Por Santiago Olivera.- Para mí es un motivo de mucha alegría integrar este panel junto a la hija (Sara Shaw de Critto) y nieta (Sarita Critto Sahw de Eiras) del siervo de Dios, introduciendo mi hermano Luis (Fernández, obispo de Rafaela) y agradecido a la vez a ACDE de Rafaela.
Dentro de la Conferencia Episcopal Argentina, me han confiado la Delegación para las Causas de los Santos, que tiene como misión el animar, impulsar y acompañar los distintos procesos de beatificación y canonización, es decir, los mecanismos que prevé la Iglesia para el estudio de la vida y virtudes de hermanas y hermanos que han dado testimonio sólido de la fidelidad a Cristo. Como también incentivar la oración anual por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus Siervos de Dios.
Gracias a Dios, cuando era Obispo de Cruz del Eje, tuve la gracia de poder participar en el proceso de beatificación y canonización del Santo Cura Brochero. En el trabajo y seguimiento de los milagros y el estudio y difusión de su vida pude comprobar que José Gabriel Brochero, además de un santo fue un héroe argentino, un patriota. En este caso, como Obispo Castrense de la Argentina tuve la gracia de acompañar el proceso diocesano de un supuesto milagro del siervo de Dios Enrique Shaw y en este tiempo pude constatar que Enrique además de (Dios quiera que la Iglesia lo confirme pronto y sin adelantarme al juicio de la Iglesia) que además de un santo es un genio, fue “ciudadano ejemplar”. Claro, los santos se adelantan a los tiempos y es a mi entender un providencial ejemplo de empresario, y de “economía social y solidaria para los tiempos de hoy”, y creo aún más, en este tiempo de pandemia.
Su hija y su nieta hablarán, sin duda, mucho mejor, porque tienen experiencia en la sangre de aquello que nos compartirán. Les confieso que solo me gustaría escucharlas a ellas. Pero compartiré brevemente y pueda ser de interés lo que suscita en mí el conocimiento de esta figura argentina excepcional.
Cuando asumí como Obispo para las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad aquel 30 de junio de 2017, dije, al terminar la homilía: “Me da mucha alegría y consuelo saber que entre nosotros está presente la vida de Enrique Shaw. El Ingresó a la Escuela Naval a los 14 años dándonos como oficial de Marina un extraordinario testimonio de fe,” vivió su vida terrena preparando la vida eterna, dejando que Dios actúe en él”; por eso pedimos confiados por su canonización…” y Dios me regaló la gracia de que el 25 de abril del 2019 tomé el juramento a los integrantes del Tribunal Eclesiástico que examinó el presunto milagro que se llevó a Roma. El Papa Francisco le dijo a su nieta: “Enrique gran empresario y un gran hombre de Dios. Vas a ver que muy pronto va a ser santo” Y sin duda, para Gloria de Dios esperamos filialmente el juicio de la Iglesia, rezando y haciendo rezar por esta intención.
Es verdad que la figura de Enrique hoy tiene gran fuerza testimonial como laico, padre de familia, empresario. Pero pasó por las Fuerzas Armadas y allí dejó ya de sus tiempos juveniles ejemplos admirables y recogió de aquella querida Institución valores para su vida. Doy gracias a Dios como Obispo Castrense y deseo vivamente que el ejemplo de Enrique avive la fe del pueblo que se nos ha encomendado.
Es muy importante testimoniar su espiritualidad laical y su compromiso con la empresa. Quiero rescatar en el Siervo de Dios su profunda humanidad. Tan necesaria y urgente para el hoy de nuestra historia. Como empresario se ocupaba y preocupaba de los obreros que de la forma más amiga y afectuosa podríamos decir “de sus obreros y de sus familias”. El siervo de Dios se solidarizaba con sus hermanos empleados. Dicha solidaridad parte de la certeza de un destino común y del trabajo mancomunado para que la vida sea “más humana” para todos.
