Por Víctor Corcoba Herrero.- Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo la indecencia, el espíritu corrupto y la falta de conciencia, puesto que las condiciones en que se hallan un gran número de ciudadanos es cada vez más precaria, ofendiendo su dignidad innata y provocando multitud de conflictos. Una realidad injusta, a más no poder, que suele estar ahí, en cualquier esquina, tanto en Europa como en África, Asia y América. Por desgracia, prolifera hoy el estado salvaje, la contrariedad permanente, la insensatez manifiesta en sus diversas formas ideológicas, de ilícito ensimismamiento y de endiosamiento infernal. Nos vendrá bien, por consiguiente, huir de estos falsos ídolos y regresar a otras vías más equilibradas que nos pongan en la orientación debida, cuando menos para abrir las puertas de la honestidad de la vida civil y económica a todos, por igual y sin discriminación.
Lo decente es ponernos manos a la obra en el espíritu armónico y fortalecer la atmósfera preventiva para abordar los distintos tipos de exclusión y desigualdades. Activar el corazón ayuda a reencontrarnos. Crear organismos resolutivos con capacidad de afrontar la adversidad, desterrar aires perversos y abusos de poder, para que se cimenten los vínculos de la concordia, es lo que verdaderamente nos engrandece como seres humanos. No hemos de olvidar jamás, lo trascendente que es la rectitud que nos encamina a ese desarrollo auténtico, que tiene como criterio, a la persona con todas sus necesidades, sus expectativas justas y sus derechos fundamentales. Si el derecho a una vida digna todos nos la merecemos por igual, tenemos que trabajar para que así sea, y que lo sea en abundancia de ejemplaridad y honestidad. De lo contrario, continuaremos amasando indecencia en la historia del planeta. Así, cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la paciencia, los derechos elementales se relativizan y se abre la puerta al ordeno y mando, que absolutamente todo lo corrompe.
Unámonos para perder estas enfermizas cadenas dominadoras. Desde luego, no hay mayor descaro que continuar bajo las alas opresoras de la falsedad y el ánimo corrompido, al que hay que sumarle el elevado grado de incertidumbre que aún existe en todos los continentes. Es dramático que estas tendencias caprichosas, como la desigualdad en la distribución de las vacunas o la podredumbre en la gobernanza de ese Estado social, dificulte el avance de los pueblos y sus gentes. Deberíamos batallar por mejorar el panorama laboral con empleos decentes, respaldados con políticas de recuperación centradas en los individuos, con el fin de reconstruir mejor y promover la ocupación, los ingresos y la protección social, así como los derechos de los trabajadores y el diálogo social. Esta es la vía que han de seguir los líderes políticos para fomentar la integración; así como la salvaguarda de los principios y derechos fundamentales en el trabajo, que ha de ser determinante, sobre todo para las personas más vulnerables y menos protegidas. En efecto, no hay mayor pobreza que un trabajo indecente, porque en lugar de darnos tranquilidad nos esclaviza a su antojo.
Sea como fuere, la desvergüenza nos está dejando sin sensibilidad alguna. Deberíamos seguir ejerciendo un especial cuidado por aquello que nos afecta y es colectivo, de realización plena del ser humano; y, como sociedad, sería un avance la preocupación de unos por los otros, luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Lo significativo es no desfallecer, solidarizarse con aquellos seres humanos que aún no tienen derechos, que se les margina y excluye constantemente, cuando la actividad laboral es tanto un don como un deber. Es cierto que toda actividad humana acontece dentro de la sociedad, sin que podamos sustraernos a su influjo; pero también es verdad, que lo más profundo de su ser radica en la actitud tomada. Por eso, es esencial que la moral tenga presencia viva en nuestros andares, ya que es el único modo de corregir los errores de nuestros pasos.
El autor es escritor español residente en Granada.