CIUDAD DE MEXICO.– El ventanal del living da al jardín. Un banco de madera, cinco macetones, dos gallos de loza y una aborigen de cerámica, tamaño natural, se reparten entre el verde de las plantas y el césped, y el amarillo terroso de las paredes. Carlos Fuentes vive seis meses aquí, a 30 minutos del centro de la ciudad, y otros seis meses en Londres. “Acá se vive la novela y allá se escribe. No se puede vivirla allá ni escribirla acá”, explica con una sonrisa.
Fuentes, uno de los más grandes escritores de América latina del último medio siglo, se muestra elegante, seductor y categórico, como siempre. Detesta al presidente Hugo Chávez y lanza alguna ironía sobre Néstor Kirchner, mientras elogia a sus amigos Gabriel García Márquez y los ex mandatarios Bill Clinton, Ricardo Lagos y Fernando Enrique Cardoso.
A los 77 años, el autor de “La muerte de Artemio Cruz” y “Aura” está por lanzar una nueva novela y se prepara para escribir otra, cuya idea central calla. Comenta, en cambio, que con la crisis “la Argentina vio su propio rostro”, alejado de los sueños europeístas. “Buena falta que les hace a veces a los argentinos ese cachetazo, ese saber que viven en América latina.”
–Su personaje María del Rosario Galván, en «La silla del águila», dice que la política es el arte de la mentira. ¿Eso se agudizó?
-La mentira es inherente a la política. El político que es totalmente sincero va al fracaso. Tiene que disimular, crear una ficción donde debería haber verdad. Y los escritores tenemos que crear la ficción para encontrar la verdad de lo que pasa. ¡Pero cuidado, tampoco se vale llevar la ficción a la política! [Ríe]. ¡Ese es nuestro territorio! ¿Sabe que ése es el libro de cabecera de Michelle Bachelet? Ella lo ha dicho. Debe de ser un libro que ella lee para saber qué no debe hacer [ríe]. ¡Es un prontuario de lo que no debe hacerse en política!
-¿Ve mucho realismo mágico en la política de América latina?
-Mire, me dice García Márquez que cuando no entiende lo que pasa en México, y eso le pasa a menudo, y a mí también, se va al Museo de Antropología y se para frente a la estatua de la diosa azteca Coatlicue.Es una diosa sin cabeza, hecha de serpientes y de calaveras. Los dioses mexicanos dicen: «No somos humanos. No nos parecemos a ustedes. Miren: calaveras, serpientes, manos laceradas, figuras sin cabezas». Y así logra García Márquez entender la realidad mexicana.
-México y América latina resultan inasibles para muchos intelectuales de otras latitudes
-Así es. Toda América latina envidiaba al PRI. ¡Qué maravilla, decían, estabilidad con desarrollo! Y si no hay democracia, no importa. Recuerdo cuando el presidente de México Adolfo Ruiz Cortines fue a la junta de presidentes en Panamá en 1956: la foto oficial era para morirse de la risa porque el único civil era él. ¡Todos con charretera, y hasta por EE.UU. estaba un general! [Dwight Eisenhower]. La gente le gritaba ¡viva el México democrático! ¡viva la revolución mexicana!
-¿El Partido Justicialista no recrea algunos rasgos del PRI?
-No, porque no tiene la misma legitimación que tuvo el PRI, que fue el resultado de una revolución y que como toda revolución se legitima a sí misma. Perón, en cambio, fue elegido. No creo que nadie se atreva a caracterizar al peronismo como una revolución o a Perón como un revolucionario. El peronismo es un movimiento político, no un hecho revolucionario fundacional.
-La pobreza y la inseguridad son, usted ha dicho, los mayores problemas de México. También son los de América latina. ¿Cómo resolverlos?
-En toda América latina hemos construido una economía desde arriba, con inversiones extranjeras y nacionales y actividad de la sociedad civil, pero se ha rezagado a la enorme mayoría de la gente. Y es esta gente la que dice: «¡Qué bonita discusión, qué bien los partidos políticos y la democracia! Pero ¿qué voy a comer? ¡Quiero trabajo!». Ese es el desafío de la democracia actual en América latina: emplear los instrumentos de la democracia para crear una nueva situación de desarrollo para las grandes mayorías de un continente donde el 50% de la población vive en diversos grados de miseria. Eso lo dice claramente Carlos Slim, empresario y magnate mexicano, que sabe de lo que habla: «Con miseria no hay mercado».
-¿Eso explica la tendencia hacia la izquierda en América latina?
-Mucho. Es una exigencia de cumplir con una agenda que hasta ahora se ignoró.
-¿Qué piensa del aumento de gobiernos de centroizquierda en la región?
-¡Pues que en buena hora! Es una tendencia positiva y permanente. Todos los países del mundo tienen un sector progresista o de izquierda que sirve de aguijón o que llega al poder. Son parte del juego democrático.
-¿Con qué referentes políticos se siente más cómodo en América latina? ¿Ricardo Lagos? ¿Alvaro Uribe? ¿Lula da Silva?
-Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso, Felipe González Lázaro Cárdenas, Franklin Roosevelt, John Kennedy Y Bill Clinton. Creo que a Clinton lo extrañamos más que nunca. Imagínelo, comparado con Bush, un gran incapaz A Clinton lo considero uno de los hombres más inteligentes que conozco. Una vez nos dio una clase de literatura a García Márquez y a mí. No conozco demasiados políticos que sepan recitar el monólogo de Benjy, de «El sonido y la furia», de William Faulkner. Kirchner no sabe ni el «Martín Fierro», ¿verdad? [Se ríe].