En el año 2015 Valentina Alazraki para Televisa, entrevistó a nuestro querido Papa Francisco, y el se refirió así sobre Shaw: “Yo conocí gente rica y estoy llevando adelante acá la causa de beatificación de un empresario rico argentino, Enrique Shaw que era rico, pero era santo. O sea, una persona puede tener dinero. Dios se lo da para que lo administre bien. Y este hombre lo administraba bien. No con paternalismo, sino haciendo crecer a aquellos que necesitaban de su ayuda.”. Luego, en 2016, en el Vaticano, en la Conferencia Internacional organizada UNIAPAC (Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresas) y por el Consejo Pontificio Justicia y Paz bajo el lema: Los líderes de negocios como agentes de inclusión social económica y social, señalo: “UNIAPAC y ACDE evocan en mí el recuerdo del empresario argentino Enrique Shaw, uno de sus fundadores, cuya causa de beatificación pude promover cuando era Arzobispo de Buenos Aires. Les recomiendo que sigan su ejemplo y, para los católicos, acudan a su intercesión para ser buenos empresarios”.
Cuando leo la vida de Enrique Shaw -como así también la vida de algún santo- siempre siento en mi interior una gran paz en el corazón. Son testimonios que al adentrar en ellos nos proporcionan una gran experiencia de paz y alegría. Son hombres que amaron a Dios, a quién nosotros también amamos, pero muchas veces lo hacemos de manera imperfecta y nos sentimos en deuda con Él. Por eso me da mucha alegría y consuelo saber que hay hermanos que lo han amado con todas sus fuerzas.
Leer la vida de alguien que plasmó el Evangelio, particularmente me llena de gozo, de un gozo profundo. Y sin duda anima a intentar con la gracia de Dios seguir ese camino en la propia realidad de vida. Y renueva en la esperanza saber que hoy, quizá no salen en las tapas de los diarios, hay muchos testigos silenciosos y de buena voluntad deseosos de transitar los mismos caminos que han marcado la vida de aquellos por los cuales están trabajando para presentarlos como candidatos y ejemplos de santidad. También muchos de los que me están escuchando ahora, de la vida empresarial, gente muy buena, gente evangélica. Aunque bien laico, el deseo de la santidad es avivado por la vida ejemplar del Siervo de Dios.
Enrique siempre tuvo el compromiso de vivir la vida del Evangelio, aun cuando le podría traer problemas, como dice el Papa Francisco en el N. 94 de Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. “Cada vez que por cumplir nuestro deber de estado encontramos incomprensión, refería Enrique, esta bienaventuranza (se refería a la bienaventuranza de los “felices los que tienen hambre y sed de Justicia) no solo nos anima a cumplir con nuestro deber sino a hacerlo con alegría, encontrando la fuerza en una intensa vida eucarística”. Fernán de Elizalde lo plasmó muy bien en su libro: “Id y dominad la tierra”
Son conmovedoras las sentidas palabras de pésame de Luis Arrighi, vicepresidente de la Asociación de Hombres de la Acción Católica, en ejercicio de la presidencia. Decía en 1962:
“Esta pérdida que, para nosotros ha sido un dolor grandísimo, nos ha dejado un ejemplo de virtudes cristianas y de auténtica vida de servicio para el prójimo que será, por mucho tiempo, senda que nos ha de conducir por el camino de la perfección y de la comprensión de todos los hermanos que comparten nuestra vida. No será fácil olvidar a Enrique porque es, sin duda, ejemplo certero del cristiano de hoy, del dirigente sobrio y eficiente, del padre celoso por el porvenir de sus hijos, del esposo bueno y comprensivo. Creemos firmemente que por su santidad de vida, por su caridad ejemplar, por su generosidad sin límites, por su fe vívida y por su confianza nunca desmentida en Nuestro Señor y Su Santísima Madre, el Dios Todopoderoso y Juez benévolo le ha de tener en su gloria y que desde allí ha de seguir velando por sus seres queridos y sus obras bien amadas”.
