Por Joaquín Morales Solá.- El papa Francisco no descarta visitar la Argentina durante el próximo año. O, dicho de otra manera, es posible que en 2018 el Pontífice regrese a su país por primera vez desde que fue elegido jefe universal de la Iglesia Católica. Esa información fue confirmada por fuentes eclesiásticas argentinas y por funcionarios vaticanos.
No obstante, la concreción del viaje está condicionada a la existencia previa de un clima de pacificación política y social en el país.
La profunda fractura que existe entre kirchneristas y antikirchneristas, o entre macristas y antimacristas, crea una situación que contradice los postulados de acuerdos y acercamientos que pregona el Papa. Su vieja te-oría de la «cultura del encuentro» choca en su país con una tenaz lógica del enfrentamiento. Objetivamente, no están dadas ahora las condiciones sociales y políticas para una visita del Papa a la Argentina.
Tres hechos concretos confirman aquella información sobre el eventual viaje papal.
La primera de ellas es que dejó fuera a Uruguay de su próxima gira latinoamericana por Chile y Perú, que se realizará a fines de enero.
En rigor, hasta hace unos meses la diplomacia vaticana trabajaba en una gira que incluía la Argentina, Chile y Uruguay y que se realizaría en noviembre próximo. El calendario electoral chileno obligó al primer cambio. El 19 de noviembre se realizarán en Chile las elecciones presidenciales para elegir al sucesor de Michelle Bachelet. El Papa, según fuentes vaticanas, prefirió no visitar el país transandino en medio de una batalla electoral por la presidencia. La postergación para fines de enero coincidió con informes diplomáticos que señalaban que la confrontación argentina no cesaba. Entonces se agregó Perú, país al que el Papa le debía una visita después de haber estado en Ecuador y Bolivia. Ecuador y Perú tienen una vieja disputa por límites fronterizos. Y Bolivia les hace reclamos fronterizos a Chile y a Perú. Uruguay podría formar parte, por lo tanto, de una gira que incluyera la Argentina.
El segundo hecho es que, según funcionarios vaticanos, el Papa dio instrucciones para que en su viaje de enero a Chile y Perú no haya sobrevuelo de su avión sobre el espacio aéreo argentino. En caso de ser imprescindible, Francisco ordenó que se previera un descenso del avión en una provincia argentina, donde estaba dispuesto a oficiar una misa y prometer para más adelante una visita más extensa. «Esta vez no se conformaría con un telegrama de saludo desde el avión», dijeron los funcionarios en alusión a cuando viajó a Paraguay y le envió a Cristina Kirchner un telegrama desde el espacio aéreo argentino. El tercer hecho es que el Papa no les habló directamente a los argentinos para descartar un viaje en el próximo año, como sí lo hizo en 2016 para informarles (mediante un mensaje grabado para televisión) que no vendría al país en 2017.
La pregunta que no tiene respuesta es por qué el Papa, con un enorme prestigio universal, es una figura polémica entre sectores sociales de su país. Son sectores minoritarios, porque según las encuestas más recientes el Pontífice cuenta con cerca del 80% de simpatía en su país. De hecho, es el argentino mejor valorado por los argentinos. La crítica más injusta que esos sectores minoritarios le hacen es la que lo identifica con el kirchnerismo. Cualquiera que haya estado cerca de él o lo haya frecuentado cuando era cardenal en Buenos Aires sabe el aislamiento que sufrió de parte del kirchnerismo y la distancia que él mismo puso con el gobierno de entonces. Todos los obispos de la Conferencia Episcopal son testigos de esa situación.
Después de que lo eligieron papa, Cristina Kirchner insistió en visitarlo varias veces. Era una jefa de Estado. La insistencia (y hasta la falta de respeto en algunas audiencias que ella convirtió en multitudinarias) es responsabilidad de la ex jefa del Estado, no del Papa. También lo recibió dos veces a Mauricio Macri, quien, contrariamente a Cristina, se limita al trato formal y distante con el Papa. Es también un exceso, aunque en sentido contrario. Ha recibido a dirigentes peronistas, pero también son muchos los funcionarios macristas que tienen una relación personal y permanente con Francisco (Esteban Bullrich, María Eugenia Vidal, Carolina Stanley, Jorge Triaca y Susana Malcorra hasta hace poco, entre varios más). Tampoco puede deducirse de esas relaciones que el Papa tiene debilidad por el macrismo, como no la tiene por el kirchnerismo.
Los interlocutores frecuentes del Papa suelen subrayar su apego a las instituciones, que considera indispensables para el buen funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, predomina más la crítica a su supuesto discurso demagógico, aunque no ha hecho más que ponerles carisma y palabras distintas a posiciones de la Iglesia ya expuestas por Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II y hasta por el propio Benedicto XVI. No hay relación que Francisco cuide más que la que mantiene con el papa emérito Benedicto, quien le responde con una fidelidad sin fisuras. La crítica argentina peca de provinciana.
La afinidad personal pesa más en Francisco que las cuestiones ideológicas. Valen dos ejemplos. La mejor relación que tiene en este momento con un líder importante del mundo es con la canciller alemana Angela Merkel, que es también la más ortodoxa de los líderes europeos. Visitará Chile en enero porque tiene un compromiso personal con Bachelet, que entregará poco después la presidencia. Dicen que tiene simpatía por Bachelet, a pesar de que disiente de ella en una posición tan profunda como el aborto, una cuestión innegociable para el Pontífice.
Influyen también las personas y los supuestos voceros del Papa. El caso más emblemático es el de Gustavo Vera, un dirigente político que suele usar su cercanía con Francisco para mostrar poder en el país. Sin embargo, el Papa tomó distancia de él desde que Vera difundió un mail personal en el que Francisco señalaba el riesgo de la «mexicanización» de la Argentina por el tráfico de drogas.
El Papa debió pedirles disculpas a los mexicanos y resolvió la cuestión en un viaje a México. Vera es ahora un amigo íntimo del arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, que hizo toda su carrera en Roma y es canciller de la Academia de Ciencias del Vaticano. Nadie en el Vaticano ni en la Argentina pudo responder si esa amistad obedece a afinidades reales de Sánchez Sorondo o a su propensión a excederse en quedar bien con el Papa en funciones. Lo cierto es que Vera concurre al Vaticano más por iniciativa de Sánchez Sorondo que del Papa.
Otra cosa sucede con Juan Grabois, dirigente del movimiento de Trabajadores de la Economía Popular y asesor del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz. Grabois no depende del Papa, sino del cardenal Peter Turkson. Grabois aclara siempre, contrariamente a Vera, que sus palabras no expresan al Papa y que su referente en el Vaticano es Turkson, no Francisco.
Sánchez Sorondo invitó a Alejandra Gils Carbó a un seminario sobre trata de personas que se realizará en noviembre en el Vaticano. Gils Carbó lo difundió como una invitación del Papa, quien, según fuentes inmejorables, no tiene ni tuvo nunca ninguna relación con ella. Sólo la saludó dos veces entre varias personas más. Pero la invitación de la Academia de Sánchez Sorondo, que se declara independiente, está hecha «en nombre de Su Santidad». El Papa pidió, según relatan funcionarios vaticanos, que se modifique esa fórmula que lo compromete a él innecesariamente. De estas gotas se hacen océanos de polémicas en la Argentina. Raro, porque Bergoglio es el argentino más importante de la historia.
Fuente: diario La Nación, 12/7/2017.