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Finlandia: educación de alta calidad y los maestros como foco

HELSINKI (Por Francisco Jueguen).- Tras el saludo a la bandera de la primera mañana, la clase de biología acaba de comenzar en la escuela pública del barrio Viikki, a sólo unos kilómetros del centro. Al frente del salón, la maestra ya cuestiona a sus alumnos, que no son más de 20 por clase. Hay telescopios de última generación, un proyector en pleno funcionamiento y una heladera con muestras. Algunos de los alumnos toman notas con sus computadoras, mientras otros tienen encima de los impolutos bancos sus smartphones. «Los podemos usar, pero sólo para recabar información», cuenta una alumna que, además de finlandés, sueco e inglés, habla castellano. Nota al pie: todos los egresados de las escuelas públicas de este país suelen hablar hasta cinco lenguas. El finlandés , con raíces del húngaro, aislaría a un país que es abierto por necesidad.
En Finlandia, uno de los territorios más grandes de Europa, pero con sólo 5,5 millones de habitantes, franqueado por Suecia, Rusia y Estonia, sólo hay bosques. Esa escasez de riquezas impulsó la firme creencia de que la única ventaja competitiva que podría cultivar el país era el propio talento de sus pobladores. El Estado de Bienestar fomentó entonces desde los años 60 un leitmotiv que repiten todos aquí: «El objetivo central del Estado es ofrecer igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos». La inversión en educación es de más de 6 puntos del PBI en este país.
Desde entonces, los pergaminos son extensos. Para citar sólo los más novedosos, en 2016 Finlandia terminó quinto en las pruebas PISA detrás de Singapur, Japón, Estonia y Taiwán (quedó 5° en Ciencia, 4° en Lectura y 12° en Matemáticas). Pero ese mismo año, el país apareció primero en el ranking de calidad de Capital Humano del World Economic Forum. Ese foro situó además a los nórdicos como los número uno a la hora de calificar la educación primaria, y la OCDE ubicó su régimen educativo como el mejor en su estudio Better Life. ¿La clave? Un sistema igualitario de alta calidad, plena confianza para los maestros con elevada cualificación y un régimen flexible en las aulas y fuera de ellas.
La educación es 100% pública y gratuita. Pese a ser un país sin grandes inequidades, ricos y pobres están comprometidos a una educación pública de calidad. La obligatoriedad arranca a los 7 años y dura durante los siguientes 9. En los primeros años, los alumnos tienen libros de texto, una comida al día y el transporte sin costo. Tras ese período hay una educación secundaria de tres años que termina, según la vocación del alumno, en alguna práctica.
En el centro de la educación finlandesa están los maestros. «Es un carrera muy popular en Finlandia», afirma Jari Lavonen, jefe del departamento de Educación para Maestros de la Universidad de Helsinki. «Aplican miles de jóvenes y sólo ingresa un 5%. Es un programa de cinco años de universidad que termina con una maestría», cuenta y agrega: «Se les da mucha autonomía, y no tienen controles externos ni inspecciones. Hay mucha flexibilidad. En la comunidad, el maestro es una persona importante. Es una profesión prestigiosa». No existen inspecciones, pero sí un respaldo permanente para trabajar en actividades para los alumnos que fomenten el pensamiento creativo y crítico, la innovación y la colaboración.
En la primaria, el maestro gana 3123 euros en promedio. En la secundaria, 3877 euros. Ya en terreno universitario, el salario llega a los 4241 euros por mes. Se trata de un sueldo por encima de la media finlandesa. «¿Hay sindicatos de maestros», pregunta la nacion. «Claro y son muy fuertes», dice Lavonen. «¿Y huelgas?», repregunta. «Sí, pero la última fue hace 30 años. Sabemos que existe esa posibilidad, pero aquí aprendimos que es mejor sentarse a discutir para lograr pequeños progresos», agrega.
«Tenemos mucha libertad para elegir la forma de combinar los conocimientos y de ofrecer a los alumnos una mirada multidisciplinaria. Las cosas en el mundo no aparecen separadas», afirma Sari Muhonen. La maestra en el colegio de Viikki habla mientras la rodean alumnos que preparan, frente a sus computadoras (nuevas), su trabajo final en la clase de tecnología. «A grandes líneas, el método de aprendizaje lo elijo yo», cuenta la profesora de castellano y francés Erja Schunk. «No trabajamos por dinero. Es por vocación. Mi jefe no viene a ver qué hago», agrega. «¿Y nadie falta?», preguntó este medio. «Este es mi trabajo. ¿Por qué faltaría?», repreguntó Schunk. «Si no vienes al trabajo, no tienes trabajo», completó Martti Mery, otro maestro. «Los alumnos están muy motivados. Los maestros son muy buenos», cuenta una alumna del colegio en Viikki. «Lo más importante es mantener la alegría de enseñar y de aprender», afirma Marianne Huuski, embajadora para la Exportación de la Educación. Esta no es sólo una prioridad oficial, sino de todos los ciudadanos.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 18 de mayo de 2017.

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