A veces tenemos una idea de la santidad o de los santos como inmaculados o con un rostro particular. Sin embargo, no podemos perder de vista la valoración de la santidad desde lo ordinario, de lo cotidiano. El Papa Francisco en la mencionada exhortación Gaudete et exsultate,los llama “santos de la puerta de alado”. La vida en santidad comenzó en Enrique a tomar cuerpo desde su adolescencia. Ya era un “santo en potencia” desde la época donde cursaba sus estudios en la Armada Argentina y fue coherente hasta su muerte, y ciertamente una muerte ejemplar. Enrique tenía clara conciencia de que el empresariado es una vocación cristiana a la santidad y en ella se juega la vida eterna de una persona y su respuesta al plan de Dios. Este es el aspecto que lo ha hecho sobresalir ante sus colegas.
Muchas de las enseñanzas del Papa Francisco en la referida exhortación apostólica, la verificamos en forma patente en Enrique. No se conformó a una vida de existencia mediocre, licuada, aguada, sino que vivió con generosidad su vocación laical a la santidad. Su testimonio de vida cristina, desde los tiempos ya de ser oficial de la Marina, luego como esposo, padre de familia, empresario, miembro de asociaciones laicales, en los apostolados que él hacía, en su relación con los demás es claro ejemplo de que dejaba trabajar el Espíritu en su propia vida.
Como dice Francisco también en Gaudete et exsultate en el N. 79, debemos buscar la justicia con hambre y sed. En ello, Enrique ha sido un adelantado, como todos los santos. Yo siempre digo que la vida de santidad del Santo Cura Brochero fue entendida después del Concilio Vaticano II porque él fue un adelantado y quizás incomprendido para su tiempo. Pero concretó dicho concilio 50 años antes de su existencia.
En Enrique podemos encontrar un corazón que entendió y vivió el amor de Jesús y el amor a Jesús en los hermanos. Un corazón que pudo mirar como Jesús, que pudo tener sus mismos sentimientos, como invita San Pablo. Los santos son precisamente eso, aquellos que su vida es el Evangelio viviente, el Evangelio caminando. Mirando la vida de un santo leemos el Evangelio. Al decir de San Juan XIII: que con solo vivir predique el Evangelio.
Al fundar la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas, el Siervo de Dios tenía el deseo de que los empresarios conocieran y actuaran la propia Doctrina Social de la Iglesia Católica en el bien de sus empleados y para que los mismos empresarios propagasen la fe en Cristo.
Un rasgo de su espiritualidad es su rosto sereno, su alegría. Me da mucho gusto rezar en esa estampa del siervo de Dios y ver su rostro como iluminado por su sonrisa y me impactó el testimonio de una de sus hijas, Elsa, que manifiesta que esa alegría era meritoria ya que no poseyó ejemplo de ello en su vida. Ese rostro era algo naturalmente dado, iluminado o aumentado, sin duda, por la fe por saberse hijo de Dios. Al leer algunos de sus escritos, refiere Elsa que se dio cuenta cuanto su padre luchó tenazmente por ser alegre, poner buena cara y no tener rostro ceñudo. La alegría acompaña siempre al discípulo. En el tiempo Pascual se nos recuerda tantas veces. Es clave vivir así. Con la certeza de que Dios es Padre, que nos ama, que su Hijo nos amó tanto que murió y resucitó para salvarnos. La alegría es el signo de que hemos entendido la fe. No podemos ir con el semblante triste por la vida. El encuentro con Jesús fortalece nuestra alegría. Reitero, esto es clave para la vida espiritual y también claro testimonio de que la fe es una fe encarnada. Ello es un signo destacable para todo tiempo. Pero en el tiempo donde hay dificultad, donde hay tristeza, donde encontramos angustia, la alegría es la certeza del triunfo. Un cristiano puede vivir la mencionada certeza del triunfo de Jesús, aún en el aparente fracaso, como nos recuerda el Santo Cardenal Newman: “La Iglesia siempre parece estar muriendo, pero triunfa frente a todos los cálculos humanos. La suya es una historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas. En fin, la regla de la providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del fracaso”. Creo que estas expresiones nos vienen bien tenerlas presente, pueden ser útiles en algunos momentos de nuestra propia vida.
Un laico. Un hombre ordinario pero que vivió extraordinariamente bien la vida familiar y empresarial. Traigo aquí testimonios, extraprocesales, de su esposa e hijas. Testimonios de hechos familiares simples, pero muy lindos y sentidos.
- “A la mañana, mientras se afeitaba y vestía, tenía largos diálogos con su hijo mayor. También jugaba con ellos, y la casa se alborotaba cuando se oía su silbido clásico al entrar, todos iban corriendo a recibirlo y dejaba sus preocupaciones y cansancio para ocuparse de ellos”.
- “A cierta edad, nos llevaba de a uno, en el mar, a “lo hondo” con él. Todos esperábamos el día que nos llevara por primera vez pasando la segunda rompiente. Y después, siempre le pedíamos volver a la gran aventura. Jugaba con nosotros. Nos divertíamos con él. Era muy afectuoso, muy cariñoso. Nos tirábamos encima de él”.
- “Es que él jugaba con nosotros, se sacrificaba (de eso me di cuenta ya grande), para hacernos pasar ratos agradables. Él, cuando estaba en casa, quería que estuviéramos contentos”.
- Muchas veces él veía con claridad la verdad y el bien y eso le daba seguridad en el momento de dar sus opiniones. Pero también era abierto a otras opiniones y parecía que trataba siempre de entender el punto de vista del otro”.
Lo mencionado en último término es tan importante y tan actual en una sociedad que necesita fortalecer los puntos de encuentro, la cultura del encuentro, que se sustenta en el diálogo, en el respeto, en el pensamiento plural. Se trata de un gran aporte de la espiritualidad de Enrique para nuestro tiempo y nos proporciona una clara respuesta del porqué la Iglesia nos propone singulares vidas como faros, como luz, como referentes y caminos posibles para la santidad.
Por su parte, otras de sus hijas, Sara, a quien tenemos el gozo de oírla ahora, subrayó que su padre era “muy sencillo y espontáneo” y que “después de su muerte” tomó conciencia “que sus virtudes eran más que las habituales en un buen cristiano”. Agregó que le parece justo señalarlo y destacarlo, y manifiesta que es difícil sintetizar las virtudes cristianas que he podido observar en él. “Creo que practicaba muchas virtudes más allá de lo ordinario. Hacía extraordinariamente bien lo ordinario”, como recién lo he compartido y tiene sin duda la espiritualidad de Santa Teresita.
Volvemos a la alegría, que señalan muchos testigos, fruto de su esperanza en Dios. Sobresalía por su alegría. Una alegría interior, típica del cristiano que vive auténticamente la fe. También nos dice su hija que, “siempre inspirado en San Francisco de Sales, tenía una sonrisa suave y era una expresión típica suya”. La Introducción a la Vida Devota de San Francisco de Sales hace reflexionar sobre nuestra propia vocación según nuestro estado (laico, consagrado, sacerdote). El Siervo de Dios supo conjugar su vida de piedad con su vocación laical.
