Por Sebastián Sansón Ferrari.- No es un distanciamiento, una separación, un alejamiento de nosotros, sino que es el cumplimiento de su misión: así explicó el Papa Francisco el núcleo de la celebración de la solemnidad de la Ascensión del Señor, durante las segundas vísperas que presidió en la Basílica de San Pedro el jueves 9 de mayo por la tarde después de haber dado a conocer la Bula Spes non confundit de Convocatoria del Jubileo Ordinario de 2025. Ante la Puerta Santa (cerrada) de la Basílica de San Pedro, que se abrirá el 29 de diciembre de 2024, el Pontífice entregó este documento a los arciprestes de las Basílicas Papales de Roma, a algunos representantes de las Iglesias particulares que han venido al Vaticano para este acontecimiento y a los Protonotarios Apostólicos.
«Jesús bajó a nosotros para hacernos subir hasta el Padre; se abajó para enaltecernos; descendió a las profundidades de la tierra para que el cielo se abriera de par en par sobre nosotros. Él destruyó nuestra muerte para que pudiéramos recibir la vida, para siempre», acotó el Obispo de Roma.
Citando el Prefacio I de la Ascensión del Señor, Francisco subrayó que el fundamento de nuestra esperanza es este: que Cristo ascendido al cielo introduce en el corazón de Dios nuestra humanidad cargada de expectativas e interrogantes, y «ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino».
Alrededor de tres mil fieles participaron en las segundas vísperas presididas por el Papa en la Basílica de San Pedro.
«Esta esperanza -enraizada en Cristo muerto y resucitado-, es la que queremos celebrar, acoger y anunciar al mundo entero en el próximo Jubileo, que ya está a la vuelta de la esquina», aseveró el Papa.
«No se trata, prosiguió en su sermón, de un mero optimismo humano o de una expectativa pasajera ligada a alguna seguridad terrena, no, es una realidad ya realizada en Jesús y que se nos comunica también a nosotros cada día, hasta que seamos uno en el abrazo de su amor».
“La esperanza cristiana -escribe san Pedro- es «una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera» (1 P 1,4). La esperanza cristiana sostiene el camino de nuestra vida, incluso cuando se vuelve tortuoso y difícil; abre ante nosotros horizontes de futuro cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros; nos hace ver el bien posible cuando el mal parece prevalecer; la esperanza cristiana nos infunde serenidad cuando el corazón está agobiado por el fracaso y el pecado; nos hace soñar con una humanidad nueva y nos infunde valor para construir un mundo fraterno y pacífico, cuando parece que no vale la pena comprometerse. Esta es la esperanza, el don que el Señor nos ha dado a través del Bautismo.”
Seamos «cantores de esperanza»
Mientras nos preparamos al Jubileo con el Año de la oración, el Obispo de Roma nos exhorta a elevar nuestro corazón a Cristo, «para convertirnos en cantores de esperanza en una civilización marcada por un exceso de desesperación».
«Con los gestos, dijo el Sucesor de Pedro, con las palabras, con nuestras elecciones cotidianas, con la paciencia de sembrar un poco de belleza y de amabilidad en donde quiera que estemos, queremos cantar la esperanza, para que su melodía haga vibrar las cuerdas de la humanidad y despierte en los corazones la alegría y la valentía de abrazar la vida».
Esperanza para la creación, los pobres, los jóvenes, los enfermos y la Iglesia
Como ya lo expresó el miércoles 8 de mayo en su catequesis durante la Audiencia General y en otras oportunidades en su Pontificado, Francisco reiteró que «nos hace falta la esperanza. Necesitamos a todos. La esperanza no defrauda: no lo olvidemos», agregó en su prédica de manera espontánea.
«La necesita la sociedad en la que vivimos, aseguró, a menudo inmersa sólo en el presente e incapaz de mirar hacia el futuro; la necesita nuestra época, que a veces se arrastra cansadamente entre la monotonía del individualismo y del “irla pasando”; la necesita la creación, gravemente herida y desfigurada por el egoísmo humano; la necesitan los pueblos y las naciones que afrontan el mañana cargados de preocupaciones y temores, mientras las injusticias se prolongan con arrogancia, los pobres son descartados, las guerras siembran la muerte, los últimos siguen estando al final de la lista y el sueño de un mundo fraterno corre el riesgo de aparecer como un espejismo».
«La necesitan, afirmó, los jóvenes, que frecuentemente se sienten desorientados pero deseosos de vivir en plenitud; la necesitan los ancianos, a quienes la cultura de la eficiencia y del descarte ya no sabe respetar ni escuchar; la necesitan los enfermos y todos aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu, que pueden encontrar alivio con nuestra cercanía y nuestros cuidados».
«La Iglesia necesita esperanza, constató el Santo Padre, para que, incluso cuando experimente el peso de la fatiga y de la fragilidad, no olvide nunca que es la Esposa de Cristo, amada con amor eterno y fiel, llamada a custodiar la luz del Evangelio, enviada para llevar a todos el fuego que Jesús trajo y encendió en el mundo de una vez para siempre».
Celebración de las segundas vísperas en la solemnidad de la Ascensión del Señor, 9 de mayo de 2024.
El Pontífice insistió en que «cada uno de nosotros necesita esperanza; la necesitan nuestras vidas a veces cansadas y heridas, nuestros corazones sedientos de verdad, bondad y belleza, nuestros sueños que ninguna oscuridad puede apagar. Todo, dentro y fuera de nosotros, anhela esperanza y busca, aun sin saberlo, la cercanía de Dios».
Finalmente, invitó a «que el Señor resucitado y ascendido al cielo nos dé la gracia de redescubrir la esperanza, de anunciar la esperanzay de construir la esperanza».
Fuente: https://www.vaticannews.va/es