-¿Qué piensa de Chávez?
-No es un izquierdista. Es un fascista, engañador, un fenómeno pasajero. Está arruinando a Venezuela, está mal empleando el dinero del petróleo. Se le caen las carreteras principales del país. Es un demagogo, una especie de loro tropical. Intenta acabar con los restos de la democracia venezolana. Se benefició del vacío que dejaron los partidos políticos, pero será desalojado por la sociedad venezolana misma, a la que respeto mucho y a la que no imagino gobernada por este gorila para siempre.
-¿Y el presidente Kirchner?
-Es un gobernante elegido democráticamente. La Argentina es, después de México y junto con Chile, uno de los tres países que más quiero. A la Argentina siempre le deseo lo mejor. Y Kirchner está sujeto a leyes democráticas. Todavía no veo que esté minando las leyes que lo llevaron al poder. Espero que con todos los matices propios de su personalidad sepa respetar las leyes y estructuras que con tanto esfuerzo alcanzó el país.
-¿Cuál es el desafío mayor que usted vislumbra para la Argentina?
-Después de las crisis que sufrieron, el desafío es crear el país desde abajo. La Argentina tiene cabeza de Goliat y cuerpo de David, como decía Martínez Estrada. Es un país que tiene todo a su favor y tiene que ser un gigante. Esa Argentina que estaba oculta por la metrópoli porteña, europea y progresista, está ahí. Su país tiene más recursos que otros de América latina. Tiene un territorio riquísimo, ríos navegables Cuando vuelo sobre la Argentina siempre pienso: ¡Dios mío, si México tuviera esto seríamos otro país!
-¿Por qué estamos como estamos?
-Creo que se les fue la mano de soberbia. Chocaron contra la realidad porque se creían muy «salsas», como decimos en México. Recuerdo cuando era jovencito y vivía allá que los argentinos hablaban de los «macacos» brasileños. Decían que ellos eran «Europa en América latina». Eso se vino abajo. La Argentina vio su propio rostro, un rostro en parte europeo, en parte indígena, mestizo, un rostro de pobreza, que reclama. Buena falta que les hace a veces a los argentinos ese cachetazo, ese saber que viven en América latina. Pero la Argentina tiene con qué salir, algo que no tenemos nosotros. ¡Tienen esa pampa magnífica!
-¿Repetiremos nuestros errores o aprenderemos?
-Wilde decía que el pesimista es un optimista bien informado [Risas]. A partir de eso, quisiera ser optimista, porque tengo fe en América latina, en la comunidad hispánica y en la globalización. No sólo en la globalización material que estamos padeciendo. La globalización se va a quedar, como la Revolución Industrial no se evaporó. Pero a la globalización hay que aportarle el rostro humano, atender las necesidades sociales e individuales.
-¿Cómo se siente ante Internet como globalización de la información?
-Me parece fundamental para la promoción de la educación. Sólo espero que no supla el lugar de la palabra escrita. Vivo en el papel y creo que nada lo suplirá. Puedo sonar muy anticuado, pero no me comunico si no a través de un libro con papel, que puedo oler como el sexo de una mujer. El libro tiene olor, tiene sabor, tiene presencia. No es una pantalla helada. Internet es útil, pero no es una herramienta creativa, como lo es la palabra sumada a la escritura.
-¿Qué libros recomendaría para tentar a alguien a la lectura?
-Los libros que leímos de niños en la cultura latina siguen siendo válidos. Dumas, «Los tres mosqueteros» y «El conde de Montecristo»; Stevenson, «La isla del tesoro»; Julio Verne, Mark Twain… Con ellos aprendimos a pensar, a imaginar y a ser personas. El segundo paso es saber bien la lengua. Si no se lee el «Quijote» no se sabe la lengua española ni se entienden las demás obras. No se puede conocer al resto del mundo si no se conoce la propia lengua.
-García Márquez dice en «Vivir para contarla» que el «Quijote» le resultaba aburrido hasta que un amigo le recomendó que lo llevara al baño y lo leyera mientras cumplía con los deberes diarios. Y así fue. Lo atrapó.
[Carcajadas] -¡Qué bien! Yo recomiendo el «Quijote», pero no para el excusado. Yo llevo a Quevedo [risas], porque es escatológico, lírico y místico al mismo tiempo. Es capaz de escribir lo más sublime del mundo sobre el amor y el espíritu y, a su vez, tiene sus enormes versos sobre los pedos y todo lo que a él le gusta. Así que sería Cervantes, Quevedo y Góngora. Gabo me diría: y Garcilazo, ¿qué? O Lope de Vega. Pero yo creo que con esos tres estaría muy bien.
-¿Cómo se imagina en 2010, año del bicentenario de la independencia de México y del centenario de su revolución?
-Cada vez aprendo más. Rejuvenezco en muchos aspectos. A veces uno es viejo a los 20 por ignorancia, por pretensión. Ahora, con la vejez, me concentro mejor. Ya no pienso en el sexo ni me distraigo con miles de actividades, algo típico de la juventud. Acabo de terminar un libro y estoy pensando ya en otro. Pero no le diré sobre qué. Prefiero callar y escribir. Conozco demasiados escritores cuyos libros quedaron en un café.
Hugo Alconada Mon
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 19 de julio de 2006.