Sin lugar a dudas, las virtudes teologales, la vida de la fe, la esperanza y la caridad, y aún las virtudes cardinales son fundamentales para el proceso de Canonización y que tiene por noble objetivo que al Siervo de Dios, luego de un estricto y minucioso estudio, se lo declare Venerable. En este sentido, es muy emotivo y gozoso escuchar de los distintos testigos decir de Enrique que fue un hombre de fe, una fe “demoledora”, una fe “notable”, una fe “profunda”, una fe “firme” y a la vez un defensor de la fe. Se habla también de una fe “sin altibajos”, llegando a vivir totalmente abocado a la práctica de la fe católica sin obligar a otros a vivir esa fe con la misma integridad suya. Pero pregonaba la fe, ya en la Marina, en su vida cristiana, en su familia y en las actividades o realidades temporales. Su fe se manifestaba en sus escritos y en sus obras. Se trataba de una fe vivenciada, que llegó a vivir en grado heroico. El testigo Ricardo Palermo, trabajador de las Cristalerías como jefe de tesorería, explica que siempre manifestaba su fe como, por ejemplo, en la bendición de la mesa, en su asistencia a misa y en el rezar. Recuerda: “A veces, me tenía que quedar trabajando los domingos. Alguna vez me vio, y me dijo: “Me voy a enojar con Ud. El domingo es fiesta, hay que santificar”.
Estoy absolutamente convencido -para nosotros que tenemos que ser testigos de la fe, fe que lógicamente se manifiesta en la vida- que Enrique es un claro testimonio para seguir. Recordando la Carta del Apóstol Santiago “muéstrame tu fe sin obras y yo por mis obras te mostraré la fe”, es maravilloso descubrir que un hombre como nosotros trasmitía su fe a los demás, aún en los momentos de dura prueba, en los tiempos de su enfermedad, como también relatan los testigos.
También se resalta que la presencia de Enrique trasmitía algo especial que llamaba poderosamente la atención. Lo que mejor nos pueden decir a nosotros es que nuestra presencia llame la atención como algo de Dios, que hable de Dios. No olvidemos que somos imagen y semejanza de Dios y fundamentalmente nuestro trabajo y desarrollo bautismal consiste en hacer presente a Dios. Los que nos ven deben ver la presencia de Dios. Nuestros sentimientos, dice San Pablo, deben ser los sentimientos se Jesús. Por lo tanto, nuestro corazón, nuestra mirada, nuestra compresión, nuestro perdón, nuestro respeto hacia los otros debe ser extremadamente grandioso porque así lo hacía Jesús y nosotros tenemos que amar como Jesús. Ello lo pudimos ver en Enrique, a este hombre de Dios, con una gran confianza en Dios, y así vivía y se relacionaba con los demás, haciendo sentir justamente el amor del Padre para cada uno. Su espiritualidad se manifestaba siempre, cuando participaba en la misa, rezando el rosario, pero aún en sus tareas laborales. Son muchos los testigos que refieren que, en la empresa, en el directorio, Enrique buscaba siempre defender a los obreros. Tenía muy claro el sentido social de la empresa. No puedo no recordar la expresión del Papa San Pablo VI: “La Eucaristía nos mueve al amor social”
Enrique tenía muy claro que la Eucaristía ayudaba a los demás. La Eucaristía permeó toda su vida y se plasmó en algunas líneas formativas para los dirigentes de empresa. Vivía y enseñaba que el empresario tenía un deber propio de perfeccionamiento que se realiza en el darle a los demás. Un deber de servicio abierto a las necesidades de los otros a semejanza de Jesús Eucaristía. La empresa debe ser analógicamente sacramentalisable, refería, de promoción humana, de dignificación humana personal. La Eucaristía nos hace hermanos, manifestaba en un texto escrito por él: “Eucaristía y vida empresaria”. Sabiendo superar las barreras artificiales, individuales y colectivas, que separan al dirigente de empresa del personal por la devoción eucarística, porque Cristo, por la comunión, nos une fusionándonos misteriosamente en nosotros.
