Por Emilio Grande (h.).- Los cristianos de todo el mundo en sus distintas versiones celebramos la Pascua, en la que el hijo de Dios después de haber vivido la pasión y la muerte (jueves y viernes santos) fue resucitado en el tercer día, tal como estaba anunciado en las escrituras, para la salvación de las personas de todos los tiempos.
El papa Francisco volvió 10 años después a la cárcel de menores de Casal del Marmo, ubicada en la periferia romana, presidió la misa del Jueves Santo, expresando que “es tan hermoso ayudarnos los unos a los otros, tendernos una mano”, porque “son gestos humanos, universales, que nacen de un corazón noble”. Y, en esta línea, acotó que “Jesús hoy, con esta celebración, quiere enseñarnos esta nobleza del corazón”.
Frente a una sociedad que pareciera dar la espalda a Dios y vive este fin de semana largo casi sin cuestionarse sobre el sentido más profundo de la Semana Santa, Jesús nos ayuda a comprender el triduo pascual: pasión, muerte y resurrección.
Atrás quedaron los cuarenta días que marcaron el tiempo de Cuaresma, justamente de preparación y revisión de nuestras vidas para buscar un cambio interior sobre aquellas prácticas oscuras y en tinieblas.
Se dice con razón que la Semana Santa es la semana mayor de la cristiandad, donde el misterio del amor por la humanidad se hizo palpable, llevando Jesús a la cruz nuestras debilidades y pobrezas humanas y materiales, no solamente de hace más de 2.000 años sino que es la representación diaria de nuestras locuras e incoherencias actuales. Jesús sigue siendo crucificado frente a tantos pecados mundanos, que afectan a millones de personas: las locuras de Putin con la invasión de Rusia a Ucrania y de Ortega en Nicaragua, persiguiendo a miembros de la Iglesia Católica y prohibiendo celebraciones litúrgicas en las calles; un grupo de países ricos frente a la mayoría de sus pares más empobrecidos; el materialismo egoísta para tener poder y riquezas a cualquier precio frente a los más vulnerables que son descartados en distintos ambientes sociales, entre otros.
El obispo diocesano Pedro Torres presidió la misa del Jueves Santo en la Catedral San Rafael, expresando que “es el día de la eucaristía al instituirla en la última cena y es el día del mandamiento de amor. Para entender esto con el asombro de la fe y la alegría de ser salvados, le podemos pedir ayuda a la Virgen, la ungida por el Espíritu Santo y la servidora del Señor. Cuando el servicio se hace por amor engrandece; en cambio si se hace solo por obligación esclaviza y agobia”.
En la oscuridad que envuelve a la creación, la Virgen María se queda sola para mantener la llama de la fe frente a la cruz del Viernes Santo, pero es al mismo tiempo la esperanza en la resurrección de Jesús.
Esta noche abramos nuestros corazones como las mujeres que fueron al sepulcro y quedaron sorprendidas. El Angel les dijo: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba y vayan enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e irá antes que ustedes a Galilea. Allí lo verán.» Las mujeres atemorizadas, pero llenas de alegría, fueron a dar la noticia a los discípulos” (Mt. 28, 5-8).
Humanamente, es difícil comprender que alguien vuelva a la vida… el misterio de la fe muestra que el Hijo de Dios, el que fue “traspasado”, está vivo, ha resucitado realmente, para ser anunciado porque el pecado y la muerte ya no tienen la última palabra.
Así, la Pascua es el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. En medio de las búsquedas, Jesús se nos revela resucitando por nosotros para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada.
A pesar de tantos signos de la cultura de la muerte en la sociedad actual, entre ellas el aborto legal en la Argentina y en otros lugares del planeta, debemos seguir apostando por la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Cambiando los corazones de los dirigentes y de los ciudadanos, la Argentina postrada sigue teniendo salida frente a la grave crisis política, económica y social.
Una vez más es un enorme desafío y compromiso ser cristianos con la esperanza en la vida eterna, más allá de lo temporal, y no ser cristianos por tradición, testimoniando la misericordia y una vida coherente con el evangelio. Tenemos la esperanza porque Cristo ha resucitado y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo…