Por Hugo Gambini.- El autor revisa el enfrentamiento entre el general Perón y la periodista Ana Guzetti, traído a la memoria por un desacertado comentario de Orlando Barone en el programa 6,7,8.En una interesante nota del diario La Nación sobre la periodista Ana Guzzetti, que desafió a Perón en una conferencia de prensa televisada, se reconstruye la intención de ese diálogo iniciado por ella –entonces cronista de El Mundo– el 8 de febrero de 1974. Como no se mencionan las palabras de los personajes, me voy a permitir hacer un recordatorio.
Guzzetti le preguntó a Perón:
–Señor Presidente, en el término de dos semanas hubo exactamente veinticinco unidades básicas voladas, doce militantes muertos y ayer se descubrió el asesinato de un fotógrafo. Evidentemente todo esto está hecho por grupos parapoliciales de ultraderecha…
Perón contestó:
–¿Usted se hace responsable de lo que dice? Eso de parapoliciales lo tiene que probar. (Y dirigiéndose al edecán) Tomen los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie la causa contra esta señorita…
–Quiero saber qué medidas va a tomar el Gobierno para investigar tantos atentados fascistas.
–Las que está tomando; éstos son asuntos policiales que están provocados por la ultraizquierda, que son ustedes (señalando a la periodista con el dedo) y la ultraderecha, que son los otros. De manera que arréglense entre ustedes; la policía procederá y la Justicia también. Indudablemente que el Poder Ejecutivo lo único que puede hacer es detenerlos a ustedes y entregarlos a la Justicia; a ustedes y a los otros. Lo que nosotros queremos es paz. Y lo que ustedes no quieren es paz.
–Le aclaro que soy militante del movimiento peronista desde hace trece años…
–¡Hombre, lo disimula muy bien!
Quien hablaba con Perón no era un hombre sino una mujer; pequeño detalle en el que el general no reparó. Estos datos aparecieron en los diarios del día siguiente. Yo los vi y los escuché. No quedó un video, pero sí una foto de la escena. El diálogo me llamó tanto la atención que lo usé para iniciar el tercer tomo de mi Historia del Peronismo. La violencia (1956-1983) y lo reiteré hacia la mitad (página 313).
Hace cinco años, el 19 de febrero de 2007, publiqué en La Nación una nota titulada “Perón, creador de la Triple A”, dando detalles sobre la creación del somatén, una invención catalana del siglo XI, que el dictador español Miguel Primo de Rivera reflotara en 1923. Se trata de gente armada, que no pertenece al ejército pero se dedica a perseguir, torturar y matar al enemigo, como hacía la Gestapo de Hitler. Aquí se llamó Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como la Triple A.
Perón se enfureció el 25 de septiembre de 1973 al enterarse del asesinato de José Rucci, secretario general de la CGT. Sabía que los autores habían sido los Montoneros, su “juventud maravillosa”, y decidió destruirlos. Para eso llamó a una reunión privada en Olivos. Y allí estuvieron todos: desde el presidente provisional Raúl Lastiri, hasta los miembros del Gabinete y los gobernadores con sus vices. Se emitió un Documento Reservado, sobre el que Perón exigió “acatar sus directivas”. Y ordenó hacer actuar a todos los elementos de que disponía el Estado para impedir los planes del enemigo y para reprimirlo con todo rigor. Eso ponía en macha el conocido terrorismo de Estado.
Como Perón aún no había asumido su tercera presidencia sólo bendijo el documento, pero requirió el aval del Consejo Superior Peronista. Luego le encargó a José López Rega organizar el nuevo equipo de trabajo.
El terrorismo de Estado
A sólo tres días de conocido el Documento Reservado fue atacada a tiros, en Córdoba, una asamblea de delegados sindicales y murió Jorge Ávila, obrero de la construcción. El 11 de octubre un chico de la JP, afiliado a la Unidad Básica Héroes de Trelew, llamado Nemesio Luis Aquino, fue asesinado en General Pacheco. Una bomba estalló en la unidad básica Mártires de Trelew; otros artefactos reventaron en los domicilios de los diputados provinciales Fausto Rodríguez y Miguel Marcattini, y una tercera bomba dañó seriamente la casa del senador provincial peronista Miguel Tejada. Al día siguiente cayó asesinado en San Nicolás el periodista José Colombo, del diario El Norte, periódico que –según el Gobierno– estaba “plagado de comunistas”.
Dos días después de que Perón asumiera, el 12 de octubre, moría acribillado en Rosario el bioquímico Constantino Razzetti, de 58 años, en el que según su hijo Carlos fue el primer crimen reconocido por la Triple A. “Lo mataron los defensores de la falsa ortodoxia peronista, con el cuento de la depuración ideológica –se dijo en el sepelio-, justo a vos que hace treinta años luchás por el peronismo”. Quince mil personas despidieron a Razzetti.
El 17 de octubre se incendiaban en Mar del Plata las casas de Andrés Cabo y Alfredo Cuestas, dos dirigentes de la JP. Otro fuego consumió el día 21 el Ateneo Peronista Heroica Resistencia, en Santos Lugares, y un día después estallaba una bomba en el despacho de Alberto Martínez Baca, gobernador de Mendoza. A fines de octubre fue fusilado Pablo Marcelo Fredes, de la JTP, activista de la Unión Tranviarios. También le tocó ese día a Isaac Mosqueda, asesinado junto con tres jovencitos: Juan Piray (18 años), Francisco Aristeguis (17) y Omar Arce (de apenas 13). Además, las balas de la Triple A se cobraron en esos días las vidas de Adrián Sánchez (de Jujuy) y de Lorenzo Bernardo Perino (de Ensenada).
