Si había algo que Central no podía permitir es que este equipo juvenil de Estudiantes le empiojara el partido y lo hundiera aún más en medio de sus dudas e inconvenientes. Desde ese lado, aprobado para el equipo de Somoza, que en medio de alguna que otra pequeña zozobra liquidó rápidamente el partido para sumar tres puntos clave, para ganar en confianza de cara al viernes (juega por Copa Argentina) y para despedir un pésimo torneo con una pequeña sonrisa. El 3-1 no dejó duda alguna de la diferencia que hubo entre un equipo y otro, como tampoco la euforia que el mismo provocó porque uno de esos goles fue de quien justamente se esperaba un grito: de Marco Ruben.
Las intenciones de Central quedaron claras desde el arranque, en esto de intentar ser el equipo que impusiera los tiempos y ritmos del partido, por eso esa agresividad de los primeros minutos, con la firme convicción de hacer todo a partir del buen trato del balón. Y no le llevó demasiado tiempo en llevar todo eso al terreno de los merecimientos, porque a los 6’ el Pupi Ferreyra se equivocó en el centro a Veliz. Ni hablar cuando Marco Ruben estuvo a nada de enloquecer al Gigante con ese cabezazo que se fue cerca del palo derecho tras el centro de Montoya.
A esa altura la apuesta era salir claro del fondo, con Yacob y Benítez como opciones de primer pase, algo que podía concretar frente a la pasividad de un Estudiantes repleto de pibes que intentaba lo que podía, pero al que le faltaba idea, juego y entusiasmo. El camino a la simpleza se abrió cuando el Pupi Ferreyra le prendió cartucho desde adentro del área, previo pase de Ruben, contra el palo izquierdo de Pourtau. Justicia, pero básicamente la tranquilidad de empezar a hacer lo que el contexto pedía.
Servio apenas sí tuvo que exigirse contra el palo derecho ante un cabezazo de Núñez, pero siempre dio la impresión de que cuando Central decidiera apretar el acelerador podía empezar a definir la cosa. Ese segundo paso, necesario por cierto, llegó luego de una gran jugada colectiva, con innumerables toques, que terminó en una trepada de Martínez por derecha, su centro, y el anticipo de Veliz a la red.
Igual, lo que parecía que iba camino a una noche del todo tranquila en parte se complicó, porque fue después del 2-0 donde llegó la relajación canalla y la osadía pincha. Así aparecieron ese remate de Zappiola que se desvió y se fue al córner, ese cabezazo de Beltrán que Ruben sacó en la línea y ese mano a mano de Marinelli (pésima salida de Komar) que Servio resolvió de manera magistral.
¿De qué manera gozar de la tranquilidad plena? De la mejor forma que podía suceder en una noche especial, con un gol del hombre gol de Central: Marco Ruben. De esa carrera loca de Montoya por derecha a los 7’ del complemento llegó el centro, el primer intento fallido del 9 (la pelota se le enganchó en el taco izquierdo), pero inmediatamente la rectificación para la mediavuelta goleadora, de zurda, para que las piolas flamearan una vez más por culpa suya. Al toque lo tuvo nuevamente Veliz, pero no pudo ser.
Central se relajó demasiado y entró en un momento de liviandad impropia del partido, con algunos errores que empezó a pagar, como esa mala acción en el medio que terminó con un rebote a medias de Servio y la estocada de Piñeiro para el descuento.
Ya casi no hubo más partido, pese a ese ímpetu que los pibes de Estudiantes le pusieron hasta el final y que, dicho sea de paso, tuvieron algunas que otras chances. Pero lo de Central ya pasaba por otro lado, incluso hasta por la ilusión de que Ruben pudiera pegar algún grito más. No pudo ser, pero el objetivo ya estaba cumplido.
No había otro plan que Central pudiera permitirse y del cual debiera lamentarse, por eso el mérito de ese 3-1 final con que le puso punto final a un torneo para el olvido, maquillado en esta última noche por el adiós de Marco. Pero debía ser triunfo y lo fue, de manera simple y sencilla.
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