Entendemos así que su libro de cabecera y el libro que mejor leyó y que leerá en su vida –como Enrique lo expresara- fueron los Evangelios. Esa palabra de Dios que intentaba hacerla vida. Esa lectura, y a la vez oración de los Evangelios, la ponía en práctica en el ejercicio fiel de su vida. El Cardenal Mejía resalta la adhesión constante de Enrique al Magisterio de la Iglesia y a su Doctrina Social: “…en su misión en ACDE, que fue, en buena parte, obra suya. Así se pusieron, y él puso, los fundamentos, en la práctica de la realidad empresarial cotidiana, de la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, de la cual, en aquellos años, se hablaba poco (y se habló todavía menos después). Una tarea y, en realidad, una vida, como la de Enrique, subraya el hecho decisivo que la Doctrina Social existe para ser aplicada; o sea, que es operativa, y no solamente teórica.
Carlos Custer, reconocido dirigente sindical, quien fue entre otras actividades, miembro del Consejo Pontificio Justicia y Paz y ex embajador argentino ante la Santa Sede, refirió: “Enrique Shaw fue también un ferviente defensor del diálogo social propuso y concretó los contactos y reuniones con representantes y dirigentes sindicales”. Otro testigo nos ilustra: “consideraba la función social de la Empresa, es decir conciliar armónicamente la promoción humana del personal y el mayor éxito empresarial”.
El cardenal Mario Poli en el año 2000 pronunció una conferencia en ACDE sobre el trabajo que realizó estudiando el conjunto de escritos del Siervo de Dios inéditos y publicados y finalizó con esta frase: “Es una pregunta que hago al aire a mano alzada como quien dice: ¿Por qué nos inclinamos sobre sus escritos y sobre sus fuentes? ¿Por qué se torna inspirador su pensamiento y ejemplar su vida, edificante el testimonio de su fe hasta el final? ¿Acaso porque creemos que estamos ante una persona cuya existencia condice plenamente con lo que la Iglesia considera de santidad canonizable?” Cada uno puede responder. Leyendo su vida, yo no tengo dudas.
Siempre cumplió con la justicia social con sus empleados, obreros, aplicando la Doctrina Social de la Iglesia. Los testigos recuerdan también que en Rigolleau hubo problemas económicos y daba trabajos alternativos en la empresa a los obreros, como pintar, limpiar, etc., para no despedirlos. Relata Máximo Bunge: “Enrique hizo muchas cosas para evitar despidos. Por ejemplo, había en Rigolleau una sección de carpintería. Ellos se dedicaban a hacer los cajones para las botellas y pallets. Eran de la planta permanente de la empresa. Él llegó a determinar que era antieconómico tenerla en la estructura propia y que había que hacer algo para que fuera un costo menor. Entonces ¿qué hizo? Arregló con ellos su desvinculación, pero con un contrato de los mismos productos a costo y responsabilidad de ellos por 5 años. Los ayudaron a comprar un terrenito enfrente para que los carpinteros pusieran la fábrica. A ambas partes les fue muy bien. El que estaba a cargo de la carpintería al pasar a ser “empresario” le fue muy bien y Rigolleau bajó sus costos, recibió los mismos cajones y todos quedaron contentos. Eso es ser buen empresario, humano y creativo. Y también hizo lo mismo con la sección de moldería y con alguna más que no recuerdo, o sea eso era pelear costos humanamente.
Enrique vivió lo que la Iglesia muchos años después invitó a vivir, la “creatividad de la caridad” esta iniciativa es significativa ayudando al personal de Cristalerías Rigolleau, con ayudas por necesidades ordinarias y aún con préstamos, organizados como caja de empleados. Los obreros podían solicitar y devolver luego el importe en cuotas. Enrique veía a sus obreros como hermanos de Cristo, y las atenciones que tenía para con ellos siempre eran guardadas en el anonimato. Regalaba un juego de muebles a cada empleado o empleada que contraía matrimonio, ayudaba a tantas personas necesitadas y a instituciones religiosas y asociaciones apostólicas con donaciones.
