviera razón. Con otros obispos discutimos esa postura, pero quiero destacar que no eran discusiones de bloques. Eran discusiones fraternas. Eso no quiere decir que yo estuviera de acuerdo con todos…
-¿Cómo se convivía con esas diferencias de criterio?
-A mi juicio, no hemos denunciado lo suficiente, pero hemos denunciado. Ningún obispo me recriminó que yo hablara. Por el contrario, muchos me agradecen ahora que yo haya hablado. Hubo obispos que dijeron que ellos preferían no hablar públicamente para ganar más vidas. Yo era de opinión contraria, porque tenía una prueba. Cuando yo salí por el torturado públicamente, lo soltaron.
-¿Qué opinión le mereció el juicio a Christian von Wernich?
-No lo conozco ni he conocido su actuación. No obstante, con mucho dolor, invito a las comunidades cristianas a que oremos para que el sacerdote repare con su arrepentimiento lo que haya cometido, según expresa la condena, para que la verdad desde la justicia en el amor sea el camino de la reconciliacióncristiana que necesita la sociedad argentina. Ni venganza ni tampoco impunidad. Este dolor nos tiene que mover a amar la vida. La propia y la de todo ser humano. Por esto, no silenciar ocultos genocidios de guante blanco, que se comete con la falta de una justicia social tan largamente esperada, ni caer en la trampa de que el aborto o la eutanasia es cuestión «religiosa». La Iglesia se opone en su deber de defender la vida humana en el estado en que se encuentre. Me preocupa la incoherencia de gobernantes actuales que proclaman la causa justa de los derechos humanos y propician el genocidio en higiénicos quirófanos.
-¿Piensa que es posible la reconciliación social con este pasado tan cercano?
-Hay que seguir los pasos de la reconciliación. Hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Los pasos son un sinceramiento, es decir, reconocer lo cometido, arrepentirse y reparar, dentro de lo posible.
-¿Cómo evalúa la política de derechos humanos que lleva adelante el Gobierno?
-Yo creo que no basta con mirar el pasado. Hay que tener en cuenta que defender y promover los derechos humanos es defender y promover toda la gama de derechos. Que haya hambre entre los argentinos es también una violación de los derechos humanos, una deuda interna del país. Yo me apresuro a decir que una gran cuota de esa deuda en defensa de toda la gama de los derechos la tiene la Iglesia en su pastoral, que no evangelizamos suficientemente con una catequesis social y política a nuestro pueblo.
Por Leticia Chirinos
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 2007.