El 21 de noviembre casi muere el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, quien al poner en marcha su automóvil, vio cómo una bomba estallaba a sus pies y lo dejaba herido. Seis días después el jefe de la policía salteña, Rubén Fortuny, que investigaba torturas locales, cayó muerto por la banda de las Tres A. Lo mismo le ocurrió a Antonio Dele Roni, abogado de la CGT de los Argentinos, y a su mujer Nélida Arana, asesinados en la estación ferroviaria de San Miguel. Héctor Antelos y Reinaldo Roldán cayeron durante el ataque montonero contra el cuartel de Azul, el 19 de enero. El día 27 de enero, en Córdoba, las torturas terminaron con la vida de José Roque Contino. Y por sacar fotos que comprometían, fue fusilado en los bosques de Ezeiza el reportero gráfico Julio César Fumarola.
El 16 de marzo fue asesinado en la puerta de su casa de San Nicolás el médico radical Rogelio Elena; el 30 lo mataron en Lomas de Zamora a Pedro Hansen, de la JP, y al día siguiente las balas se incrustaron en el pecho de Héctor Félix Petrone. El 8 de abril fue clausurado El Descamisado por publicar la foto de un policía matando con una Itaka a Alberto Chejolán, en medio de un piquete, cuando marchaba hacia Plaza de Mayo. El secuestro y asesinato de María Liliana Ivanof, de la Agrupación Evita, coincidió con la elogiosa confirmación, por parte de Perón, de los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride.
El Gobierno preparó un acto para el 1 de Mayo que buscaba calmar los ánimos, pero a los Montoneros no les gustó que Perón los tratara allí de “imberbes y estúpidos”. Mucho menos que los amenazara recordándoles que “han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento”. Era el terrorismo de Estado, pero no informó quiénes eran los asesinos. El país entero lo vio y escuchó por televisión, y no los echó de la plaza –como se dijo después– porque habían ido para insultar a su mujer y dejarle medio acto vacío. Se fueron solos, protestando en medio del caos.
El 11 de mayo, al salir de la iglesia de San Francisco Solano, en Mataderos, una ráfaga de ametralladora desplomó al padre Carlos Mujica. Fue ejecutado por el inspector Rodolfo Eduardo Almirón, uno de los jefes y organizadores de la Tiple A.
Finalmente, el 29 de mayo apareció torturado Salvador Bidegorry y se hallaron en Pilar los cadáveres de los fusilados Oscar Dalmacio Meza, Antonio Moses y Carlos Domingo Zidd. Habían sido secuestrados en un local del PST de General Pacheco. El 2 de junio las balas bajaron al joven Rubén Aldo Poggioni por pegar carteles del Partido Comunista. El día 6 fue secuestrada y torturada Gloria Moroni, de la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista. Los secuestros terminaron con la vidas de Remo Crotta, sindicalista papelero, y con el portuario Carlos Borromeo Chávez, cuyos cuerpos sin vida aparecieron en los bosques de Ezeiza. Entre Villa Elisa y Punta Lara se encontraron los cadáveres de Francisco Oscar Martínez, de la JTP, y de Alfonso Gerardo Grignone, de la JUP. En esos días fue asesinada también la joven de 19 años Elsa Argañaraz.
El terrorismo de Estado había dado comienzo en manos de Perón, quien murió el 1 de julio de 1974. Su mujer, que era la Vicepresidenta, heredó ese siniestro aparato que no dejó de funcionar, hasta llegar a casi un millar de víctimas. El resto lo hicieron los militares, que fueron responsables de más de ocho mil desaparecidos cuyos nombres se conocen todos.
No obstante, voy a corregir un error de mi nota publicada en La Nación en 2007: bajo la conducción de Perón los muertos no eran 15, como entonces dije, fueron 63. Para ser más preciso, faltaban consignar los nombres de las siguientes víctimas: Carlos Rafael Llerena, José Luis López Lage, Nancy Estela Magliano, Ramón Martínez, Joaquín Pires Cerveira, Mario Pizarro, Marcos Félix Ramayo, Jean Henri Raya Ribard, Joao Batista Rita, Arnaldo Rojas, Fabiola Sánchez Gómez, Ruth Sánchez Gómez, Ricardo Silva, Benito Spahan, Raúl Tettamanti, Victorio Vázquez, Joaquín Vega, Juan Carlos Villafañe, Mario Zidda Chesa, Jorge Ávila, Juan Piny, Francisco Aristeguis, Omar Arce, Adrián Sánchez, Antonio Dele Roni, Alberto Chejolán, Francisco Oscar Martínez, Alfonso Gerardo Grignone, Elsa Argañaraz, Ramón Giménez Vega, Enrique Grynberg, Horacio Manuel Orostegui, Viviana Irene Ringach, Adolfo Skof, César Augusto Baldini, Guillermo Tomás Burns, Edmur Pericles Camargo, César Cervato, Juana Romero Crisóstomo, Daniel José De Carballo, Joel José De Carballo, Oscar Hugo Garay, Víctor Gerez, Hugo Hansen, Ricardo Zoilo Ibáñez, Catalina Jara, Eduardo Jiménez, José Lavecchia.
Como se ve, la máquina atroz empezó en el peronismo, contra sus propios afiliados y simpatizantes de izquierda. De esto no hay dudas. Mejor digamos que sobran pruebas.
Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2389 enero 2013.