Por Víctor Corcoba Herrero.- En lo vivido está nuestro horizonte, que no es otro que lo labrado bajo los imperios de la mente, a través de ese camino interno que cada cual hemos de realizar por nosotros mismos. En consecuencia, seamos francos, que únicamente en un ambiente de sinceridad es posible la unión. Realmente, para desgracia de todos, lo que encontramos es un mundo dividido e hipócrita, fracturado como jamás, donde cada día es más difícil hallar sosiego, pues en lugar de vivir en sociedades inclusivas, justas y solidarias, lo que domina es la exclusión, la injusticia y el egoísmo, atmósferas que aparte de atrofiarnos, también nos impide salir de esta inseguridad que nos acorrala y poder soñar con un mundo más armónico. Por eso, mi admiración hacia esas mujeres colombianas que tejen el futuro haciendo memoria a través de su alma. El grupo se denomina el Costurero de la Memoria por referirse «al largo camino que han tenido que recorrer las víctimas de la violencia sociopolítica a lo largo y ancho del territorio nacional y del territorio existencial». Marina tejió el primer objetivo: la erradicación de la pobreza. “Siendo desplazada viví en carne propia la pobreza junto a muchas familias que también lo perdieron todo por culpa de la guerra. El acuerdo de paz fue un gran paso. El fin de la pobreza será la meta mayor”, manifiesta entre vivencias y recuerdos. Desde luego, son estas propuestas creativas las que nos acercan, las que nos ayudan a tender puentes y a levantar esperanzas.
Es público y notorio que en toda adversidad nos salva el anhelo que pongamos en nuestro andar, por muy inesperados que sean los hechos. En este sentido, veo muy oportuno el tema elegido por el Foro Económico Mundial de este año, una apuesta que involucra a los principales dirigentes políticos, empresariales y otros líderes de la sociedad para dar forma a las agendas globales, regionales y de la industria, alrededor de “crear un futuro compartido en un mundo fracturado”. Sin duda, esto nos exige hacer un recuento de lo vivido a nivel tanto de comunidad y de uno mismo, como de la gobernanza global. A mi juicio, es esencial salvaguardar a la persona humana de todo tipo de mercaderías y esclavitudes, dignificándola, mediante valores que se centren en la ciudadanía. Precisamente lo recalcó, en parte, el rey de España, Felipe VI, en dicho Foro, a propósito de la situación catalana: “La lección que hay que aprender de esta crisis, una lección no solo para España, sino para las democracias en general, es la necesidad de preservar el respeto a la ley como uno de los pilares de la democracia y el respeto al pluralismo político y el principio básico de la soberanía nacional que, de hecho, pertenece a todos los ciudadanos”. En efecto, todos nos merecemos ese acatamiento a las normas, máxime si es norma de normas como la Constitución, aunque no fuera más que para protegerme de mi mismo.
Resguardado de la selva no habré vivido en vano. Los del Foro Económico Mundial piensan que reuniendo a personas de todos los ámbitos de la vida, con influencia e impulso, al menos podemos dar una nueva dirección al destino de nuestro mundo. La intención es buena, buenísima. Desde luego que sí, puesto que es a través del diálogo y del conocimiento de esta diversidad, como podemos avanzar humanamente. No olvidemos que el mundo de las finanzas y negocios tiene un inmenso potencial para producir un cambio sustancial en todas las personas, mediante la oferta de trabajos decentes, con salarios dignos, pieza clave para la realización de sociedades hermanadas, en las que se interesen los unos por los otros, promoviendo la justicia social, acorde con una distribución equitativa de los beneficios. Algo sumamente necesario en estos tiempos en los que el informe de referencia de la Organización Internacional del Trabajo muestra que si bien la tasa de desempleo mundial se está estabilizando, el desempleo y los déficits de trabajo decente se mantendrán a niveles persistentemente altos en muchas regiones del planeta. Cuestión que ha de hacernos repensar sobre las generaciones futuras, poniéndonos en acción, sobre todo en cooperar responsablemente hacia un orbe más auténtico.
Con el tiempo, yo mismo he descubierto que nuestras propias raíces morales están podridas, y que necesitan regenerarse con las llaves del corazón, para poder hacer familia, que es lo que realmente nos pone en el movimiento sensato. Ya está bien de deshacer hogares. Arréglense, pues, los Estados para ser una estirpe de autoridad, competencia y buen ejemplo. Y también, recompóngase la especie humana, despojándose de esta cultura de lo circunstancial, lo que paraliza el proceso constante de crecimiento y unidad por el que todos debemos luchar.
Escritor español
corcoba@telefonica.net
24 de enero de 2018