MUNICH.- Por acción u omisión, Julio Humberto Grondona es el responsable de todo lo que pasa en el fútbol argentino. De lo bueno y de lo malo. Presidente de la AFA desde 1979 y vicepresidente de la FIFA desde 1988, ningún dirigente del fútbol mundial ha acumulado tanto poder como él. Joseph Blatter tiene el número 1, pero se trata de una formalidad.
En el Congreso de 2002, realizado en Corea antes del Mundial, el suizo iba a perder por paliza la elección a presidente contra el sueco Lennart Johansson, el favorito respaldado por todos los continentes, menos la Conmebol sudamericana. El resultado sorprendió a todos. Blatter ganó por una diferencia importante.
Mientras las confederaciones apoyaban al sueco, los países votaron al suizo. El trabajo perfecto de buscar voto por voto lo hizo el también titular de la Comisión de Finanzas a través del programa FIFA GOAL, un subsidio anual destinado a promover el fútbol en sus 207 afiliados. El secreto estuvo en conseguir el apoyo de muchos países sin desarrollo y con necesidades extremas (Bangladesh, Eritrea, Islas Cook, entre otros). Uno a uno, cada voto cuenta y sirve para construir poder, como en la AFA.
Tomó su primera gran decisión deportiva en 1985, cuando sostuvo a Carlos Bilardo en la dirección técnica del seleccionado a pesar de la presión del poder político por destituirlo del cargo. Ya sabemos cómo terminó la historia. Aquel éxito en México proyectó su carrera internacional.
También confió en Pekerman cuando muy pocos creían en él. En 1994, decidió darle autonomía y contenido propios a los juveniles para independizarlos de los mayores.
Entre tantos candidatos a dirigir los seleccionados menores (Griguol, Oscar López), Grondona le dio la oportunidad al que había presentado el mejor proyecto. El resto es historia conocida y exitosa.
Pero hoy, a 12 años de aquella apuesta ganada, debe buscarle sucesor en la selección mayor.
El vínculo ha terminado con las públicas disculpas de José por haber anunciado su salida en la conferencia de prensa pos-Alemania sin previo aviso al presidente de la AFA.
En el ciclo Pekerman, Grondona asumió un protagonismo desmesurado a la hora de opinar del equipo. Intimidante, siempre dejó en claro que mandaba él.
Los días previos a la lista fueron los de mayor exposición en los medios. En clara desautorización al entrenador, llegó a decir que «debía mirarla antes de firmar porque no sabía si le meterían un jugador de rugby». Por suerte, el DT no puso rugbiers y la Argentina hizo un muy buen Mundial.
No llegó al objetivo de los siete partidos y por eso José renunció. Pregunta tonta: ¿no pudo haber influido en su irrevocable decisión la permanente intervención mediática del presidente de la AFA, con modos que lo dejaban muy mal parado, al borde del ridículo?
Esta eliminación también lo roza, aunque tenga la habilidad de esquivar las flechas Su apogeo como dirigente influyente y poderoso en el mundo ha coincidido con el período sin títulos de la selección mayor. Julio Grondona no es una persona con alta imagen positiva.
Eso no le hace cosquillas. Lejos de las encuestas, su poder está en los clubes. Cada apoyo cuenta y sirve para su estructura. Tiene la coartada perfecta para la acusación de verticalismo: nunca el Comité Ejecutivo le rebota una decisión. Quien quiera ganarle una elección deberá entender cómo funciona la cadena de favores.
Desde esa lógica se explica la astronómica cantidad de dirigentes que integró la delegación. Cholulos impresentables, se vestían con la ropa oficial de entrenamiento y merodeaban los pasillos del hotel en busca de una cámara o de un micrófono. Si quería, Grondona podría haber evitado este papelón turístico.
El rechazo a su imagen esconde logros importantes. Por ejemplo, el predio de Ezeiza, un lugar modélico para entrenamientos y concentraciones. Durante su larga gestión han aumentado el prestigio y la cotización del fútbol argentino, como producto y negocio. Pero la AFA debe depurarse de sus parásitos, dar un salto de calidad institucional con nuevas estructuras y nuevos dirigentes. No parece tarea para un solo hombre. Hasta aquí, Julio Grondona es el único responsable. De lo bueno y de lo malo. Así lo eligió él…
Juan Pablo Varsky
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 4 de julio de 2006.