Elisa Carrió suele decir que las actuales y furiosas luchas dentro del peronismo son sólo los estertores finales del viejo orden. Ricardo López Murphy apareció en la campaña, por fin, para convocar a la sociedad a terminar de una buena vez con el antiguo régimen. ¿Por qué están tan separados si dicen casi lo mismo? Es cierto que sus proyectos económicos distintos y, sobre todo, la alianza de López Murphy con Mauricio Macri cerraron cualquier camino de acercamiento entre ellos. Pero eso explica lo que pasa y no lo que pasó.
Puede ser que algo de lo viejo esté concluyendo, aunque no puede ignorarse la pericia del peronismo para acomodarse y reacomodarse sucesivamente en tiempos diferentes. ¿No fue Menem, acaso, la réplica liberal al radicalismo progresista de Alfonsín? ¿No es el progresista Kirchner la refutación a la ideología de Menem? En última instancia, lo que comenzará a definirse en las próximas elecciones es si lo nuevo surgirá otra vez del peronismo o si, en cambio, germinará en latifundios no peronistas.
La consagración formal y pública de la alianza López Murphy-Macri señala que el líder de Recrear eligió una opción. Aun cuando su visión de las cosas -y de la propia economía- se ha corrido de la derecha al centro, es evidente que prefirió apostar a una eventual polarización con el proyecto de centroizquierda de Néstor Kirchner. Los pronósticos podrían resultarle acertados si el Presidente cumpliera con su promesa de crear una corriente nacional de centroizquierda en condiciones de pulverizar al viejo peronismo.
Carrió, en cambio, no cree que Kirchner sea mejor que Duhalde. «Son las expresiones del peronismo en su fase final», resume. Ella también se ha corrido de la izquierda al centro y buscó como compañeros de lista a los radicales Enrique Olivera y Teresa Anchorena. Dispuesta siempre a analizar la realidad con parámetros más profundos que los habituales, sus reflexiones concluyen en que la Argentina debe ensayar con urgencia un proyecto de alianza de clases. «De otra manera, terminaremos en un enfrentamiento social como el de Venezuela», vaticina.
Carrió se apartó definitivamente de López Murphy cuando éste eligió otro socio. Mucho antes se había separado de Kirchner. Lo último que hizo por el actual presidente fue convocar a votarlo en una eventual segunda vuelta con Menem, en mayo de 2003.
Luego, Kirchner la emplazó a integrarse a su gobierno con la advertencia de que, si no aceptaba, la esperaba el desierto y la nada. Le dio a elegir entre un ministerio o una poltrona en la Corte Suprema de Justicia. Usó de intermediarios a dirigentes del propio partido de Carrió, que luego terminaron en el Gobierno.
«No se ofende de esa manera el amor propio de la gente», le mandó decir la líder de ARI. Se convirtió, desde entonces, en la crítica más implacable del kirchnerismo. Su debilidad radica en la evidente dificultad para crear una estructura política con recursos reducidos a cero. A nada.
En los caminos de la campaña suele cruzarse con Kirchner. «Pero el está en el cielo, en el Tango 01, y yo estoy abajo, apretujada en un auto viejo», se ríe. Decidió no pedirles un solo peso de contribución a los empresarios.
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López Murphy estaría dispuesto a aceptar el aporte de los empresarios, pero son los empresarios los que no están dispuestos a ayudarlo. El propio Duhalde ha recibido algunas contribuciones empresarias, con una condición: le prohibieron que las comente hasta con su familia. El temor de los empresarios a las represalias oficiales es ya evidente y patético. ¿Se justifica?
De cualquier manera, López Murphy tiene problemas también para construir una sólida estructura partidaria nacional. El contraste con el peronismo es desalentador: el partido oficial tiene una monumental estructura nacional, usa y abusa de los recursos del Estado, incluidos los del gobierno federal, y recibe caudalosos aportes privados para su campaña electoral. Si fuera cierto que la muerte lo persigue al peronismo, convengamos que está dispuesto a vivir la fiesta hasta el último resuello.
«No tengo oposición. No es mi culpa», suele decir Kirchner con un tono de apenada resignación. Los presidentes suelen elegir también a sus adversarios. Es casi palpable que Kirchner seleccionó a Duhalde como su contrincante electoral. Sólo habla de él y nada más que de él. Esa estrategia está llevando la campaña electoral en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, a una dura polarización entre peronistas, que amenaza con barrer las expresiones políticas que no pertenecen al oficialismo.
Carrió prefiere la pureza de sus compañeros de ruta, que es un escarpado camino de construcción política. López Murphy hurgó antes la posibilidad de alianzas con Patti y con sectores del menemismo, que provocó confusión entre sus seguidores, que no fueron pocos en las elecciones de 2003.
El ex ministro creyó en una coalición no oficialista tan grande que pudiera agrupar desde Carrió hasta Macri. Carrió lo abandonó no bien lo escuchó. Los dos han girado hacia un centro posible, justo cuando no están dispuestos a negociar y a acordar entre ellos.
Pero el problema más serio de los dos líderes opositores es, como siempre, la agilidad del peronismo para acomodarse rápidamente a los dictados de la sociedad y de las encuestas. El Presidente alborotado pareció haber dado lugar, durante pocas horas, a un Presidente reposado. Ultimátum de las encuestas. «Nadie puede alargar un do de pecho durante dos meses», redujo un político de la oposición. El peronismo puede tocar todas las melodías con todos los instrumentos de la orquesta. La sociedad no se lo reclama, hasta ahora.
La serenidad presidencial duró poco. Ayer, Kirchner volvió por sus fueros. Su carácter resultó más fuerte que las encuestas. Duró, en fin, el breve tiempo que transcurre entre una tribuna y otra. El margen político de la oposición podría ser más amplio del que ella misma imagina.
Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 1 de setiembre de 2005.