Por Luciana Mazzei.- En no pocas ocasiones tomamos conocimiento de picadas de motos o autos que también concluyen con un joven hospitalizado, sobredosis de sustancias y comas alcohólicos, también están a la orden del día entre las noticias sobre la “diversión” de los jóvenes.
Frente a esto una y otra vez nos preguntamos ¿Qué les pasa a los chicos? ¿De dónde les viene esta necesidad de lastimar o lastimarse? ¿cómo prevenir estas situaciones? ¿De quién es responsabilidad? ¿Deben cerrar los boliches? ¿Los municipios tienen que ampliar el número de agentes que controlen lo que pasa en las calles?
La respuesta no es simple porque implica del compromiso y responsabilidad de la sociedad toda. La violencia está instalada entre nosotros como un testigo silencioso de nuestras frustraciones, temores y la ansiedad por lograr metas que el mundo nos impone.
De un tiempo a esta parte, la autoridad parental fue mutando su forma, de un estilo paternalista y autoritario, donde los padres, especialmente el padre, ordenaban y castigaban, muchas veces utilizando la violencia; donde las muestras de afecto y la expresión de las emociones casi no existían; los hijos tenían poca participación en las decisiones familiares.
Hoy, a los hijos de estos padres, tratando de no imitar ese modelo poco saludable y que dejó serias heridas, les cuesta ver con claridad cuáles son los límites necesarios que necesitan los niños y jóvenes para crecer sabiendo cuidarse.
Desde muy chicos hacen y deshacen a su antojo y los padres, que no los quieren hacer sufrir, lo permiten, ignorando que esto los deja huérfanos, sin sostén y sin rumbo claro en la vida.
También impacta en el desarrollo de niños y jóvenes la violencia vivida dentro de la familia. El desamor de los padres entre ellos, las separaciones y divorcios donde los hijos resultan rehenes de padres que no pueden resolver sus desacuerdos, las largas jornadas laborales, son algunas de las muchas causas que violentan la psiquis y dejan a los hijos desamparados.
Este nuevo modelo de crianza, sin límites claros, y los desacuerdos vinculares de los adultos, lleva a que los niños y jóvenes crezcan sin modelos claros sobre cómo vivir en sociedad.
Siendo la familia el primer ámbito de socialización, es allí donde deben tomar los ejemplos para conducirse en el mundo, de los padres y cuidadores deben aprender a regular las emociones, a tolerar la frustración, respetarse y respetar a otros.
Pero en el adolescente ocurre algo más, el adolescente está atravesando una crisis de identidad profunda, donde debe despedirse del niño que fue, con el duelo que esto implica, para conquistar el mundo adulto y encontrar en sí mismo el modo en que se va a vincular con este mundo.
El adolescente necesita rebelarse y revelarse. Por un lado, rebelarse frente a los mandato, creencias, valores familiares para contraponerlos a los que el mundo le ofrece y de allí tomar lo que para él, como nuevo adulto, sea lo mejor. Y también necesita revelarse, mostrarse tal cual es, con aquellas cualidades y rasgos personales que va descubriendo en este tiempo de autoconocimiento.
Ocurre que, frente a la rebeldía los padres prefieren ceder antes que acompañar para no discutir y frente a la revelación de esta nueva personalidad se asustan porque no es el hijo que conocían.
Frente a esto los jóvenes se sienten cada vez más solos y esta soledad se traduce en tristeza, angustia y violencia. Emociones que no pueden o no saben expresar en sus familias y terminan por explotar fuera de casa en forma de agresión hacia ellos mismos o hacia otros. Esta violencia manifiesta, que debería ser sublimada con actividades creativas y creadoras, es el resultado de vacíos que no se llenaron, falta de escucha, descalificación de las emociones, falta de normas y límites claros y de modelos adultos maduros y consistentes.
El límite es amor, es cuidado, es valoración. Enseña a cuidarse y a cuidar a otros, papá y mamá pueden marcar límites con amor y respeto, si no lo hacen lo hará el mundo y de manera dolorosa.
Autoridad no es sinónimo de autoritarismo, la autoridad saludable implica hacerse cargo del rol parental, acompañar el crecimiento con presencia activa, y marcar límites que protejan y enseñen, es ver la potencialidad en cada hijo y educar desde esa potencialidad.
Fuente: https://www.portaldeprensa.com/