Juan Cavo, quien fuera el primer postulador de la causa, en el mismo sentido afirma: “En sus decisiones como empresario jugaba su reputación sobre todo cuando de lo que se trataba era de conservar puestos de trabajo. En ocasión de tener que despedir a centenares de obreros por caída en el consumo, convirtió el despido en un proyecto de inversión en tareas de mantenimiento, modernización de las instalaciones para provisión de energía e insumos, mejoramiento y protección del activo físico de la fábrica incluido cerco perimetral, etc., gastos que sin embargo era posible capitalizar a efectos del balance anual”.
En estos tiempos que nos toca, sin duda, muchos empresarios cristianos están llamados a ganar menos dinero, pero a ganar más cielo.
Pero su compromiso no culminaba en sus obreros. Este testimonio que les voy a leer a continuación, relatado por la Sra. Tovi Naomí Sofía Magrat de Semino, nos ofrece un ejemplo acabado. Las necesidades de los demás quemaban el corazón de Enrique. Refiere: “Me acuerdo patente verlo al linyera aparecerse en esas columnas que tiene Rigolleau, con todos sus bártulos. Nos llamaba la atención porque no era común un tipo así. El señor Shaw llegó con el coche, se bajó y al rato apareció con el portero y ahí no más, él mismo lo agarró, le habló y lo metió en el coche. Le llevaba todas las cosas… que en realidad uno no las tocaría, seamos sinceros. Y se lo llevaba. Y se lo llevaba, si mal no recuerdo, a un lugar que patrocinaba el señor Shaw, algo francés o un hogar para ancianos. Él podría haber dicho “manden llamar un remis o una ambulancia” y pagar para que se lo llevaran, porque era un hombre de mucho dinero”.
Los hechos no finalizaron allí. Dice la testigo: “Al tiempo, volvió el linyera. El directorio estaba al lado de mi oficina. El señor Shaw estaba en reunión de directorio y le avisan que está el linyera. Interrumpe la reunión, se baja y se lo vuelve a llevar al linyera. Y yo le preguntaba por qué hacía eso con el linyera y él me decía puede ser Jesús que está dando vueltas por la tierra…aparte es mi hermano. La verdad que cada vez que leo este testimonio no puedo no emocionarme y quedar un rato en silencio.
En sus reflexiones sobre la situación en 1959, Shaw nos brinda una maravillosa enseñanza sobre las valoraciones que se deben hacer ante la necesidad de despidos de trabajadores. Que gracia sería que hoy lo tengamos todos muy presente:
Dice en relación al trabajo y la desocupación “El trabajo del hombre es una realidad querida por Dios y santificada por Cristo. La desocupación, por ello, un mal moral antes que un mal económico. Sus consecuencias han de ser cuidadosamente ponderadas antes de efectuar despidos y mismo suspensiones. Mal moral, y no simple hecho económico, como lo pretenden ciertas teorías, que no dudarían en proponerla en algunas ocasiones como solución útil y aún bienhechora para facilitar una recuperación económica. No debemos aceptar jamás este materialismo que sacrifica la persona humana al dinero y al lucro”.
Enrique quería a los obreros y veía en ellos a sus hermanos en Cristo, les hablaba con claridad, algo inusual en aquella época. En una ocasión tuvo que suplir al representante de la Empresa en una audiencia de un juicio laboral donde un obrero reclamaba indemnización por enfermedad laboral. El fallo fue adverso para el demandante por las pruebas fehacientes de que padecía esa enfermedad con anterioridad a su ingreso en Cristalerías Rigolleau. Sin embargo, finalizada la audiencia, Enrique expresó que, dadas las precarias condiciones de salud y económicas del demandante, Cristalerías Rigolleau le donaba el importe demandado. Explicó que su decisión se basaba en que muchísimo más grave, que el perjuicio económico que como antecedente nos podría significar, lo es la situación de ese obrero que en su estado debe afrontar, con un futuro incierto, el sostén de su familia.
