Por María Herminia Grande.- Diez meses de gobierno. 200 días de cuarentena. Un Banco Central cada vez más anémico. El casillero de “mi amigo Rodríguez Larreta” otra vez vacío. Los extremos ensanchándose. La Argentina sufre y llora en soledad. No es entendida en sus necesidades por los actores políticos. Extraña su clase media desbordante. Sufre la desbordante pobreza, desocupación y violencia.
¿Por qué Alberto Fernández pudo ganar las elecciones que Cristina de Kirchner no podía? Alberto Fernández no tenía votos. Los conquistó uno a uno cuando hizo para afuera lo que produjo para adentro, al conformar una coalición de peronismos. Sus virtudes electorales fueron moderación, equilibrio, afabilidad. Recuperó al adversario en reemplazo del enemigo. Así ganó las elecciones con una Vice poderosa por historia, pero débil a la hora de la conquista de votos.
Alberto Fernández asumió el 10 de diciembre de 2019 con un aviso: “La oiré, pero gobernaré yo”. Esa convicción perdió fuerza a medida que avanzaba el Instituto Patria. El Presidente se negó a fortalecerse en el fuego amigo de los gobernadores. Tuvo una gira internacional donde su figura y posturas, fueron del agrado de los líderes que visitó. En nuestro suelo, entiendo que el primer yerro fue considerar que un plan de gobierno u hoja de ruta, pudiera ser reemplazado por dos buenos discursos políticos: el de la asunción y el de la apertura de sesiones ordinarias del Congreso en marzo pasado.
El primer anuncio, la conformación de la Mesa de Lucha contra el Hambre, se desdibujó ante la aparición del Covid-19. Este marzo –parece hoy una eternidad- fue el momento donde el diputado Mario Negri, jefe de la bancada opositora, manifestó: “Presidente Alberto Fernández: Usted es el comandante en la batalla, somos uno solo en esta pandemia”. Eran épocas donde el “amigo Horacio” sólo fastidiaba al cristinismo. Al resto de los argentinos les producía respeto, elogio y esperanza.
Hoy ya no existe el éxito inicial sobre la pandemia. Ya no existe la convivencia política; hay un Presidente que parece no encontrar el camino del regreso. Hoy no sólo es el Covid con sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas. Hoy el peso de la decadencia heredada de gobiernos anteriores parece desorientarlo.
¿Y si nos damos un baño de realidad? ¿Y si aceptamos que el dólar es al bolsillo de los argentinos lo que la ansiada vacuna contra el Covid es a la salud de todos? La credibilidad en el peso argentino –en algún momento retornará- volverá cuando la política ponga a disposición de todos la dosis de confianza, hoy inexistente.
Veamos. Descreimiento, insatisfacción, incertidumbre. Estas tres palabras nos llevan al cóctel explosivo denominado desconfianza.
El Gobierno está ante una encerrona al no acertar con las políticas económicas de coyuntura. No aparece plan a mediano o largo plazo. No se vislumbra la posibilidad de un relanzamiento. Se observa a la mitad de un gabinete silente y desconocido, y la otra mitad desgastado y cansado. Ahora bien, el problema no es el cambio del gabinete, el problema es el rumbo que protagonice un gabinete. Con respecto a las medidas anunciadas el jueves pasado, bien lo graficó el empresario José Martins: “Son una aspirina ante un cuadro febril”. Es probable que, ante la necesidad, algunos productores liquiden sus cosechas. Pero una vez más el gobierno actuó con la urgencia de sus necesidades, y no con la mirada puesta en la necesidad del país, cual es en este caso plantearle al campo una disminución de retenciones en un trienio/quinquenio. No obstante el CAA guarda prudente expectativa favorable ante la convocatoria para el 14 de octubre, donde se presume se les compartirá el borrador de un proyecto de ley, que contemple el proyecto que este sector alcanzase a los distintos estamentos gubernamentales. La expectativa es que se logre aprobar antes de fin de año.
Dentro de la coalición gobernante tiene el Presidente el mayor de los problemas, dado que el sector más radicalizado opaca y/o impide que pueda convocar a consensuar las tres políticas más importantes necesarias para el país. Los consensos imprescindibles son, en lo social. la mitad del país está pobre, desocupado y con sus niños pobres embargando así el recambio futuro. El otro consenso imprescindible es en lo económico, para dar respuesta al anterior. Vislumbro dos grandes ejes: un plan para “subirse” al futuro que es hoy y que de prepo nos puso la pandemia (inteligencia artificial, el 5G), y una propuesta para rescatar y sostener a quienes no puedan subirse a las nuevas tecnologías. El tercer consenso imprescindible tiene que ver con lo regional/internacional, para que los países puedan fugarse hacia ese futuro que ya está aquí y sostener a las víctimas de este veloz proceso.
En cuanto a las políticas opacadas, por ejemplo, el logro del acuerdo con los bonistas fue absorbido rápidamente por la reforma judicial. Cuando las aguas permitían una navegación tranquila con la oposición, aparece Vicentin. Las pequeñas medidas económicas del jueves pasado, se opacaron ante las declaraciones en la OEA del embajador Raimundi, contradiciendo según todos los voceros del gobierno, el pensamiento del presidente Alberto Fernández. Lo asombroso es que Raimundi quedó confirmado en su cargo.
Sistemáticamente esta interferencia sigue, por estas horas se conoció el pedido de juicio político a todos los integrantes de la Corte Suprema de Justicia. Esto sólo aleja al Presidente del lugar donde más lo necesita la República Argentina: el del diálogo, consenso y, algo no menor, el de arroparse con ese “optimismo desafiante” al que alude el presidente Sanguinetti y debería vestir a toda la dirigencia argentina para frenar la decadencia.
Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2020/10/06