CIUDAD DEL VATICANO, lunes 28 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Los representantes más autorizados de la Iglesia católica, comenzando por el mismo Benedicto XVI, han unido sus voces en los últimos días para exigir a los organismos internacionales y a las partes implicadas que detengan las operaciones militares en Libia.
Después de que el papa, este domingo pidiera a «cuantos tienen responsabilidades políticas y militares» «el inmediato inicio de un diálogo, que suspenda el uso de las armas» (Cf. ZENIT, 27 de marzo de 2011), los obispos de la Conferencia Episcopal de las Regiones del Norte de África (CERNA), que engloba a Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, han emitido este lunes un comunicado en el que se manifiestan contra la guerra (Cf. ZENIT, 28 de marzo de 2011).
Por su parte, el nuncio apostólico en Gran Bretaña, el arzobispo Antonio Mennini, quien participará este martes como observador de la Santa Sede en la Conferencia Internacional sobre Libia en Londres, ha declarado este lunes: «Es muy importante que las partes involucradas escuchen o actúen al menos según el espíritu con el que habló ayer el pontífice para ‘apoyar toda señal por más débil que sea de apertura y de voluntad de reconciliación entre todas las partes involucradas en la búsqueda de soluciones pacíficas y duraderas'».
«Las palabras apremiantes en el Ángelus –concluye monseñor Mennini en declaraciones distribuidas por el Servicio de Información Religiosa de la Conferencia Episcopal Italiana– muestran toda la preocupación por la población civil y confirman la vocación específica de la Santa Sede, en primer lugar del papa, de ser portavoz de las aspiraciones más profundas de la familia humana, que buscan también una unidad fundada en la paz, en la justicia, y en las relaciones de amistad y fraternidad».
Superar la fase cruenta
En la intervención que pronunció este lunes el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, ante el Consejo Permanente de esa institución, explicó que «la invocada y repentina intervención internacional ideada bajo la égida de la ONU y llevada adelante con la participación de la OTAN ha provocado interrogantes y tensiones».
El purpurado se ha unido «a las apremiantes palabras que el Santo Padre ha expresado en varias ocasiones de solidaridad a esas poblaciones y de auspició de una superación inmediata de la fase cruenta: ante la intervención ya emprendida, deseamos que se detengan las armas, y que sobre todo se preserve la incolumidad y la seguridad de los ciudadanos, garantizando el acceso a los indispensables auxilios humanitarios, en un marco de justicia».
«Creemos que el camino de la diplomacia es el camino justo y posible, quizá todavía deseada por las partes en causa, premisa y condición para encontrar un ‘camino africano’ hacia el futuro, invocado sobre todo por los jóvenes. Así se podrán evitar también posibles presiones extremistas, que tendrían resultados imprevisibles y graves», explicó el cardenal Bagnasco.
Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, vicario apostólico di Trípoli, quien desde el inicio se ha opuesto al recurso a la fuerza en Liba, este lunes ha agradecido públicamente las palabras que pronunció el día anterior Benedicto XVI: «El llamamiento del Santo Padre es una buenísima noticia, que nos consuela mucho. El papa ha pronunciado palabras que afirman la necesidad de la reconciliación, de la paz y del diálogo».
¿Guerra justa?
Las intervenciones de los representantes de la Iglesia su fundamentan en las enseñanzas sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, que establecen el deber de evitar la guerra y que ilustran los casos en los que puede hablarse de «guerra justa», o más bien de legítima defensa.
El número 2309 establece «las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar».
La primera condición establecida por el Catecismo es «que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto».
En segundo lugar, exige «que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.».
La tercera condición establece «que se reúnan las condiciones serias de éxito.».
Por último, se pide «que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar».
El catecismo aclara que «el poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición».
¿Quién declara entonces que la guerra en Libia es justa o injusta? El Catecismo responde: «la apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común».
Por Jesús Colina