Jesucristo no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, pasó haciendo el bien, pasó como uno de tantos. También me gusta ver así a la Virgen María, quien luego de haber recibido el anuncio del ángel, nunca hizo alarde de su condición de Madre de Dios. Paso como una madre entre tantas. Ese será el modelo de todo cristiano. Modelo que Enrique tuvo muy en cuenta. Una de sus manos no sabía lo que hacía la otra, se comportó como uno entre iguales, no hizo alarde. Podemos decir que en él se puede observar la encarnación verdadera del Evangelio. Entendió que lo verdaderamente importante es lo que Dios mira y lo que Dios conoce, no lo que es conocido por los hombres. Dice una de sus hijas: “Él no quería que su mano derecha supiera lo que hacía la izquierda. Al dar limosna en la Iglesia, una vez noté que lo que él ponía, era un billete grande envuelto en uno de menor valor”.
De Enrique nos sigue conmoviendo la adhesión con los más pobres. Esto también nos habla de un gran espíritu de fe. En las últimas horas de su vida, cuando tuvo sed y la enfermera le alcanzó un vaso de agua, él lo rechazó, ofreciéndolo por aquellos que no tenían agua en los barrios más pobres. Este hecho fue contado por Cecilia Shaw.
Su paso por la Armada, al que ya hemos hecho referencia, es otro ejemplo del ejercicio de las virtudes cristianas. Su experiencia en la Escuela Naval nos ha dejado un comportamiento verdaderamente prudente, como dicen los testigos. Estando acostumbrado a la cadena de mando militar, que como sabemos es vertical, Enrique la tuvo muy presente luego en su vida posterior y el lugar de comandante en jefe se lo otorgó a Dios y a la Virgen.
La actualidad del testimonio, impronta y consideración positiva de la vida y obra del Siervo de Dios, la seguimos comprobando cada vez que el mundo empresario realiza sus aportes para la sociedad. Podemos pensar que acciones hubiera llevado a cabo Enrique en el mundo empresarial y laboral en medio de esta pandemia para enfrentar los problemas que están dejando y dejarán los efectos del Covid-19. Estoy convencido que hubiera reforzado aún más el ejercicio de todas las virtudes personales y sociales que hemos descripto.
En el último encuentro anual de ACDE, el pasado 7 de julio, el Sr. Presidente de la Nación, Dr. Alberto Fernández, en su alocución de cierre, recordó al Siervo de Dios: “Deben aprovechar la enseñanza que dejó y que dio vida a la institución. Es la de hacer un capitalismo que integre a la sociedad, no que la divida. Un capitalismo que distribuya mejor el ingreso entre los que invierten, arriesgan y ganan -y deben ganar- y los que trabajan y ponen su esfuerzo cotidianamente”.
Por todo lo aquí compartido, tengo que hacer propio el común sentir de muchas personas que han conocido al Siervo de Dios personalmente o lo han descubierto a través de sus obras y testimonios. Me refiero al anhelo sincero de que la Iglesia lo proponga como modelo de santidad.
La figura de Shaw, gracias a Dios es reconocida por muchos. En su artículo de opinión publicado en el diario La Nación del pasado 10 de julio, “La Argentina y el capitalismo, semblanza de un desencuentro”, Sergio Berensztein expuso: “El reclamo del presidente Alberto Fernández de revisar el capitalismo, en particular a los efectos de dar mayor importancia a los aspectos distributivos e incluso a algunos principios éticos, se dio en el muy apropiado ámbito de ACDE, una organización fundada por otro Shaw, Enrique, uno de los líderes intelectualmente más formados, comprometidos y sensibles de nuestra dirigencia empresarial”.
Queridos participantes, con la situación social de hoy, ante el derrumbe de la economía a nivel mundial, agudizado, por cierto, por esta “tormenta furiosa e inesperada”, al decir del Papa Francisco, es providencial tener, hacer conocer y vivenciar a esta figura que nos recuerda la convicción de saber pensar “la empresa” y “el mundo del trabajo” en relación con los obreros, buscar la dignidad y el crecimiento para todos.
El autor es obispo castrense de Argentina y delegado para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Argentina.